Poemas de Coral Bracho




La mexicana Coral Bracho es una poeta poco conocida en España. En 2004, un año después de su publicación original en la editorial Era, Pre-textos reeditó Ese espacio, ese jardín. Aquella ocasión significó el inicio del acercamiento hispano a su poesía. Estamos ante una de las voces más sólidas y complejas del panorama latinoamericano, en cuyo trabajo se enraíza la tesis de que el lenguaje nos configura, que es en el lenguaje donde nos vamos ramificando como colectividades subjetivas. Lo expresó allá por 1941 Benjamin L. Whorf al querer formular su principio de la Relatividad Lingüística: «…es precisamente el fondo de experiencia gramatical de nuestra lengua materna lo que incluye no solamente nuestra forma de construir proposiciones, sino también el modo en que disecamos la naturaleza, separamos el flujo de la experiencia en objetos y entidades para construir proposiciones sobre ellas.» A nadie se le escapa que, llevada hasta sus últimas consecuencias, esta teoría nos empuja a la autonomía del habla y, por extensión, la independencia de las formas lingüísticas (la escritura, por ejemplo) respecto del mundo material. El lenguaje (y su derivado, la cultura) engendraría nuestro ser en un proceso de causación inverso al postulado por el materialismo. Empero el lenguaje también es un acto social, consuetudinario, de modo que las comunidades de habla nos comportamos como interacciones comunicativas plagadas de haces de variaciones. Heteroglosia, que apuntaba Batjin. De ahí que en "Ese espacio, ese jardín" sobrevivan aspectos que se referencian a lo biográfico, ya sea personal o colectivo, los recuerdos, la propia existencia del sujeto hablante pero transustanciados en iconos, símbolos abstractos que se producen en el acontecimiento mismo de la escritura. La voz de Coral Bracho parece intimista, sin embargo está cargada de una gran potencia "demiúrgica", constructiva, pues su palabra se aleja de la trampa de la sinceridad tal y como recomendaba Roland Barthes en su “La enfermedad del diario”: «Si tomamos en cuenta que ha pasado por nosotros el psicoanálisis, la crítica sartreana de la mala conciencia, la crítica marxista de las ideologías, la idea de confesión es inútil. La sinceridad no es más que un imaginario de segundo grado. […] ¡Qué paradoja! Cuando elijo la forma de escritura más directa y espontánea me convierto en el más burdo de los histriones.»


Para que puedan disfrutar tanto como lo he hecho yo con la lectura de este libro les dejo algunos poemas:


II


Oigo tu voz; la siento entreverarse,
encender. Algo
dijiste entonces,
de tal modo,

de tal modo que siempre crece; crece y se extiende
como una hiedra, como una selva,
como una arena
luminosa.



*


¿Qué es lo que entorna mi vida en el dintel
de esa voz?
¿Qué es lo que toca de su brillo profundo
y entre el rumor
de su cascada oscura? Agua


de fluida luz. Agua
de entramados relieves.


-Que en sus costas se tiendan y humedezcan las sombras,
que en sus cuencas florezcan. Que en su dorada red
como ofrenda ancestral se esparzan
y en ella arraiguen, y en ella cifren su simiente.

Que ante el profundo umbral,
donde las urnas y las piedras
descansan, la lluvia encienda
su cadencia.
Deja
que entre sus brillos
y entre las suaves hebras de su espejo
anochezca.



*


Es la noche el lugar
que ilumina el recuerdo.

Es una vasta construcción
sobre el mar. Es su despliegue
y su secuencia.
Amplios corredores se extienden sobre blancos pilares.
Las terrazas abiertas sombrean las olas,
y uno se interna y cruza
por insondables extensiones.

Va la mirada inaugurando los trazos,
van las pisadas centrando la inmensidad.
Y su perfil
cambiante se va trabando.
Y su emprendida solidez
nos va infundiendo una claridad: la del espacio
que se entralaza. Vemos
transparencia en los muros, transparencia en las densas,
despiertas olas y una alegría nos roza como un augurio,
como la aleta fina y sigilosa
de un pez.

Es la memoria el viento
que nos guía entre la noche
y en ella funde
su tibieza: Nos va llevando,
nos va cubriendo con su aliento. Y es su suave premisa, su
levedad
la que entreabre esas puertas:
Balcones, cuartos
aromados pasillos. Salas
de inextricable y nítida placidez. Ahí,
entre esplendores recién urdidos,
bajo el espacio imperturbable, recobramos, a gatas,
la expresión de los muebles,
su redondeada complacencia: Todo
nos cubre entonces
con una intacta
serenidad. Todo
nos protege y levanta con gozosa soltura.
Manos firmes y joviales nos ciñen
y nos lanzan al aire, a su asombrosa, esquiva, lubricidad.
-Manos entrañables
y densas. Somos
de nuevo risas,
de nuevo rapto bullicioso,
acogida amplitud.


Todo
nos retoma y nos centra,
todo nos despliega y habita
bajo esos bosques
tutelares: Agua
goteando; luz
bajo las hojas intrincadas del patio.

[...]


Coral Bracho

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