Reseña aparecida en CULTURAMAS el 27 de julio de 2010.
Este libro nos invita a observarle desde dentro. El Ave Fénix solo caga canela a partir de El Ave Fénix solo caga canela. Una suerte de autoobservación empujada hacia otras posibilidades de lectura. Porque, como primer rasgo destacable del libro, encontramos precisamente eso, la verosimilitud de su propia contingencia, el desborde de sentido a partir de una lógica abierta, entrópica, dispuesta a contaminar y ser contaminada por la perspectiva del lector. Poemas que finalizan fuera del texto. Poemas que se alían con lo contra-textual. Poemas que bifurcan y dispersan y escogen, voluntariamente, la amnesia de sí mismos. Tres territorios diferentes. Uno, 37 poemas plagados de aporías, contradicciones, intersticios y juegos. Dos, un poema extenso (que da título al libro) donde se ofrece (alfabéticamente) una suerte de pandemónium de nuestra contemporaneidad. Tres, una treintena de poemas en prosa inclasificables, que más se acercan al reportaje alucinado, a la introspección proyectiva. El Ave Fénix solo caga canela visto desde dentro-fuera (usaré términos del propio Ángel Cerviño):
Asociación verbal. La poesía de este autor gallego parece un modo de regresar al acontecimiento de la escritura en tanto escritura. Rotas las cadenas de significación, reelaboradas las categorías del discurso, sus versos prefieren rastrear las posibilidades, aún intactas, de alteración del lenguaje como modo de acceso (o fracaso) a nuevos significados y discursos. Todo sirve. Asociaciones irracionales, visiones alucinadas, aparentes interrupciones del orden. Desestructuración. Expresionismo. Adulteración de lo aparente. Vanguardia y clasicismo traídos y asimilados en el seno de nuestra íntima perplejidad.
Cadena significante. Si tal y como señalara el lingüista C. Knight (1998), el lenguaje nació entre los primeros primates a modo de cristalización de nuevos niveles de cooperación social, dando como resultado la germinación de una suerte de “ficción comunal”, con cadenas de significante compartidas; Ángel Cerviño, asumido el desamparo y la desconcentración social de nuestros tiempos, prefiere desestabilizar esas “cadenas de significante” y someterlas a extrañas pruebas de resistencia. Poemas como desconexiones y recodificaciones. Apagado y encendido de nuestros sistemas culturales.
Catarsis. Frente a la literatura puramente ideacional, el reconocimiento del abismo. Aparentemente los poemas de Cerviño parecen jugar con las ideas, con las estrategias retóricas, levantando un “teatro de la lengua” (en términos de Barthes) que hará las delicias de los devotos del arte conceptual. Pero latiendo, casi emboscado, encontramos poemas que bien podrían suscribir estas palabras de Malcolm Lowry: “Y así, a veces, me tengo por un gran explorador que ha descubierto tierras extraordinarias de las que jamás podrá regresar para darlas a conocer al mundo: pues el nombre de estas tierras es infierno.” Leídos con atención uno ya no vuelve a ser el mismo. Algo se ha quebrado dentro. Algo ya no permanece inmóvil.
Identificación proyectiva. El desborde. La porosidad del yo, del nosotros, del tú. Las barreras levantadas. Las fronteras inhibidas. Asumido el acceso precario a la alteridad. Disipadas las lindes entre lo interior y lo exterior. Eliminada la mercancía-fetiche de la identidad, como si fuera un Golem o un nuevo Frankenstein, o, simplemente, lo que queda después de destilar las aparentes verdades de lo subjetivo. Ángel Cerviño nos pone en guardia contra estas falsas certezas. Igual que el Ave Fénix no es hijo ni de padre ni de madre (ni hombre ni mujer), sino que participa de ambos, una suerte de transgénero moderno, nuestra voz se enraíza en la propia identidad y en todo aquello que sobrevive fuera. Por eso es proyectiva. Por eso no reconoce las leyes del engendramiento.
Ligazón-locura. La palabra como modo de conectar sentidos y disiparlos. De hacer verosímil la realidad o enloquecerla. Poesía que arma. Poesía que desbarata. Intersticio entre la cordura y la enajenación. Conviven los dos lados de la mirada verlainiana: la de la Buena Canción de 1870 y la de la Sensatez de 1891. Lo que demencia y lo que sosiega.
Neurosis. Captada la temperatura de nuestra contemporaneidad. Hombres y mujeres neurasténicos. El lenguaje como radiografía mental. El poema como etnografía del dolor psíquico. La sintaxis vuelve a ser negra. Los vínculos múltiples y debilitados. Poesía realista, pero no al modo figurativo, sino todo lo contrario, colocado en plano simbólico la posición paranoide de nuestra mente en medio de este capitalismo tardío.
Obsesión. Poemas-torrente. Poemas afiebrados. Poemas que se inundan a sí mismos. Solo la contención del ritmo. La musicalidad sincopada. Aunque puesta sobre la perversión y contra todo placer de órgano. La última sección del libro es una secuencia de poemas en chorro, vertiginosos, narrativos, vigorosamente lanzados contra la literatura de la miniatura, la exquisitez y el silencio. La escritura, como diría Enrique Vila-Matas, tomada como obsesión.
Reelaboración. Todos los materiales sirven para Ángel Cerviño. La tradición, la vanguardia, las artes visuales, el cine, la música, la ciencia, la filosofía. Cualquier señal es óptima para reescribir la vida y sus muertes. El Ave Fénix solo caga canela no teme sobreinterpretar ni suprimir, tampoco devolver al presente los hallazgos anteriores. Un libro como un resbaladero por donde se reencarnan todos los significados del hombre.
Subjetividad. La objetividad como imposición, como nueva ideología que es necesario desenmascarar, porque lo subjetivo es lo casi único posible. Mejor aceptar la precariedad de una mirada incompleta, que fingir la autoridad de lo imposible. Los poemas de este libro no renuncian a esa incompletud, y se hacen fuerte desde ella.
Transferencia (de una pulsión en lo contrario). Siguiendo su lógica, los textos se proyectan desde su unidad dispersa hacia la boca del receptor, haciéndole partícipe de un mismo magma textual, enunciativo, donde han quedado desterradas, definitivamente, las fronteras entre autor y lector. Pero ese texto modificado en la fauce del otro regresa al propio libro regurgitado, transferido como una nueva pulsión, de modo que a cada lectura le sigue otro oscuro envés difícil de codificar. Contrarios que hacen de este libro una obra abierta. Casi todo permanece después de su aparente final. De aquí su vínculo, su acople a la aurora del Yo.
Nos encontramos ante un libro raro. Se acomoda mal a las nóminas manoseadas por los antólogos del momento. Aunque sí da cuenta de una cosa: que el panorama está cambiando, que tras décadas de solipsismo, figuración y encierro poético, empiezan a validarse como posibles nuevas aperturas antes desterradas. Ángel Cerviño, artista plástico, felizmente ahora poeta, contribuye a desentumecer ese recinto. Puede ser que a muchos lectores su propuesta les parezca árida, repetitiva, incluso impostada. Puede ser también que a otros les devuelva el riesgo por tentar los límites del lenguaje. De cualquier modo se trata de un texto valiente y honesto en su búsqueda. Como diría el propio Ángel Cerviño: Palabras que parecen contraseñas / Y no son más que conjeturas o versos.” Nada más y nada menos.
EGL
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