Hacía tiempo que tenía ganas de hablar sobre este
libro. Por alguna razón que desconozco la atención crítica hacia él ha sido
limitada, lo cual no deja de sorprenderme habida cuenta de la aventura literaria
que propone. “Crak” se publicó en 2015 y sus contornos nos introducen como
lectores en la problemática descarnada de la lengua. Y digo descarnada porque
una cosa es, creo, la superficie que se observa en sus páginas (ese aparente
juego visual, divertido y lúcido) y otra muy distinta los latigazos hondos,
desgarrados, que atraviesan los textos. Este poemario entra de lleno, sin
complejos y de un modo libérrimo, en el cuestionamiento del decir, que es al mismo
tiempo la interrogación misma por la existencia. No se engañen, bajo una piel
lúdica asoma la playa amarga.
Pero es un cuestionamiento que tiene doble filo. A
un lado, la propia tensión del habla y los materiales lingüísticos que
arrastra, en el límite mismo del balbuceo, el silencio y la descomposición. De
otro, la escritura como recinto de disputa social y política, donde no hay
consensos que valgan. Un choque de fuerzas culturales que pugnan por normalizar
o insurreccionar cada palabra, cada gesto. Asistimos a una lucha sin cuartel,
despiadada, que se juega en cada verso, en cada “lenguajeo” y en cada imagen.
No hay verso en este poemario que no revele o busque un desasimiento del idioma
normativo. El resultado es el temblormy el vértigo.
Como buen joyceano que es, Ignacio Miranda asimila
ese “estilo mimético” del autor irlandés en los términos que lo formula
Masoliver Ródenas, es decir, “expresar no la voz del autor sino la de los personajes, en cuyo
mundo mental y sentimental penetramos a través del monólogo interior”. Lo que
pasa es que no estamos ante una obra narrativa sino poética, de tal suerte que el
“mimetismo” del que se hace eco Miranda no adquiere la forma de un personaje
concreto. Al contrario, el protagonista de esta voz son las múltiples voces y ecos
de la totalidad de las hablas, la tramoya de los idiomas y las lenguas, los
lugares en estado de mixtura, las historias en permanente interconexión. Esto
hace que en la mayoría de secciones articuladoras de “Crak” asistamos, simultáneamente,
a la descomposición del castellano y la reconstrucción de una especie de
lengua-mundo. El universo mental y sentimental de este libro es lo
transterritorial, lo intersubjetivo, la hibridación.
No obstante, me gustaría concentrar mi apresurada lectura
en dos aspectos del libro que, a mi modo de ver, suponen un desafío
interpretativo. El primero de ellos guarda relación con la apuesta decidida del
autor por la “creación”, por el radical empeño literario de la fundación de
nuevas realidades. El segundo aspecto dialogaría con un concepto filosófico
derridiano que nos puede ayudar a comprender el mecanismo retórico del texto.
Veamos.
El
Espíritu creador en la literatura.
En una carta dirigida a Trotski en 1922 “sobre el
movimiento futurista”, Gramsci decía lo siguiente:
Puede
decirse que tras la conclusión de la paz el movimiento futurista ha perdido
completamente su carácter y se ha disuelto en diversas corrientes formadas a
consecuencia de la guerra. Los jóvenes intelectuales eran en general bastante
reaccionarios. Los obreros, que veían en el futurismo los elementos de la lucha
contra la vieja cultura académica italiana, momificada y ajena al pueblo, tienen
que luchar hoy con las armas y sienten escaso interés por las viejas disputas.
En las grandes ciudades industriales el programa del Proletkult, que tiende a
despertar el espíritu creador de los obreros en la literatura y en el arte,
absorbe la energía de los que todavía tienen tiempo y ganas de ocuparse de
semejantes cuestiones.
Me parece interesante recuperar este párrafo para
hablar de “Crak” porque aparecen en él tres cuestiones reveladoras. En primer
lugar, que el futurismo en su primera formulación hermanaba la ruptura del
lenguaje y las formas estéticas con la propia indignación social y moral. No
había distancia, a los ojos de Gramsci, entre las luchas obreras y las luchas
del lenguaje. El arte de vanguardia hundía su carácter destemplado, indagador,
en el cuerpo social de las clases subalternas, por mucho que los autores
fundacionales de estas corrientes tuvieran una procedencia acomodada. Existía
una suerte de cordón umbilical entre los anhelos insurgentes de las formas
artísticas y las propias reivindicaciones de las organizaciones políticas
revolucionarias. Algo que también encontramos en experiencias decisivas como la
Revolución Rusa (con autores señeros como Maiakovski). En segundo lugar, que
cuando ese cordón umbilical se rompe, se desvanecen buena parte de las
potencias que el propio arte de vanguardia acumulaba, replegándose hacia formas
reaccionarias de arte que despotencian sus hallazgos anteriores. En tercer y
último lugar, que el “espíritu creador” inherente a las formas sociales y
artísticas es como la energía, nunca se destruye, sólo se transforma.
Estas ideas me parecen aplicables al poemario de
Ignacio Miranda. Mi particular forma de leer este libro conecta sus diferentes secciones
(de nombres sonoros, herméticos: “crash”, “n-1”, “crac”, “[a]inventario[z]”, “[z]inventario[a]”,
“krach”, “n+1”, “crak”) con ese cordón umbilical entre formas vanguardísticas y
formas de lucha social. Sin ser un libro “temática(mente) político”, cada parte
del mismo contribuye al desasimiento lingüístico que, a la vez, ahonda en las
fragilidades del existir social, en las “partes del delirio” que diría el
propio autor. Y digo fragilidades no sólo en sentido metafórico, sino sobre
todo en su vertiente desnuda y material, de condiciones de vida. Así, por
ejemplo, el poema que abre “crac” es un recorrido idiomático por muchísimas
formas semánticas que traducen el término “suburbio” y “chabolismo”, sin
renunciar en ningún momento a la propia creación de nuevos términos que reabran
el sentido de esa realidad sórdida y terrible. A la manera de Wacquant, frente
a la “criminalización de los pobres” que se ejerce desde el lenguaje normativo,
pareciera que Ignacio Miranda apostara por la “reconstrucción poemática” de la
substantividad, fuera de todo victimismo, como paso previo al empoderamiento y
la resistencia. Justo ahí despunta, creo, una de las capacidades creadoras de
la literatura. Rescatar de lo invisible a aquellas zonas de lo sensible que han
sido opacadas por las retóricas del poder.
Los poemas de Miranda buscan hasta la extenuación ese
rescatar, ese explotar, inventar, subvertir, tentar los límites, desestabilizar
los tropos, cruzar idiomas, en un constante ir y venir de formas y “lenguajeos”
(hermanado con trabajos recientes en nuestra literatura como la poeta María
Salgado) que traducen la “boca del conflicto” porque el conflicto es, antes que
nada, boca, lugar de enunciación.
La
“iterabilidad” en “Crak”.
Ahora bien. ¿Cómo salen (y son traducidas) las
palabras de la “boca del conflicto” en este libro? Pues a mi modo de ver, mediante
eso que Derrida llamaba la “iterabilidad”. Según Gianni Vattimo y Santiago
Zabala “la iterabilidad es la capacidad que tienen los signos, los textos o las
palabras de ser repetidos en nuevas situaciones, injertados, por tanto, en
otros contextos. Un «contexto jamás queda saturado», puesto que, como sostuvo
Derrida todo signo, lingüístico o no
lingüístico, hablado o escrito (en el sentido ordinario de esta oposición), en
una unidad pequeña o grande, puede ser citado, puesto entre comillas; por ello
puede romper con todo contexto dado, engendrar al infinito nuevos contextos, de
manera absolutamente no saturable. Esto no supone que la marca valga fuera de
contexto, sino al contrario, que no hay más que contextos sin ningún centro de
anclaje absoluto.”.
Me parece apropiada esta forma conceptual para
acercarnos al poemario. Creo que “Crak” busca de un modo consciente este
ejercicio de “iterabilidad”, mediante el uso permanente de la repetición, la
deconstrucción de palabras, la ubicación de las mismas en nuevas situaciones y
contextos que desordenan significaciones, injertando otros términos y
tradiciones (no como intertextualidad, sino como auténticos injertos botánicos
que dan lugar a una nueva especie híbrida). Los poemas de Miranda abren sin
cesar el mapa del mundo, desanclan realidades, pugnan por no “hacer saturable” el
decir, frente al idioma normativo que codifica y resume.
Este libro no ofrece un centro metafísico, inmanente,
sino todo lo contrario, una pluralidad de ontologías que hacen de la vida un
lugar heterogéneo, infinito, entrópico. Por eso me apasiona. Porque su “vocación
creadora” ansía todo, lo busca todo, sin renunciar a nada. Todo es materia de
poema. Todo alberga en su seno las potencias vivas de cada minúscula unidad. No
hay orden ni planificación. No hay verdades absolutas. Pero tampoco se cae en
un relativismo desordenado, estéril y neutral. La insubordinación de lo “sin
parte” asimila la capacidad total del lenguaje y ahí radica su potencia.
No quisiera acabar sin felicitar a la Asociación
Poética Caudal por ofrecer ediciones cuidadas y autores valiosos
como Tomás Segovia, Hugo Gola, Olga Muñoz…
Referencias
bibliográficas:
Gramsci, Antonio (1998). Para la reforma moral e intelectual. Madrid: Libros de la Catarata.
Miranda, Ignacio (2015). Crak. Madrid: Asociación Poética Caudal.
Ródenas, Domingo (coord.) (2008). 100 escritores del siglo XX. Madrid:
Ariel.
Vattimo, Gianni y Zabala, Santiago (2012). Comunismo hermenéutico: de Heidegger a Marx.
Barcelona: Herder.
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