Antología, de Armand Gatti


En uno de sus poemas más celebrados, No hay más revolución que la del sol, el escritor monegasco Armand Gatti dice: “Confundir la revolución con la toma de poder, cuando se trata de toma de conciencia, ¿es la tarea de la literatura o de la política?”. Interesante pregunta. Y compleja. Durante mucho tiempo, cierta tradición realista española tendió puentes entre la acción política y poética, subordinando la segunda a la primera. Literatura combativa. Arte de compromiso. Libros capaces de activar los resortes de la acción colectiva al igual que una huelga o una asamblea de trabajadores. El poema como posibilidad inmediata de transformación. Más tarde sucedió el desencanto y la constatación de la escasa capacidad movilizadora del poema en tanto herramienta para la revolución. Sin embargo, el linaje del que proviene Gatti emerge de un universo muy distinto. Madurado en la intemperie de la resistencia (anti-nazi, anti-fascista, anti-burguesa), en el amor a las vanguardias históricas y su carácter desestabilizador (surrealismo, Michaux, etc.), en el periodismo cultural y sus miserias, y en la dramaturgia del “teatro épico” de Erwin Piscator, Armand Gatti levanta un monumento literario y simbólico de indudable potencia, propio y difícilmente extrapolable a otras realidades. Felicitemos a la joven editorial madrileña Demipage por aventurarse en la edición de este libro, pues no corren buenos tiempos para propuestas de tal radicalidad, porque ante cierta hegemonía postmoderna (y su final de los grandes relatos) la voz de Gatti parece insistir, tozudamente, en la permanencia del conflicto entre desposeídos y poseedores, entre los detentadores del capital simbólico y aquellos que solo reciben sus migajas, algo que, todavía hoy, parece incomodar a los bienpensantes. Demos cuenta de alguna de sus características principales:

Una textualidad-magma. En Gatti los textos nunca permanecen cerrados. Los poemas no operan como artefactos con límites definidos, al contrario, toda esta antología puede leerse en clave de relato único, recursivo, diálogo interno constante, dentro del cual se van ramificando (incluso desde un punto de vista visual) los versos y las ideas, componiendo así una red semántica que lo impregna todo. Quizá los ejemplos donde mejor podemos observar esto sean los poemas Muerte-Obrero y Tu nombre era alegría.

Un lenguaje al filo de su ruptura. Frente a la poesía musical, el poeta monegasco apuesta por el poema-ansia, un grito constante, teatralizado, que gusta de los ritmos yuxtapuestos, como si fuera un coro disparando músicas diferentes a la vez. Todo ello garantizado por un uso del lenguaje de corte expresionista, deliberadamente narrativo a veces, inmensamente lírico otras. Pero siempre al límite de su propia desestructuración. No busquen secuencias ni sucesiones controladas, la literatura de Gatti se abalanza como un torrente sublevado.

La mixtura. Leer a Gatti supone descubrir conexiones imprevistas. Lo temporal y lo espacial experimentan otras posibilidades, no existe la secuencialidad, quedan rotas las estrategias de sentido que el lenguaje burgués ha querido imponernos. La historia se vuelve presente, el presente mito, el mito relaciones de producción y las relaciones de producción un escenario de la lengua sobre el cual levantar el drama de los hombres. Una de las experiencias fundacionales de la obra de Gatti fue su paso por los campos de concentración, en ellos aprendió un modo de mirar y un modo de existir. Los deportados-espectadores sabían que en un campo las categorías de tiempo, espacio, propiedad, quedan definitivamente arrasadas, de ahí que se manifestaran en un plano diferente. Pues bien, Gatti parece recuperar ese modo alucinado de contemplar y dispara toda esa enrancia contra el mundo y las palabras. Cosecha mendiga / de polos celestes / opuesta a la línea del horizonte. Los seres humanos se vuelven “personajes de teatro” que “mueren en la calle”, pero que antes de desaparecer son capaces de fundar una “palabra errante” (al igual que el nombre de su centro de creación y teatro) que queda, indeleblemente, arraigada a lo vivo. Este es, a mi juicio, el gran éxito de Gatti. Enraizar en la mirada de cualquier lector un eco de lenguaje polifónico y atemporal. Para ello utiliza todas las armas que las vanguardias históricas nos han donado: el irracionalismo, el surrealismo, el automatismo, el work-in-progress, la videncia, la difuminación de los géneros literarios, la narratividad, la esencialización, el absurdo, el pánico, la desmesura, el influjo de la ciencia, lo esotérico… Una mixtura creativa de pequeños linajes.

Canto de la revolución. Pero por encima de todo Gatti apuesta por la toma de conciencia, por entender la revolución, antes que nada, como proceso de transustanciación personal. Si algún valor tiene el arte es su capacidad de extrañamiento, y precisamente ese extrañamiento constituye el humus en el cual arraigar la conciencia. No se trata de estrategias de toma de poder. No se trata de transformar la literatura en mera herramienta. No se trata de “establecer las líneas del futuro”. De lo que da cuenta Gatti es de la necesidad de proyectar la palabra como un asidero frente a los poderes autoritarios, como una “inmensidad de gatos” imposible de contener por quienes han hecho del robo social, identidad. De ahí, me parece a mí, el carácter revolucionario y problematizador de su obra.

La lectura de Armand Gatti es un acontecimiento, una manera, como tantas otras, de reencontrarnos con nuestro “gueto vacío”. Posiblemente, tras siglos de dominación capitalista, muchos de nuestros resortes para la emancipación han quedado debilitados. La lectura de Gatti vuelve a abrir el canal con esos resortes, pero no lo hace desde la proclama ni el manifiesto, sino desde la conexión de lo emocional y lo ideacional por medio de una celebración artística parecida al rito. Su “Gato de Mallarmé”, como el conejo de Alicia, nos abre la puerta a otros mundos posibles, otros porvenires menos injustos que éste.


EGL

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