A PROPÓSITO DE LA SORPRESA DEL MUNDO. CONVERSACIÓN CON MIGUEL MARINAS.




El sujeto del conocimiento no puede separarse del sujeto de la acción, al igual que el concepto no puede separarse del afecto.

François Laplantine


La sorpresa del mundo es un viaje de vuelta. Primero fue la ida, aquella conversación Miguel Marinas-Olvido García Valdés en Un lugar donde no se miente (también en Libros de la resistencia). Ahora toca el regreso, la prórroga de ese encuentro a dos voces. Si en el trayecto inicial era Miguel Marinas quién pretendía interrogar a Olvido, en esta ocasión es Olvido quién persigue los recovecos de Miguel Marinas. Ambos saben que no se trata de entrevistas, sino más bien de una “copresencia”, un hacerse en diálogo sin solución de continuidad. No obstante, había y hay un acuerdo mínimo, algo así como unas guías no demasiado precisas que, bien o mal, sirven de “señales” en mitad de la montaña. Vivir la vida, Leer los libros, Escribir sin engaño, La sorpresa del mundo, La composición del poema, La cosa del amor, Cuidar el alma y Lo que viene. Casi nada. Dentro, como se podrán imaginar, está todo.

Supongo que cada cual puede acercarse a este libro desde su lugar de mirada. Esa es una de sus primeras cualidades, la posibilidad de tentar al lector en función de su momento, ya que el repaso desordenado a una vida, la de Miguel Marinas por ejemplo, casi siempre acaba por comportarse como una suerte de disparador de interpelaciones, de dudas y zozobras, más que de verdades. Por las páginas de este libro, Olvido y Miguel, Miguel y Olvido, se indagan mutuamente acerca de ciertos sucesos y circunstancias, ciertos autores y libros, coyunturas históricas e intelectuales, que constituyeron el escenario de sus vidas. Ahora bien, no siempre encuentran en sus percepciones acomodo, como si a pesar de lo reflexionado, lo habitado, lo querido, cada parcela de existencia siguiera demandando nuevas aperturas y preguntas.


Quizá por ello, lo que parece nacer como entrevista, muy pronto transmuta en plática con un cierto sabor socrático. Las preguntas y respuestas se reordenan a sí mismas, desbordan la propia lógica conversacional, tejiendo unos materiales discursivos que acaban por componerse como un todo. Ya no son las voces de Miguel y Olvido, tomadas como objetos independientes, sino una piel mestiza, híbrida, en la cual transitamos de unos lugares conceptuales a otros por medio de una polifonía.

Sin embargo, no es esta cuestión la que más me ha interesado del libro. Mi modo de suceder en su lectura se ha desplazado continuamente entre dos planos distintos, aunque complementarios. Por un lado, la de asistir en tiempo real a la articulación de lo que podríamos llamar, siguiendo a François Dubet, la “experiencia subjetiva”. En este caso la experiencia de Miguel Marinas. Por otro, la de atravesar de forma constante esa misma experiencia por medio de una “intersubjetividad” dialógica, trenzada en los lenguajes, inscrita en el diálogo mismo con Olvido. Me explicaré.


Cuando me refiero a la noción de “experiencia subjetiva”, aludo a la pluralidad intrínseca del sujeto, es decir, al modo siempre diverso de narrarse, de contarse a sí mismo, de poblarse; a los universos morales, simbólicos, corporales y emocionales que componen un mismo ser, con sus “sujeciones” y “subjetivaciones” (por seguir la pista de Foucault y Lahire), en diálogo permanente con los marcos sociales y culturales donde se desenvuelve su devenir. Merece mucho la pena comprender el “significado subjetivo” (que diría Weber) que tienen para Miguel los orígenes familiares, la infancia y primera juventud en una ciudad de provincias española, el franquismo, la religión, su venida a Madrid, el papel de la universidad, de los seminarios de lectura, los viajes, las amistades… Toda una trama social y unas estructuras de plausibilidad que se nos despliegan ante los ojos como si de un inmenso horizonte se trataran. Pero el sujeto no es un individuo, no es soberano de sí. No somos el resultado autónomo de elecciones. Nuestra inmanencia acontece en el fluir de la acción y la interrelación, en los “juegos de lenguaje” que se producen (casi siempre inconscientemente) al calor de nuestra radical ligadura con los otros. Es ahí cuando la díada Olvido-Miguel se vuelve “intersubjetividad”, comunidad moral, habla y cuerpos entrelazados que, unas veces, se declinan hacia ciertas experiencias generacionales, y otras hacia el puro fluir de la sociabilidad más desnuda e inmediata, como nos recordaba el bueno de Simmel.

Es, precisamente, el aquí-y-allá de estos dos planos (“experiencia subjetiva” e “intersubjetividad”) a lo largo del diálogo, lo que me parece más fascinante. Avanzar en sus páginas es descubrir “el grado cero” de la construcción misma (y compleja) de un sujeto. Agotar cada una de esas “guías de viaje” se vuelve una especie de pequeño observatorio desde donde contemplar los procesos culturales y cognitivos que atraviesan una vida. La sorpresa del mundo se traduce, al menos para mí, en el descubrimiento de las tramas superpuestas que alimentan toda conducta social. Y cómo cada uno de nosotros somos seres arrojados a ese juego cuyas reglas intuimos, pero no comprendemos del todo.

No se lo pierdan. La lectura de este libro ayuda a comprender eso que Miguel Marinas condensa del siguiente modo: “el camino es ir de la limitación de uno mismo hacia las cosas que merece la pena saber”.

UN HOMBRE PRECARIO



El contexto de estos sujetos creadores estaría definido por su infiltración en trabajos y prácticas temporales y en vidas permanentemente conectadas. Sujetos envueltos en precariedad y travestidos de un entusiasmo fingido, usado para aumentar su productividad a cambio de pagos simbólicos o de esperanza de vida pospuesta. Un entusiasmo que encontraría sus máximas expresiones de júbilo forzado en trabajos culturales, creativos y cada vez más en el contexto académico. Miro alrededor y observo que esto acontece hoy. Como si la pareja «pobreza y creación» actualizara, en un giro y engarce temporal, aquella época anterior a la invención de la imprenta en la que, sugería Smith, «estudioso y pordiosero» eran palabras casi sinónimas.

Remedios Zafra



Joan de la Vega es un poeta de dilatado recorrido. Desde su Intihuatana (2002) hasta este Medio mundo en luz (2017) han pasado quince años. Un tiempo suficiente para asistir y reconocer la maduración de una escritura. Desde mi punto de vista, este libro nos ofrece una voz cuajada, intensa, desolada y resistente, que atraviesa varias zonas de mundo. Tenemos, en su primera parte titulada “Veintiún poemas en prosa dedicados a quien se hacía llamar Homo, en otros tiempos”, una suerte de campo de reflexión ontológico sobre el nosotros. La interpelación a los muchos seres humanos que pueblan nuestro ser colectivo (y que encuentran como metáfora diferentes taxonomías: homo habilis, homo faber, homo videns, etc.), se convierte en una excelente oportunidad para hacer un “viaje exterior”, un recorrido por las contradicciones, ambivalencias, tensiones, de lo que somos y no somos. Cada uno de estos textos es una vuelta de tuerca más alrededor de la propia precariedad, en un gesto omnicomprensivo de las muchas experiencias que pueblan eso que llamamos “realidad”. Se trata de poemas narrativos que van al hueso de las cosas, despojados de cualquier artificio lírico, pero incisivos y llenos de potencia expresiva. Por medio de un uso irónico (y a veces incluso humorístico) de versos de otros escritores y escritoras, así como de esas mismas taxonomías de corte “biologicistas” o “sociológicas”, nos vamos encontrando con parcelas del devenir que dejan entrever el constante desamparo en el que habitamos. Ese “homo sapiens”, falsamente independiente, elevado a categoría de “mónada” por el racionalismo cartesiano y capitalista, se va “abufonando”, transformándose en un “extranjero de sí mismo”, un “hombre precario”, un “cadáver lúdico”, cuya “existencia es un carrusel de verdades que gira al borde del ripio, en torno a una gran sordina”. Joan de la Vega proyecta una imagen nada tranquilizadora del ser, huye de cualquier cumplido, no se deja llevar por optimismo buenistas. Su mirada es destemplada, hosca, incluso diría que amarga, aunque lúcida y repleta de potencias emboscadas. Como si debajo de la piel de ese mismo ser precario se escondiera el gesto rebelde, antisistema, capaz de renovarse a sí mismo desde una insubordinación a las formas elementales del poder y la reproducción social. Nos dice en el poema Homo plaudens: “Déjalo estar. Cero súplicas, cero púlpitos, cero halagos. Si algo has de ganar, que sea su silencio”. No hay tiempo para el cumplido. No hay tiempo para la palmadita en la espalda. Somos seres arrastrados hacia el abismo, pero precisamente por ser conscientes de ello, estamos en condiciones para no aceptar ese destino de silencio. Dejo aquí varios de los poemas de esta sección que más me han impresionado:





La segunda sección del libro titulada “Esperanza de vida (Auto de fe)”, lleva algunas de esas reflexiones ontológicas al plano del sujeto y del yo. Se trata de un “viaje interior”. Decía Miguel Delibes cuando le preguntaban por el “arte de narrar” que los fundamentos de su literatura eran “un hombre, un paisaje, una pasión”. Algo parecido ocurre en el caso de este escritor de Santa Coloma de Gramanet. Estamos ante la voz y la escritura de un sujeto “enraizado” a la destemplanza de un pueblo, de un paisaje, de un tiempo histórico, de una sociedad, de un trabajo, de una infancia y de una familia. Una de las cosas que más me han gustado de este libro es que hacía mucho tiempo que no leía un poemario tan honesto y, al mismo tiempo, tan problematizador de las contingencias ordinarias de la vida. El lenguaje seco y descoyuntado que usa Joan de la Vega es coherente con la exploración que persigue, huyendo como de la peste de esas poéticas figurativo/realistas (normalizadoras hasta el aburrimiento) de unos o, panfletaria y escasamente críticas en lo estético, de otros. No. Joan aposenta su hacer literario en el intersticio que va de la materia a la idea, de la acción social al discurso, de los “juegos del lenguaje” a las prácticas de los seres en su contexto e historia determinada. En sus poemas se embridan “el p(c)ecio del paisaje” con el discurrir de la existencia, en una iteración compleja, rica en matices y siempre conectada con las dialécticas de lo individual y colectivo. El sujeto poético de estos textos no se engolosina con la propia dicción del yo, no se acomoda a la fácil estabilidad de la identidad, sino que más bien da cuenta de las pluralidades que arraigan en todo cuerpo. Veamos algunos poemas que muestran, me parece, esto que digo:




Y para acabar me gustaría rescatar un poema que me ha sobrecogido. La poesía española reciente no ha explorado en demasía el mundo de lo laboral. Como si estuviera agotado por la propia desregulación de las relaciones neoliberales, y por las poemáticas excesivamente pegadas a una figuración ramplona. Todo ello, además, en un contexto de debilitamiento de eso que podemos llamar la “centralidad de la clase social” y sus organizaciones, a la misma vez que un ensanchamiento de la acción política más allá de los anclajes sociológicos de corte determinista. Pues bien, Joan de la Vega tiene la rara habilidad de expresar literariamente todo un mundo de experiencia, el de la vida laboral, desde el “cuerpo” y la “acción” concretas, situadas, microsociológicas, desbordando cualquier categoría homogeneizante y/o discursiva. Creo que es uno de los textos donde, de un modo vertical y preciso, se (re)presenta uno de los aspectos más significativos en la vida de todo sujeto (que no sea rentista o extractor de plusvalía).