«Vamos hacia el infierno». Así comienza Kanikosen (el pesquero) del escritor japonés Takiji Kobayashi. Toda una declaración de principios. El infierno de la sobrexplotación, el abuso, la plusvalía, el miedo al patrón y al despido, la vigilancia del Estado que, protegiendo, nos condena y aprisiona, también el infierno de la rebelión y la conjura contra los principios jerárquicos que parecen anestesiarnos. Novela escrita en 1929. Otra crisis mundial. Otro ciclo regresivo del capitalismo. Un pesquero japonés sale a faenar en aguas rusas (la península de Kamchatka). Su tripulación la componen desheredados, deudores, precarios, estudiantes, campesinos sin tierra. La labor consiste en capturar cangrejos. Es una época de convulsiones socioeconómicas y nacionalismo exacerbado. Por eso las empresas y el gobierno japonés apelan al patriotismo. Trabajar duro y aceptar el ajuste se ha convertido en una labor patriótica. Un desafío individual. El cometido es agotador. Condiciones infames. Insalubridad. A la sala donde descansan los obreros y pescadores tras el tajo se la denomina “letrina”. Llegan las enfermedades, el agotamiento, los castigos arbitrarios. La jefatura, pocos, apenas diez personas frente a ciento cincuenta menestrales. Sus órdenes, en cambio, muchas. Y poco a poco la desesperación mezclada con la rabia van generando las condiciones para la rebelión y la huelga. ¿Les suena todo esto? Ahora supongamos que no estamos en 1929. Supongamos que en vez de un escritor japonés, comunista, arrestado el 21 de febrero de 1933 por la policía nipona, asesinado tras varias y crueles sesiones de tortura, nos encontramos en 2010, en plena crisis mundial. Hay otro ciclo regresivo del capitalismo. Imaginemos que en vez del patrón del Hakko Maru (así se llama el pesquero de esta novela) empresarios españoles e indonesios comercian con cerca de 1.600 pescadores asiáticos cada año. Imaginemos que vienen con una situación laboral regulada (la misma que los desheredados de Kanikosen), sin embargo cobran un sueldo por debajo del salario mínimo. Supongamos que viven con 300 euros al mes. Encerrados en sus cabinas y bodegas. Supongamos que, como reclama Xabier Aboi (de la Confederación Intersindical Galega) «La explotación sigue en los puertos atlánticos, por el salario de un marinero gallego contratan doce indonesios». Imaginemos que sus condiciones de habitabilidad, trabajo, seguridad, higiene, son tan nefandas como las sufridas por los operarios del Hakko Maru. Supongamos que la prensa “nacional” no se hace eco de estos pescadores indonesios porque eso significaría sacar los colores a grandes y provechosas empresas patrias, cuyos propietarios son prohombres de la pesca gallega y eso, en tiempos de crisis, es antipatriótico. Supongamos que en vez de Takiji Kobayashi, escritor comunista, japonés, arrestado y asesinado por la policía nipona en 1933, estas informaciones puedes leerlas, un día cualquiera, por ejemplo el 15 de septiembre de 2010, en el periódico quincenal Diagonal (http://www.diagonalperiodico.net/) . ¿Qué deberíamos pensar? ¿Simples casualidades históricas? Quizá por todo esto comprendamos mejor ahora las razones que han llevado a esta novela ha convertirse en un best seller inesperado (como reclama The New York Times) entre la juventud japonesa. Empleos precarios. Inseguridad laboral. Pensiones en duda. Todo el sistema vendido a los cuatro vientos hecho pedazos. Entonces regresa la literatura y en su nombre este viejo libro, reeditado y renacido, y se coloca en el primer plano de la educación sentimental postmoderna de una juventud, la actual, señalando los puntos de anclaje de este capitalismo salvaje y destructor. Takiji Kobayashi no ha muerto.
Hace ya más de 10 años el colectivo poético Alicia Bajo Cero de Valencia (en boca de uno de sus poetas mayores, Antonio Méndez Rubio) sentenció que «hablar del mundo es proponer un mundo». Cualquier libro encierra un mundo y lo quiera o no negocia y transacciona con ese otro mundo que le rodea. No en vano la palabra, como nos relatara el psicólogo bielorruso Vygotski, es un «microcosmos de conciencia humana». Por eso, hablar de un libro, Kanikosen por ejemplo, que está en el mundo es también proponer un mundo. Cuando un escritor saca a la luz cualquier texto parece ineludible tomar partido, esbozar las líneas maestras de lo que algunos denominan “poética” y otros, simplemente, “trabajo literario”. Takiji Kobayashi tuvo muy claro cual era su poética: dar cuenta, a través del símbolo y la belleza artística, del conflicto en sus dimensiones social, económica, filosófica y política. Si como decía Gramsci «la cultura dominante es la cultura de la clase dominante», frente a las poéticas hegemónicas que vienen a traducir en buena medida los “sentires” estructurales de los grupos intelectuales dominantes, los poseedores del capital simbólico, las poéticas resistentes, y la de Kobayashi lo es (no en vano se le consideró el máximo exponente de la “escritura del proletariado”), se posicionaron como contradiscursos artísticos. Ahora bien, tal y como nos ya advirtiera Bourdieu «los intelectuales son, en cuanto detentadores del capital cultural, una fracción (dominada) de la clase dominante». Quizá por eso Kobayashi fue arrestado y asesinado. Quizá por eso, a pesar de su cargo como secretario de la Asociación de Escritores Japoneses a finales de los años veinte y principios de los treinta, el gobierno autoritario del momento decidió que sus palabras habían llegado demasiado lejos y que de seguir así nuevos Hakku Maru se sublevarían irreversiblemente y entonces, tiempos sólo para el patriotismo y la sumisión económica, el discurso del miedo se tambalearía. ¿Les suena todo esto? A mí sí. Por eso esta novela me ha interpelado. Quiero felicitar a la joven editorial barcelonesa Ático de Libros por atreverse a reeditar este libro necesario e iluminador. Eléctrico. No se lo pierdan. Se trata de un balazo en las conciencias.
EGL
Estupenda reseña.
ResponderEliminarYo por mi parte, con su permiso, ya he tirado una piedrita al agua:
http://desbandadageneral.blogspot.com/2010/09/kobayashi-no-ha-muerto.html
Pero le enseño la mano.
Muchas gracias "Mujer umbilical". Tire usted todas las piedras al agua que desee. Me alegro que le haya gustado Kobayashi. Un grande, desde luego.
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