La tradición aforística en castellano tiene en las voces de Antonio Porchia una de sus figuras señeras. Con él el fogonazo de expresión y pensamiento madura hasta alcanzar la cota de reverencia intelectual, inoculando en los nuevos escritores que se aventuran por esos derroteros un cierto pasmo. La sombra del maestro es alargada. Porque no se trata sólo de sombra, sino de una forma de entender el “estar en la lengua”, un modo de racionalidad que abandona (como pidiera María Zambrano) la pura “superficie del mundo” para intentar acceder a esa otra verdad no excluyente, “que quiere un todo desde el cual se posea cada cosa”. Un lenguaje, o un decir intersticial, cortado por la precisión de sus conceptos. El aforismo, las formas breves del pensamiento lírico (greguerías, aforemas, máximas, etc.) se revelan así casi como el sancta santorum de la memoria poética. Guardan el testimonio último de la especificidad de este modo de escritura, distinto al narrativo, al periodístico, al puramente informativo.
Y es que lo aforístico encarna también otra dimensión nada desdeñable. Aquello que el gran escritor Macedonio Fernández (por seguir con el linaje argentino) llamaba la “poemática del pensar”, un camino que procura a través de las palabras el surgimiento de una realidad literaria, añadida al presente, irreal, concienzudamente no realista, artificial, autorreferencial (en palabras del profesor de Teoría de la Literatura Fernando Rodríguez Lafuente). Esta “poemática del pensar” otorga especificidad a las formas hiperbreves, y alimenta buena parte del vigor que aún mantienen dichas formas.
Pues bien, “Minimás” de Carmen Camacho trata de insertarse en dicha hendidura. La segunda edición del libro nos indica la buena acogida que ha tenido entre el público, lo cual hace intuir hasta qué punto el género aforístico cuenta aún con apasionados lectores. Digamos para empezar que estas “minimás” presentan una textura heterogénea. Por un lado nos encontramos con aforismos en la línea anteriormente esbozadas, ambiciosos desde el punto de vista conceptual y estético. Por otro lado juegos verbales, reescrituras de modos y topos del lenguaje coloquial que, al redimensionarse, adquieren nuevos sentidos. También nos topamos con poemas humorísticos, costumbristas, vivos y ávidos de dar cuenta de la contemporaneidad andaluza, menos potentes desde el punto de vista ideacional, pero llenos de inteligencia y burla hacia las formas dominantes de poder. Pero la heterogeneidad no sólo guarda relación con sus formas, estas minimás se desplazan temáticamente del amor a la denuncia social, pasando por la indagación existencial, generacional, la pura aventura del lenguaje, sin renunciar a ningún territorio de lo vivo. Y es que, en mi opinión, por encima de la ortodoxia de las formas breves, la mirada de Carmen Camacho se nutre de la mejor tradición goliárdica, que concibe la farsa (y la insubordinación hacia la dominación que comporta) como instrumento posible al servicio de la “poematización del pensamiento” (siguiendo la estela señalada de Macedonio Fernández). Quizá no estemos ante un libro de aforismos en sentido estricto. Quizá se intercalen algunos desmayos conceptuales que debilitan la apuesta global. Pero de lo que no creo que haya duda, es que estas minimás de la autora jienense apuestan por un modo de aprehender “concienzudamente” lírico, disuelto en la palabra, que desestabiliza y rearma los modos alternativos de acercamiento a la realidad.
Decía Eduardo Milán en su En crítica de un extranjero en defensa de un sueño: “Desde la experiencia de mayor interioridad posible (la experiencia del vacío) pasar a la mayor posibilidad de evidencia exterior del lenguaje. O sea: el pasaje evidenciado del conocimiento de la materia (conocimiento límite) al límite de posibilidad referencial, dejando testimonio puntual del proceso. Es decir: si matas algo dentro también lo matas fuera. Es imposible escribir poesía sobre un cardenal sin mancharse las manos de cardenal.” Carmen Camacho se mancha las manos en cada minimás. Evidencia ese conocimiento de la materia en el límite de la posibilidad referencial. Incluso en su des-nacerse: nuevos límites para nuevas referencias emergidas a través de nuevas palabras (las que inventa la poeta). Lo cotidiano, lo subjetivo, lo global empapan el nombre y lo transustancian, dando como resultado unas formas híbridas, a medio camino entre los aforemas y las alucinaciones. Donde el sueño y el insomnio y la materialidad de la razón conviven con las inconsistencias latentes de lo otro. Pues la voz de Carmen Camacho no entiende de jerarquías ni seguridades ontológicas. Simplemente se lanza a la madrugada del mundo con la calentura de la palabra. Y el resultado son estos filos burlescos y desnudos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario