SALES, DE ESTHER RAMÓN
TRES MOVIMIENTOS PARA SALES DE ESTHER RAMÓN
Presentar a Esther Ramón y su Sales implica aceptar la difícil tarea de adentrarnos en lo genésico y vicario, lo por suceder. No la destemplanza de lo incierto (que también), sino la consciencia lúcida de hollar un territorio para el que nuestro lenguaje aún sigue buscando palabras. El poeta canario Miguel Pérez Alvarado nos dice que «La poesía consiste siempre en un nuevo decir. Su combate primero es con la palabra usada, y su destino inmediato es otra palabra que la sustituya. No deberíamos aspirar a decir lo que nos complace, sino lo que nos inquieta. No llenar huecos; entrar en ellos. Aunque todo esto no sea más que una opción personal». Y aquí, precisamente aquí, delante de la siempre difícil “opción personal” es donde Esther Ramón se juega su poética, donde Esther Ramón nos propone su herida. Me gustaría sugerir tres movimientos a modo de lecturas. Ninguno de ellos agota las posibilidades estéticas y/o heurísticas de Sales. Carecen de aliento alguno de totalidad. Muy al contrario, se proyectan como avalanchas que hacen de la observación un nido para el replanteo, vuelta al inicio, como si en cada repaso de lo escrito se configurara una piel inédita. Aquí van.
Primer movimiento o Sales como sistema de complejidad. Un libro de poemas también se comporta como un sistema. Una suerte de microorganismo capaz de dialogar con su entorno y sus carencias. Independiente de la autoría que lo produjo, en interacción con un tiempo y una época que lo acoge. Pero a diferencia de las lógicas causales, binarias, que nos ordenan codificar la realidad (o, mejor dicho, eso que llamamos «realidad») como un hecho externo a nuestra subjetividad, la articulación poemática de estos textos guarda más la forma de un sistema complejo (que no complicado) sometido a su propia criticalidad, al límite mismo de su bifurcación. La lectura de Cicatriz carbón y Casetas (las dos partes constituyentes de esta obra) reflejan una sistémica dominada por la conectividad, la retroalimentación simbólica, la emoción, la autonomía y la fragilidad entre lo fragmentario y lo global. Como si de una lombriz se tratara, la enunciación que habita tras estas palabras (escritura mineral como reclamaba el poeta brasileño Cabral de Melo, señalado en la contraportada a modo de insinuación), se erige en agente epistémico capaz de construir su propio nicho, su propio devenir. Un «gusano de arena invertebrada» que excava y excava hasta producir las regularidades que lo posibilitan. Un decurso auto(eco)organizado que pugna con el tiempo, la materia, la desigualdad de los procesos humanos hasta hacerse densidad, fenómeno, órgano completo en su hacinamiento. Si la escritura de Cabral de Melo es la escritura que permite a la voz generar sus propias condiciones de existencia, entonces Sales, en tanto que raíz ofrecida para su propia auto-constitución, también es escritura mineral.
Segundo movimiento o Sales como paisaje. No existe la naturaleza. Repito. No existe la naturaleza. Lo que existe es el paisaje. No hay relación con el mundo natural de manera de-socializada, a-culturizada. La construcción de lo natural, como entorno, está (como nos reclama la antropóloga Eugenia Ramírez Goicoechea) «inextricablemente unida a la construcción propia de lo social y viceversa». Para los humanos toda naturaleza es una naturaleza semantizada, recreada interiormente como escenario de exterioridad. Paisaje, lo llamamos. Pues bien, Sales, y más en concreto, Casetas (la segunda de las secciones del libro), reconstruye un modo de ejercitar el espacio desde esta concepción sociocultural. La palabra poética se transforma en potencia capaz de redefinir los espacios, atravesándolos en el tiempo y en la forma, hasta volverlos territorios del habla, desórdenes del pensamiento. Como dirá la propia autora: «No dormir ahora / en ese asiento, / sostener todavía / el cansancio / del hacha incesante / con los ojos, / contemplar exhaustos / la cuadrícula azul, / un óvalo, una marca / de luz en la frente / del tejado».
Tercer movimiento o Sales como impugnación de falsos dualismos. Ya saben. Nos hemos criado con ellos. Cuerpo versus Mente. Razón versus Emoción. Reflexión versus Acción. Tesis, antísesis y síntesis. Dualismos y/ tríadas que fijan (esquizofrénicamente) nuestras posibilidades de modular y decir. Un camino histórico dentro del cual muchos de nosotros hemos tenido que acomodar nuestras sensaciones. Menos mal que las humanidades (también las llamadas ciencias duras) vienen insistiendo desde hace tiempo ya en la sinrazón que supone separar esos dominios. El conocimiento implica lo corporal. La razón se interrelaciona con la emoción de manera inseparable, del mismo modo que el sistema límbico interactúa estructuralmente con el neocórtex. No hay conocimiento si no está unido a la praxis, a la propia experiencia. En definitiva: los dualismos en los que hemos crecido son, simple y llanamente, un espejismo. Pero es preciso también reclamar desde el canto su impugnación. Y Sales, desde la intuición panorámica que implica la palabra poética, parece apostar por deconstruir estas categorías obsoletas. El cuerpo, la fisicidad, se esparce por sus poemas del mismo modo que el pensamiento abstracto. La razón y sus sombras se miden junto a las emociones. El puro discurrir, la introspección, se ovilla junto al trabajo y el hundimiento. Sales nos invita a la rebelión. Sales nos empuja hacia lo inexplorado.
Déjenme acabar con un último apunte. En la contraportada se nos dice: Sales de plata, quemadas por el sol. Salir de la mina, al aire. Cruzar el umbral. Salir del cuerpo. Añadiría las palabras de la poeta norteamericana Emily Dickinson (muy querida por la propia Esther Ramón): Hallar descanso en lo inseguro. Pues eso, que ustedes hallen descanso en la inseguridad maravillosa de este libro.
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