Madrid de nuevo. Lima quedó atrás, pero se ha transformado en recurrencia, algo adherido a la mirada. Como si su realidad (sus realidades) se hubieran incrustado en la memoria. Otros libros. Otros autores a los que no conozco. Me traigo una maleta llena de publicaciones. Aún no he tenido tiempo de leerlas con atención. Las abro. Las hojeo. Y saltan poemas. Y los transcribo.
Pablo Guevara (Lima, 1930-2006) es uno de los más jóvenes miembros de la llamada generación del cincuenta. Profesor de literatura en la Universidad Nacional de San Marcos. Pablo ganó el Premio Nacional de Poesía (1954) y el Premio Copé de Oro (1997). Sus trabajos poéticos han sido: Retorno a la creatura (Madrid, 1957), Los habitantes (Madrid, 1963, Lima, 1965), Crónicas contra los bribones (Lima, 1967), Hotel Cuzco y otras provincias del Perú (Lima, 1971), Un iceberg llamado poesía (Lima, 1998), La colisión. Ópera marítima en cinco actos (Lima, 1999). Sus libros póstumos son: Hospital (Lima, 2006), Hacia el final. Homenaje a Pound (Lima, 2007), Mentadas de Madres (Lima, 2007) y Tren Bala (Lima, 2009).
Aquí van dos poemas de “Hospital”:
[1]
Primeras incoherencias 1 a.m. la habitación cueva de al lado rebasaba de aullidos… parecían los de un animal poderoso portentoso mitológico furioso… de repente se trocó en juvenil voz de mujer muy entristecida que decía sollozando entrecortadamente…:
«por qué tengo que tener los zapatos más feos de este lugar… no sé»… —y sonó como una gran explosión— y otra vez esos aullidos salvajes aun peor que antes…
[4]
Ignoran los que llegan a esta inmensa ciudad que aquí también llegan como emigrantes… todos somos pasajeros de paso por la tierra… [al mundo nos lo prestan como una pelota por unos instantes y como un agiotista de torva mirada bien ladino cuenta y recuenta las horas minutos y segundos… de nada servirá presentarle nuestro más bello cuerpo o magníficas obras por hacer o terminar… el usurero dice basta y cobra al instante y punto…]
Y lo hace siempre en un recinto de vivos muertos todavía frescos [por eso es que sospechándolo se siente un escozor un algo extraño o una comezón un cierto aguijonazo una cierta cargazón o desazón uno no se sabe bien qué] esta extensión enorme a mi alrededor no es una extensión amiga ni mucho menos y definitivamente es un territorio enemigo campus belli o un lugar donde si no presentamos batalla desde el primer minuto estaremos perdidos para siempre
PABLO GUEVARA
Ana María Falconí es traductora y profesora de castellano e inglés. Ha traducido al español poemas y cuentos norteamericanos, y al inglés poemas de algunos poetas peruanos. Ha publicado artículos en plaquetas, revistas y periódicos locales. Dirigió la Revista de Literatura “Pelícano”. Su poemario Sótanos Pájaros fue publicado en 2006 por Tranvías Editores. Poemas suyos aparecen en la antología del Yacana-Poesía Perú S. XXI, y en Poetas peruanas de la antología de Ricardo González Vigil.
Dejo dos poemas integrados en su poemario “Desvelo blanco”:
Réquiem 1
Hoy hablé con ella
Me dije,
Los muertos también se sienten solos
Una pluma blanca entró por la ventana
Y acarició mi rostro
-No dejes de hablarme- supliqué
Creí percibir un murmullo
Cuando se llenó de vaho el cristal
Con mi propio aliento
Retrato
El viento se llevó su rostro
Su cabello
Como enjambre de abejas
Los ojos rompieron
La luna
En pedazos ciegos
La boca arrastró un temporal
Y azotó un pueblo entero
La nariz se hundió
En el olor de las ciénagas
Y su voz,
Su voz se volvió el propio viento
Que cruza enfurecido los espejos
ANA MARÍA FALCONÍ
Pero más allá de tantos libros y poetas encontrados surge un nombre que se ha repetido estos días: Hora Zero. Aquel mítico grupo que revolucionara el mapa de la producción cultural peruana de los setenta. Sus conexiones con el Infrarrealismo mexicano, inmortalizado después por Roberto Bolaño en sus libros Los detectives salvajes o Amuleto. Hora Zero. Con la que está cayendo vuelve a tener vigencia. Y llega a mí un libro que da cuenta de su historia en boca de uno de sus protagonistas: Tulio Mora, que dice en la contraportada:
El cambio más radical de la poesía peruana, de la segunda mitad del siglo XX, llegó puntual en 1970 con la aparición del movimiento Hora Zero. Desde entonces se ha convertido en un protagonista incómodo para el oficialismo centralista y liberador para los márgenes: los nuevos centros urbanos nacidos de la migración y las provincias, que fueron junto con Lima las sedes naturales de Hora Zero, y en las cuales hoy se impone una nueva poesía, redibu7jando el perfil sociocultural del país.
Una vigencia de cuarenta años sólo ha sido posible por la calidad de sus integrantes (autores de libros fundamentales para entender estas décadas de violencia y desgarramiento) y los logros de una poética sumamente adaptable a la complejidad del Perú: el Poema Integral. Por eso, y pese al silenciamiento que pretendió la crítica canónica, Hora Zero avanzó por el continente, fue el hermano mayor del movimiento chileno-mexicano Infrarrealista y propició el surgimiento del movimiento Hora Zero Internacional en París.
Esta dimensión plural, registrada en la presente antología, le concede a Hora Zero una ciudadanía vanguardista con una permanencia jamás vista en las letras hispanoamericanas.
TULIO MORA
Transcribo a continuación un poema de una de las figuras esenciales de este movimiento, Jorge Pimentel (Lima, 1944), a quien pueden reconocer en la foto superior:
Balada para un caballo
Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados como perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo
y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y a un mismo ritmo
antes de asentarse en el polvo retumban en la tierra.
relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad,
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba,
tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola
espantando a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan
desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos: el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de algún desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos correr ciertas distancias, ganando años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar galopes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni mi sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar, de cielo, de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche.
Mi sombra se recobra.
Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra
se difunde con la noche, se propaga, se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía
aún más, aún más ¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a recorrer distancias de 1.000, 2.500, 5.000 metros
y no eres libre de correr sino que te dopan, te colocan
descargas eléctricas, te manosean, te latiguean
con una fusta despellejándote. Y así durante
un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas
de oro y plata. Hasta que te llegue el momento de ser
sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos, sin intimidad
en una mañana de tinieblas y poca luz y luego
te separarán de tu yegua y potranco y pasarás
tus años inmisericordes como padrillos viejo y cuando
manques te dispararán un balazo en la sien. Ya
había galopado un buen trecho con la manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más
al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo
me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefiero ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar
para no estar solos, para volvernos verdes – azules – amarillos
anaranjados – rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco.
(De Ave soul, 1973)
* Guardacaballos: ave que habita con los caballos en el Perú.
Bellísimo...sin duda la analogía entre la vida del ser humano y la "libertad" de un animal como el caballo, presente en este poema de Pimentel, es de una sutileza y sensibilidad íntegra. Me emociono todas las veces que lo leo.
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