Todavía no lo tengo, exposición de Beatriz Barral



El Centro de Arte Móvil “El Águila Ediciones” acaba de presentar la casa-exposición de Beatriz Barral: “TODAVÍA no LO TENGO”, que se podrá visitar este verano hasta el 25 de julio. Un recorrido por tres estancias, tres movimientos, tres territorios repletos de inquietud.

Primer movimiento. A veces tengo amnesia. Esta sala recoge materiales pertenecientes al proyecto del mismo título que la artista desarrollara en 2004. Un diario creativo que bucea en las fuentes del autorretrato, la mirada hacia el entorno, la indagación sobre el consumo y su ubicación en un tiempo determinado, el nuestro, tiempo de formas, objetos, silenciados unas veces, convertidos en fetiche otras. El sujeto contemporáneo conectado con las bases materiales que lo rodean y, en ocasiones, lo sitian. Mediante dibujos de factura industrial, al modo de los viejos “recortables”, su autora nos da cuenta de las “presencias” que habitan tras los elementos cotidianos: camisetas, gafas de sol, marcas de ropa, pantalones; como si al codificar esos mismos entes se poseyera (a la manera chamánica) su voluntad de existencia, su anhelo más allá de la mera cosificación. Dibujos de trazo naif, ensamblados a un escrupuloso registro de los consumos diarios, con tal suerte que la vida biográfica se entrevera dentro de la vida inanimada (también al revés), generando un intersticio de tiempo y espacio vacilante y extraño. Existe ya un cierto linaje en el arte contemporáneo cuya preocupación es la de dotar de “aliento” a lo puramente material, pero es más infrecuente diluir las categorías de lo vivo y mostrarlas como un todo sin solución de continuidad, donde conviven lo muerto, lo solo “objeto”, con lo latente, lo solo “devenir”. En “A veces tengo amnesia” el recuerdo de lo consumido se transustancia en el recuerdo de lo habitado, para después bifurcarse en un camino recursivo donde lo olvidado tras el acto mecánico de la posesión material, se transforma en un eco irreprimible de lo extinguido.

Segundo movimiento. Instalaciones. En muchas culturas el Círculo es sinónimo del emblema solar. También tiene correspondencia con el número 10 (retorno a la unidad tras la multiplicidad), de modo que, en ocasiones, simboliza el cielo y la perfección. Éste sería uno de los muchos repertorios de significación que lo circular tiene y ha tenido en nuestras sociedades. Sin embargo, tomando esta referencia como partida, Beatriz Barral parece querer darle un nuevo giro a esa tradición. Esta estancia reflexiona y construye espacios circulares indefinidos, donde el sueño, la divagación, el juego de espejos, rompe la tradición de “totalidad” asociada a la rueda para colocarnos en un espacio deliberamente ambiguo, proyectivo, incapaz de cerrarse sobre sí mismo. La artista nos presenta diferentes posibilidades, a través de distintos materiales, en los que la presencia casi obsesiva de la circunferencia reconstruye una pléyade de órbitas, de contrarealidades, utopías y distopías protagonizadas por la línea curva. Ahora bien, frente a la redondez entendida como regreso a los orígenes y, por extensión, cierre de discurso, los trabajos de esta artista mantienen en suspenso, agujerean, esa voluntad de cierre, generando una temperatura de irrealidad flotante que aplaza, interrumpe y ramifica las querencias del pensamiento. Frente a lo que podría parecer, esa sensación de cancelación del discurso, gratifica. Quizá porque nuestra postmodernidad (parte de nuestro propio desasosiego), a pesar de jugar a la fragmentación y la indefinición, se ha erigido en un nuevo gran relato totalizador, para lo cual se ha servido de las estrategias retóricas elaboradas por el postestructuralismo. Beatriz Barral parece sentir ese nuevo peso de lo totalizante, y reacciona contra él, desde dentro, tomando la figura que mejor representa dicha integridad para dispararla hacia la evanescencia y la disolución. Una deriva cuestionadora.


Tercer movimiento. Dibujos. En la década de 1840 cuando preguntaban a JMW Turner por la esencia de su estilo, el gran pintor inglés respondía siempre con la misma frase: Yes, atmosphere is my style. La tercera estancia de la exposición es un pandemónium de dibujos (a bolígrafo) que representan figuras femeninas “bestializadas” de enorme capacidad perturbadora. Un atmósfera y una temperatura obsesiva. Estamos, en mi opinión, ante la sección más desasosegante. Lucha de la línea por escaparse de su propia concreción para convertirse en aullido grotesco, performance animalizada de nuestra identidad. Las mujeres de Beatriz Barral se mueven entre lo fantasmagórico y lo larvario, entre lo genésico y lo gastado por la mansedumbre. Cuerpos al límite de su propia realidad, dominados por las extremidades (cabezas, brazos y piernas), ausentes los cursos intermedios de la carne, con ojos que son avisos de alucinación, de todo lo que se guarece detrás de la aquietada existencia y que emerge, de improviso, hecho quebradura alucinada. Viendo a las mujeres de Beatriz Barral se nos vienen a la cabeza algumos poemas de Alejandra Pizarnik, Silvia Plath, Anne Sexton, algunos dibujos cadavéricos de Marlene Dumas, algunas modelos vaqueteadas aunque poderosas del expresionismo alemán de los años veinte. Una sección desnuda (solo papel y bolígrafo), vacía de andamiajes (hojas recortadas de cuadernos sobre la pared), silueteada como un pavoroso mural de lo desbocado. Si la primera estancia es un ejercicio de arte conceptual, reflexivo, la segunda un universo de sensaciones dispersadas a través de lo geométrico, esta tercera supone la tensión de lo aparentemente clásico y figurativo, el dibujo, puesta al servicio del desahucio y, por extensión, de todo aquello que naufraga dentro de nosotros. Dibujos como empuñaduras. Dibujos como latigazos. Dibujos como disparos y representaciones de lo que anhelamos extirpar y no podemos.


EGL

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