De la ola, el atajo. Valerie Mejer



Reseña aparecida el 11 de febrero de 2010 en Pájaros de Papel: http://blogs.laopinioncoruna.es/pajarosdepapel/


Hay muchas formas de estar en la palabra. Para algunos este territorio inquietante se transforma en perplejidad, en sustancia agujereada por donde se cuelan y abisman buena parte de las elucubraciones humanas. Para otros, simplemente, se trata de un medio con el que traducir la realidad objetiva, la que presuponen existe con independencia del lenguaje. Incluso hay algunos, como muy acertadamente nos indica Miguel Casado en su La experiencia de lo extranjero parafraseando a Gilles Deleuze, para quienes la imagen poética levanta acta del carácter no instrumental de la escritura, que no usa para transmitir algo que la precede, sino que existe en cuanto lugar de acontecimiento, donde se abren grietas en aquello que antes vedaba el conocer. Y por abundar aún más, también hay otros para quienes el lenguaje se convierte en una región fronteriza, de proyección y alcance de extrañamientos que reactivan su capacidad de vislumbre. El panorama, como podemos intuir, es variado. Ahora bien más allá del papel que otorguemos a lo lingüístico en la poesía actual escrita en castellano (asunto, por cierto, que tiene más de revisitación de viejas disputas filosófico-filológicas que de auténtico replanteo de la actividad poética), se barrunta en las últimas promociones una sobreabundancia de textos alejados de aquello que Raúl Zurita en el prólogo de este libro denomina "su sentido más urgente", es decir, su relación con la vida. Desconozco si es signo de los tiempos o hartazgo de una figuración autoritaria. Por favor, no se me malinterprete, no quiero decir que las poéticas, llamémoslas así, de corte ideacional, decididamente metalingüísticas, estén gastadas en el panorama literario. Todo lo contrario, frente a épocas pasadas (especialmente en nuestro diminuto país) podemos celebrar hoy la convivencia de una enorme diversidad de líneas de fuga. Sin embargo, por decirlo vulgarmente, con la que está cayendo, con el mundo que hemos heredado y que seguimos contribuyendo a escribir, con el insoportable dolor social que nos rodea, hay autores y autoras que se han conjurado para recuperar una de las capacidades más insurgentes de la palabra, a saber: su “volverse” a vincular con la vida, su “volverse” a convertir (desde un planteamiento ético y estético) en territorio de disputa. ¿Quiere esto decir hacer una literatura "materialista" en el sentido clásico y periclitado del término? Entiendo que no. Pero sí, quizá, una poesía que se "abra hacia la alteridad", que recoja con más complejidad las difíciles relaciones existentes entre poesía y realidad. Hacer extraño lo familiar para convertir en familiar lo extraño, hermanar el “viaje interior” con el “viaje exterior” a través de un lenguaje encarnado, visceral, emotivo y con capacidad para producir diálogo e intersubjetividad. Pues bien, en mi opinión, Valerie Mejer y su de la ola, el atajo constituye un ejemplo cuajado y vigoroso de este tipo de búsqueda. Un linaje que la emparenta, creo yo, con lo más perturbador de la poesía contemporánea. Para todos los interesados pueden encontrar este libro en la colección de poesía latinoamericana Transatlántica (http://amargordtransatlantica.blogspot.com).

Pero vayamos a la propia obra. De inicio, la autora mexicana propone siete secciones (de la ola, el atajo; Números rotos; En corto; Dos poemas sobre el salto que dio mi hermano en Edimburgo el 14 de diciembre del 2005; Tres para Z; Unheimliche y Radiación de fondo) cuya arquitectura nos proyecta, como lectores, hacia escenarios diferentes y en tensión. Lo urbano, la naturaleza, las ensoñaciones, los hechos biográficos, el dolor íntimo y colectivo, la imaginación, el recuerdo, la irracionalidad, la figuración, el universo alucinado, la coloquialidad... se vuelven polos de atracción entre medio de los cuales la palabra poética y sus imágenes glosan la discontinuidad. Valerie Mejer, sabedora de la frágil posición del escritor, percute contra el cuerpo de esos mundos diferentes que la rodean con el único instrumento que posee, la palabra, como si en ese gesto estuviese buena parte de la capacidad consciente e inconsciente del sujeto.

Los instrumentos que están cerca de colapsarse
son los más dóciles a la música.
Y es en ese sonoro
ser casi derruido
que se abre una puerta a la sucesiva llanura.

Porque la palabra de Mejer, por encima de cualquier paradigma, es ante todo pulso vital, desnudez de la propia vivencia, y del mismo modo que el devenir de los seres humanos parece a veces articularse en torno a la relación, la transformación y la desencialización, en su trabajo nos topamos con un fraseo roto, deshilachado, una versificación trimembre asentada en el verso libre, el poema en prosa y la brevedad del metro corto. Los poemas de la autora mexicana son una extensión parpadeante de todo lo humano, sin menoscabo de temas ni emociones. Poesía meditativa (inquiridora) en las tres primeras secciones del libro. Poesía elegíaca en la cuarta estancia dedicada a su hermano. Poesía irracionalista, narrativa, hermosamente surrealizante en sus tres últimos momentos. De la ola, el atajo da cuenta de la multiplicidad de lo vivo, rastrea las inconsistencias del sujeto contemporáneo, arma y rearma la posibilidad de actuar, de ser en la palabra “acontecimiento” como ya dije al principio de esta reseña recordando las palabras de Miguel Casado; interpela a un “otro” que puede ser ella misma o cualquiera de nosotros, pues la “alteridad” parece un viaje de ida y vuelta condenado a transformarnos de raíz. De todos modos cada marbete, cada etiqueta con las que codificamos el decir poético de Valerie Mejer apenas da cuenta de la multiplicidad de registros que este poemario dispersa.

No quisiera acabar sin esbozar el carácter potentemente intersubjetivo de este libro. En él, más que levantarse la voz de un sujeto, lo que se articula es una especie de trama dentro de la cual es posible el orden dialógico, la voluntad de conexión, porque los poemas de Mejer disfrutan de una estructura abierta, atenta a las tribulaciones de un “tú” (o, incluso, un tercero en la sombra) que permanece al acecho, siempre vivo en el texto ya sea de manera presencial, directa, ya sea emboscado tras una inquietante abstracción. En ocasiones esa alteridad puede ser interpretada como un trasunto de la propia voz poética, pero otras muchas, y ahí radica, creo, la intensidad de este libro, mana como una “posibilidad de mutualismo” más allá de la presencia obvia de dos cuerpos en diálogo.

Hace rato hubo relámpagos y ahora la luz se desplaza
y tú, ausente, pareces el fenómeno puro.

Hay un tercer que lo sabe todo. Que se burla.
Si está aquí que se vaya.


(del poema “Pie de página”)

Quizá esa “clave con la que los melancólicos se reconocen entre sí” sea la propia posibilidad de comunicación, el propio reconocimiento de la palabra como escenario para lo yermo y también para lo habitado, de ahí que cada poema de Mejer tiemble entre los límites de la condición de estar vivos o, como iluminadoramente nos señala Raúl Zurita en su prólogo, la urgencia de que la vida quepa en los escenarios claustrofóbicos de las palabras.

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