Que la narrativa latinoamericana sigue mostrando una vigorosa fortaleza parece un lugar común. Que tras décadas de boom y post-boom, nuevos narradores, nuevas poéticas han ensanchado aún más si cabe el ya de por sí amplio espectro de la prosa latinoamericana, también parece un lugar común. Que, además, algunas propuestas siguen agujereando y desestabilizando la jerarquía continental urdida en torno al eje Cuba-México-Colombia-Perú-Argentina, casi podría ser considerado por igual un lugar común. Y, sin embargo, aún hay nombres que, pese a haber demostrado con varios libros su madurez, todavía se nos ocultan. Es el caso de la boliviana Giovanna Rivero quien con estas “Niñas y detectives. Y otros cuentos con sangre azul” (Bartleby, 2009)debuta en el panorama editorial español. Pero no estamos ante una voz que germina, muy al contrario, “Las camaleonas” (2001) o “Tukzon, historias colaterales” (2008), habían dado muestras ya de una sobrada solvencia narrativa levantada a partir de una temperatura simbólica arriesgada e inquietante, una voluntad de indagación en los claroscuros de la realidad y una apuesta decidida por la elucidación de las parcelas más contradictorias del ser humano sin caer nunca en la pedagogía.
Si me permiten una pequeña digresión, les recordaré que en los últimos diez años, parecen haber surgido dentro del panorama narrativo latinoamericano voces empeñadas en “desencializar” el relato del continente, rastreando las esferas de lo subjetivo desde posiciones diametralmente distintas a sus maestros anteriores. Frente al discurso postcolonial de las nuevas identidades, estos autores se muestran más atentos a las mismas fragmentaciones, los mismos umbrales, los mismos intersticios que en el resto del planeta campean a sus anchas, sin renunciar a ninguno de los hallazgos propios de la estética latinoamericana, y es que, más allá de la radicación sociocultural o geográfica, sus propuestas literarias se inscriben en un marcado interés por la reelaboración de los materiales propios de la postmodernidad, dando como resultado prosas destiladas, complejas, descarnadas incluso, que dan cuenta de la presencia de lo oscuro, lo maligno, lo violento, lo absurdo, mezclando historias de corte figurativo con alucinaciones herederas de las vanguardias. Y es que, en cierta medida, estos autores están siendo capaces de vertebrar en un mismo plano del lenguaje aquellos dos viajes que reclamaban para sí algunos teóricos de la literatura anglosajona: el viaje interior y el viaje exterior. Nombres como Mario Bellatin, Mario Mendoza o la autora que nos ocupa, Giovanna Rivero, son (en mi opinión) algunos sólidos exponentes de esta deriva.
Pero “Niñas y detectives” presenta, por sí sola, abundantes argumentos como para detenernos en ella. Para empezar diré que en todos los relatos que componen este volumen nos encontramos con dos fenómenos complementarios: un punto de vista descentrado (colateral) de la realidad y un despojamiento del lenguaje que lo convierten, al mismo tiempo, en potente aparato simbólico y en herida existencial. Respecto a lo primero, la enunciación, la voz narrativa, el sujeto desde donde se cuenta lo que ocurre (aunque dominado, la mayoría de las veces, por una máscara identitaria femenina) no presenta ningún anhelo totalizador, al contrario, cada historia se muestra como una suerte de esquirla extraída de la cotidianeidad, que nos enseña cuan fragmentario y alienado es el discurso de la conciencia. “Olas de satén”, “Dueños de la arena”, “Noche” o “Contraluna” son ejemplos perfectos de este tipo de narración que diluye las categorías clásicas autorreferenciales para aproximarse a un territorio híbrido, ambiguo, que traduce las asperezas del mundo y sus inoculaciones dentro de cada uno de nosotros. En cuanto a lo segundo, el despojamiento del lenguaje, el fraseo de Giovanna Rivero está plagado de una violencia latente, como si en cada palabra habitara la semilla del conflicto. Los diálogos, las descripciones, las reflexiones, conducen casi siempre a un callejón sin salida, áspero y desasosegante a veces, drogado y vidente otras. Heridas. Contraheridas. Ataques. Contraataques. No hay concesiones a la galería. No abundan los momentos de templanza o serenidad. Cada relato se mueve entre el frenesí y la tormenta invisible. Y es ahí, en ese estado previo a lo desconcertante, justo cuando creemos que finalmente no se desatarán las hostilidades, que Giovanna Rivero nos regala sus pinceladas más “furiosas”. Que lo disfruten tanto como yo.
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