Una imagen de la crisis




Supongo que esta crisis está repleta de imágenes. Tantas como ciudadanos y miradas hay en el planeta. Imágenes, por ejemplo, como la de la reunión de algunos de los multimillonarios más influyentes del mundo que, en secreto, se encontraron el pasado 5 de mayo en Nueva York para discutir sobre sus esfuerzos filantrópicos y caritativos, o la enigmática y casi siempre fantasmagórica del Club Bilderberg en Sitges hace apenas una semana, adonde acudieron los encapuchados más poderosos de la tierra para “intuir” su (nuestro) futuro. La crisis lo proyecta todo, lo hipertrofia todo, como una turmix de dolor social que solo los hipócritas, los beneficiados, los mansos o los homicidas pueden y quieren apartar de sus retinas. La literatura casi nunca fue ajena a esta circunstancia. Libros, poemas, novelas se han repartido tantas crisis como palabras hay en el idioma. Desde universos alternativos, queriéndolo o no, la mayoría de autores han dado cuenta de la neurosis ética y moral a la que el capitalismo parece condenarnos. Incluso algunos llegaron a levantar poderosísimas ficciones de la condición humana “en crisis”, acercándonos el polisémico entramado de lo vivo. Así, hoy, deambulando sin rumbo por Notting Hill y Portobello Road, topándome con los cientos de carteles anunciadores del final del frenesí postindustrial, de la puesta en venta de casas antaño hermosas, bien cuidadas, orgullo de sus propietarios, símbolo y panacea de todo un sistema de valores defensivo e insostenible, descubro que uno de esos cadáveres inmobiliarios es la casa donde vivió George Orwell. For sale. John Wood and company. Y se me agolpan otras imágenes en la cabeza. La del gigantón de Motihari, India, asqueado por la injusticia racista del imperialismo británico. La del gigantón de Eton tratando de cuadrarse en aquel pelotón de milicianos del POUM en la Barcelona de la Guerra Civil. La del gigantón parisino de 1928 que, vuelto a Londres tras la derrota republicana, se instala en esa misma casa para escribir uno de los alegatos más encendidos contra cualquier forma de totalitarismo: 1984. También la del gigantón tuberculoso que solicita sin convencimiento, justo antes de morir, el rito anglicano para su entierro. Y entonces no puedo por menos que tomar una fotografía y aceptar que esta imagen de la crisis, una más, viene a condensar otras muchas repartidas por cientos de lugares. No aporta nada. No presupone nada. Se conforma, tan solo, con latir por encima de la neurosis.

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