Reseña aparecida en Culturamas: http://www.culturamas.es/2010/04/10/cuadernos-de-guerra-de-raul-zurita/
El desestabilizador, por Ernesto García López
Quiero dejarlo muy claro desde el inicio: ésta es la reseña perpleja de un lector acostumbrado a cierta retórica hispánica que, un día, se acerca por primera vez a la poesía de un escritor latinoamericano, chileno para más señas, cuya libertad formal y conceptual desborda las maneras de pensar lo poético. Raúl Zurita es un desestabilizador. Primero porque a lo largo de su extensa bibliografía ha sido capaz de redimensionar el combate ideológico entre la cultura (el ser humano) y la naturaleza (nature versus nurture, en fórmula de Galton), devolviendo a su pequeñez biológica al hombre y contrastando sus fragilidades frente al inconmensurable poder de la tierra. Segundo porque desordena lo colectivo dentro de lo individual y lo individual dentro de lo colectivo, tejiendo una malla intersubjetiva imposible de desmenuzar. Tercero porque agrieta los límites del tiempo y la historia superponiendo planos, yuxtaponiendo acontecimientos, de modo que la realidad pasada y presente se vuelve un magma vivo, alejado de concepciones más o menos logocéntricas. Cuarto porque la propia escritura poética se bifurca, se narrativiza, se vuelve suceso, se repliega en ocasiones hacia la musicalidad o se expande hacia la crónica imposible, antirrealista. Cuatro desestabilizaciones (podríamos encontrar muchas más) que, para un lector amansado en una cierta tradición ordenada de nuestra lírica, se convierten en un problema textual de difícil solución. Pero vayamos por partes.
Naturaleza y Hombre. Ahí están los Andes, el desierto de Atacama, como memorias simbólicas de una relación olvidada por nuestra pretendida sociedad post-industrial, o los paredones de la costa que se recortan sobre las ciudades chilenas levantadas a modo de soberbia o resistencia contra la propia pequeñez genésica del hombre. Porque si algo encontramos en todo su recorrido, también en este volumen titulado Cuadernos de guerra, es un rehacer lo natural dentro de la subjetivad humana. Ya no estaríamos ante la tradicional división entre Cultura versus Naturaleza sino todo lo contrario. El paisaje se ha vuelto cultural, con tal suerte que este libro (y toda la obra de su autor, supongo) bien podríamos vincularlo con lo mejor del art land. Así comienza este poemario:
El último manchón del atardecer caía cuando se
abrió el mar. Cortados a pique, los dos inmensos
paredones de agua se irguieron de golpe
rompiendo el horizonte y papá nos dijo que ya
estaba, que ahora podríamos marcharnos […]
La intersubjetividad. Si la poesía de la modernidad (pienso en la literatura ilustrada, romántica, vanguardias históricas, etc.) participa de las lógicas de la subjetividad, es decir, de la centralidad del sujeto contemporáneo y sus problemas (el individualismo, los Estados-nación, el laberinto de la identidad, la dicotomía entre Gemeinschaft-Gesellschaft, etc.); bien podríamos advertir que la poesía de la postmodernidad (como efecto contrario) parece bascular hacia su opuesto, hacia las lógicas de la desaparición del sujeto y la centralidad del simulacro, arrojando un universo simbólico plagado de fragmentaciones, atomizaciones y orientación por la objetividad. Pues bien, frente a todo ello, Raúl Zurita nos propone una nueva salida: la lógica (o ilógica, nunca se sabe viniendo de un autor tan poco dado al encorsetamiento conceptual) de la intersubjetividad, la centralidad del conectivismo entre sucesos mentales, biológicos y sociales, dando como resultado una poesía cohesionada en red, superadora de los planos “yo” y “otro”, “nosotros” y “vosotros”. Una suerte de terceridad bastante inédita en el panorama poético reciente. Buen ejemplo de ello lo encontramos en las secciones del libro tituladas Little boy y Verás auroras como sangre.
Tiempo e historia. Desde que Machado, para buena parte de la poesía escrita en español, anticipara los márgenes de lo que denominó “palabra en el tiempo”, muchos han sido los regresos a este problema crucial de la lírica contemporánea. De hecho, podríamos decir que algunos de los enfrentamientos más enconados (al menos en España) entre una concepción temporal de la palabra poética y una reivindicación de la autonomía del texto como tiempo propio ajeno o, al menos, en diálogo problemático con el tiempo histórico; se enmarcan dentro de este campo conceptual. Cuadernos de guerra, a mi juicio, intenta desbordar los límites de este campo, atravesando la secuencia del tiempo y, lo que es más importante, rompiendo las coordenadas ideacionales que lo encierran. Tenemos un excelente muestrario de esta intentona en las secciones Verás un país de sed y Verás flotas alejándose donde se unen la historia reciente chilena (especialmente la dictadura y sus efectos), la II Guerra Mundial, el tiempo de la naturaleza y la percepción subjetiva de todos esos tiempos en boca de una voz poética atravesada por inconsistencias y fragilidades.
Poesía narrativa. Ya es un lugar común en casi toda la literatura occidental que, con la llegada de las vanguardias históricas, las fronteras entre géneros quedan definitivamente borradas. Lo poético se inmiscuye en lo narrativo (ahí tendríamos ejemplos latinoamericanos de primer orden como Rulfo o Clarice Lispector), lo narrativo en lo poético (por seguir con el ejemplo de la mano de Ernesto Cardenal o el peruano Antonio Cisneros); lo pictórico y lo teatral entran en lo literario, lo performático, la disgregación… en definitiva, las paredes impuestas por la Academia decimonónica. Sin embargo, con la crisis de las vanguardias históricas, con el rearme del realismo, con el advenimiento del discurso postmoderno, con el giro lingüístico, parece como si de nuevo lo poético tuviera que quedar replegado dentro de una lógica de disputa entre conocimiento o experiencia. Una vez más Raúl Zurita parece enmendar esta lógica fratricida y a través de una textualidad inclasificable, nos propone una lectura narrativo-experiencial de nuestro más íntimo conocimiento-poético. Es decir, escapa a esa lógica y vuelve a conectar poesía-vida sin renunciar en ningún momento a su aliento ontológico. La palabra de Zurita engloba, globaliza, enreda, conecta las laderas de la emoción con las laderas de la razón dinamitando el propio escenario de ese enfrentamiento. Prosa y verso dejan de ser lo que los manuales dicen que son, para convertirse en una única textura literaria, un magma encarnizado cuya mayor potencia radica en su capacidad de interpelar y hacer vida.
Quiero dejarlo muy claro desde el inicio: ésta es la reseña perpleja de un lector acostumbrado a cierta retórica hispánica que, un día, se acerca por primera vez a la poesía de un escritor latinoamericano, chileno para más señas, cuya libertad formal y conceptual desborda las maneras de pensar lo poético. Raúl Zurita es un desestabilizador. Primero porque a lo largo de su extensa bibliografía ha sido capaz de redimensionar el combate ideológico entre la cultura (el ser humano) y la naturaleza (nature versus nurture, en fórmula de Galton), devolviendo a su pequeñez biológica al hombre y contrastando sus fragilidades frente al inconmensurable poder de la tierra. Segundo porque desordena lo colectivo dentro de lo individual y lo individual dentro de lo colectivo, tejiendo una malla intersubjetiva imposible de desmenuzar. Tercero porque agrieta los límites del tiempo y la historia superponiendo planos, yuxtaponiendo acontecimientos, de modo que la realidad pasada y presente se vuelve un magma vivo, alejado de concepciones más o menos logocéntricas. Cuarto porque la propia escritura poética se bifurca, se narrativiza, se vuelve suceso, se repliega en ocasiones hacia la musicalidad o se expande hacia la crónica imposible, antirrealista. Cuatro desestabilizaciones (podríamos encontrar muchas más) que, para un lector amansado en una cierta tradición ordenada de nuestra lírica, se convierten en un problema textual de difícil solución. Pero vayamos por partes.
Naturaleza y Hombre. Ahí están los Andes, el desierto de Atacama, como memorias simbólicas de una relación olvidada por nuestra pretendida sociedad post-industrial, o los paredones de la costa que se recortan sobre las ciudades chilenas levantadas a modo de soberbia o resistencia contra la propia pequeñez genésica del hombre. Porque si algo encontramos en todo su recorrido, también en este volumen titulado Cuadernos de guerra, es un rehacer lo natural dentro de la subjetivad humana. Ya no estaríamos ante la tradicional división entre Cultura versus Naturaleza sino todo lo contrario. El paisaje se ha vuelto cultural, con tal suerte que este libro (y toda la obra de su autor, supongo) bien podríamos vincularlo con lo mejor del art land. Así comienza este poemario:
El último manchón del atardecer caía cuando se
abrió el mar. Cortados a pique, los dos inmensos
paredones de agua se irguieron de golpe
rompiendo el horizonte y papá nos dijo que ya
estaba, que ahora podríamos marcharnos […]
La intersubjetividad. Si la poesía de la modernidad (pienso en la literatura ilustrada, romántica, vanguardias históricas, etc.) participa de las lógicas de la subjetividad, es decir, de la centralidad del sujeto contemporáneo y sus problemas (el individualismo, los Estados-nación, el laberinto de la identidad, la dicotomía entre Gemeinschaft-Gesellschaft, etc.); bien podríamos advertir que la poesía de la postmodernidad (como efecto contrario) parece bascular hacia su opuesto, hacia las lógicas de la desaparición del sujeto y la centralidad del simulacro, arrojando un universo simbólico plagado de fragmentaciones, atomizaciones y orientación por la objetividad. Pues bien, frente a todo ello, Raúl Zurita nos propone una nueva salida: la lógica (o ilógica, nunca se sabe viniendo de un autor tan poco dado al encorsetamiento conceptual) de la intersubjetividad, la centralidad del conectivismo entre sucesos mentales, biológicos y sociales, dando como resultado una poesía cohesionada en red, superadora de los planos “yo” y “otro”, “nosotros” y “vosotros”. Una suerte de terceridad bastante inédita en el panorama poético reciente. Buen ejemplo de ello lo encontramos en las secciones del libro tituladas Little boy y Verás auroras como sangre.
Tiempo e historia. Desde que Machado, para buena parte de la poesía escrita en español, anticipara los márgenes de lo que denominó “palabra en el tiempo”, muchos han sido los regresos a este problema crucial de la lírica contemporánea. De hecho, podríamos decir que algunos de los enfrentamientos más enconados (al menos en España) entre una concepción temporal de la palabra poética y una reivindicación de la autonomía del texto como tiempo propio ajeno o, al menos, en diálogo problemático con el tiempo histórico; se enmarcan dentro de este campo conceptual. Cuadernos de guerra, a mi juicio, intenta desbordar los límites de este campo, atravesando la secuencia del tiempo y, lo que es más importante, rompiendo las coordenadas ideacionales que lo encierran. Tenemos un excelente muestrario de esta intentona en las secciones Verás un país de sed y Verás flotas alejándose donde se unen la historia reciente chilena (especialmente la dictadura y sus efectos), la II Guerra Mundial, el tiempo de la naturaleza y la percepción subjetiva de todos esos tiempos en boca de una voz poética atravesada por inconsistencias y fragilidades.
Poesía narrativa. Ya es un lugar común en casi toda la literatura occidental que, con la llegada de las vanguardias históricas, las fronteras entre géneros quedan definitivamente borradas. Lo poético se inmiscuye en lo narrativo (ahí tendríamos ejemplos latinoamericanos de primer orden como Rulfo o Clarice Lispector), lo narrativo en lo poético (por seguir con el ejemplo de la mano de Ernesto Cardenal o el peruano Antonio Cisneros); lo pictórico y lo teatral entran en lo literario, lo performático, la disgregación… en definitiva, las paredes impuestas por la Academia decimonónica. Sin embargo, con la crisis de las vanguardias históricas, con el rearme del realismo, con el advenimiento del discurso postmoderno, con el giro lingüístico, parece como si de nuevo lo poético tuviera que quedar replegado dentro de una lógica de disputa entre conocimiento o experiencia. Una vez más Raúl Zurita parece enmendar esta lógica fratricida y a través de una textualidad inclasificable, nos propone una lectura narrativo-experiencial de nuestro más íntimo conocimiento-poético. Es decir, escapa a esa lógica y vuelve a conectar poesía-vida sin renunciar en ningún momento a su aliento ontológico. La palabra de Zurita engloba, globaliza, enreda, conecta las laderas de la emoción con las laderas de la razón dinamitando el propio escenario de ese enfrentamiento. Prosa y verso dejan de ser lo que los manuales dicen que son, para convertirse en una única textura literaria, un magma encarnizado cuya mayor potencia radica en su capacidad de interpelar y hacer vida.
EGL
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