TRES LIBROS, TRES MUJERES: LENGUAJES Y SUJETOS COMO PROBLEMA



(...) Tampoco creo que la literatura nos pueda enseñar a vivir, pero las personas que tienen preguntas sobre cómo vivir tienden a recurrir a la literatura.

Judith Butler


Siempre hay una poesía que viene. Quiero decir, más allá de la insulsa idea de “novedad”, una escritura que avizora los límites de sus propios linajes, de sus referentes, de sus ataduras culturales, sin importarle el coste de destemplanza que eso pueda suponer. Una poesía-ser en la que se intuye la anticipación de los temas, cuerpos, vidas en las que estamos-estaremos habitados. Una poesía que se desliga de sí al mismo tiempo que se conecta con otras, hijas del temblor, como si fueran la hermana, la extranjera. Tres libros y tres mujeres. Una honda complicidad. Y una lectura que se me impuso entrelazada, igual que las cosas que llegan sin solución de continuidad. Tres libros que son uno. Tres libros que se dibujan (como lector) en la conmoción, la extrañeza y el asombro. Tres libros que exigen un desasirse de sí, en un ejercicio permanente de descentración. No son textos para mentes acomodaticias. Tampoco barreras infranqueables a las que temer.

# cosas dichas por otr@s sobre estos tres libros

Rubén Romero Sánchez, a propósito de “La curva se volvió barricada” de Ángela Segovia dijo:

Ángela, mujer lúcida que no juega a las vanguardias sino que trasciende “esa conversación inacabada entre géneros y modos de hacer”, acompaña su libro de un texto en el cual se interroga acerca de los límites del verso en particular y del lenguaje poético en general, y establece un concepto feliz: la insurgencia del sentido. Afirma la autora que desde los lenguajes poéticos (la poesía liberada de su sometimieto al papel y de la mano de otras artes que “sí han hecho un trabajo de actualización”) es posible descomponer “la visión sausureana del signo”, superando los “binarismos reductores” o las “rigideces de sentido”, y así “cabalgar el borde, la línea”, lo que para la poeta es “la más alta responsabilidad poética y política”. A partir de estos postulados, su libro se presenta como manifestación concreta de este nuevo modo de pensar, decir y hacer vivir la poesía, una forma de jugar con el límite y la ruptura del mismo (“Un lenguaje que salga y haga su cosa y nade por la barriada”).

Paula López Montero, a propósito de “La curva se volvió barricada” de Ángela Segovia dijo:

La curva se volvió barricada es un libro tremendamente singular que por su carácter, personalidad y propia filosofía –incluso la edición cuidada e independiente de la editorial– quiere situarse en la curva, en la vía que escapa de toda entidad o forma rígida. Concebido como un poema-poliedro de nueve lados, trata de desencajar el pensamiento, la tradición y la propia poesía, haciendo barricada, y finalmente proponiendo nuevos horizontes. Un texto lleno de subtextos, apóstrofes, bisagras y claroscuros, leyendas que guían e interrupciones, cortes, heridas, condensaciones, irreverencias, sutilezas, grandes punzadas a medio camino entre la intuición, el flujo verbal y una gran clarividencia. Ángela Segovia escribe: «Estoy pensando en la poesía como falla de la lengua, ya que va más allá de sus propias construcciones, sus técnicas y tecnologías; de alguna manera la poesía sirve para hacer un lenguaje que complica, abre, entorpece y amplía la comunicación. Es veladura cuando nubla, corta, desordena y embrolla los procedimientos normales de la comunicación verbal. Y es veladura porque el ejercicio es precisamente tapar para mostrar lo que de otro modo no se ve».





Rocío Acebal, a propósito de “Conjuros y cantos” de Sara Torres dijo:

A pesar de esta conexión con las raíces ancestrales de las sociedades, resulta complicado rastrear las huellas de los maestros de la autora gijonesa. No es difícil comprender la causa: la tradición heredada no ofrece muchos referentes para lo no normativo. Incluso la poesía homosexual ha sido, tradicionalmente, poesía en masculino. No es de extrañar, por tanto, que los versos de Torres estén marcados por la constante exploración de nuevos terrenos estilísticos y formales, ya que parten de la difícil pero necesaria creación de una tradición y una mitología propias, separadas de los cánones habituales. Su poesía es de constante descubrimiento y experimentación, abre un nuevo espacio en el que poder comprender su propia sentimentalidad (“Para qué buscarnos en esta lengua con la que no hemos nacido Blasfemar con esta lengua Abrir grietas al mundo insertar objetos por ranuras”).

La reflexión sobre el lenguaje, bien como perpetuador de costumbres o como iniciador del cambio, es pilar base de la obra. Ciertos versos nos recuerdan aquellas palabras de Ángel González “Cuando un nombre no nombra, y se vacía, / desvanece también, destruye, mata / la realidad que intenta su designio”. Es decir, las palabras tienen el poder de dotar de existencia a aquello que designan, de visibilizar o esconder las realidades (“No me visites Fingiendo tu inexistencia me mantengo a salvo // No te apelo Tu cuerpo se borra en mi silencio // Te agitas en la histeria del fantasma No te señalo Nadie te ve”). Es precisamente en estas reflexiones donde salta a la vista la profundidad del libro y los conocimientos de su autora, estudiosa de teorías queer y feministas.

Carmen Díez, a propósito de “Conjuros y cantos” de Sara Torres dijo:

La poesía de Sara se deconstruye y construye a cada paso; la ausencia de versificación y de puntuación es, quizá, una manera de depurar un lenguaje que intenta liberarse del sistema patriarcal. Esos huecos en los que cabe una coma, o dos puntos, son las grietas que nos dejan respirar, el resquicio de libertad creativa que obedece a nuevas estructuras. Entiendo Conjuros y cantos como una indagación y, al mismo tiempo, como el resultado de un trabajo aglutinador sobre las posibilidades de deformación del lenguaje. Una deformación capaz de erigir templos audaces y habitables.




Sara Torres, a propósito de “Tuscumbia” de Lola Nieto dijo:

En el temblor, la voz afectada por aquello con lo que existe en-contacto se des-localiza, se transfiere no a otro destino, sino a la continuidad del rebote encadenado; la percusión como fin en sí mismo. Lola Nieto, en su último libro, Tuscumbia, demuestra con gran belleza que es posible construir poéticamente, políticamente, mundos temblantes, resbaladizos, no deficitarios de las tradiciones del yo-identidad, yo dual mente-cuerpo.

Si tiemblo me escapo: / ¿qué forma tiene algo que tiembla? Si / tiemblo: / el límite se deshace se hace destello una línea mal / dibujada borrosa rota que palpita y / no señala no apresa o / contiene no contiene (p. 55)

En Tuscumbia, el yo enunciativo reconoce el límite del lenguaje y da paso a un yo siamés, esencialmente afectivo, inmanente, que Lola Nieto hace aparecer en la figura de dos niñas idénticas, animadas por una misma vida y unos deseos mismos; mamíferos y ciegos, de interior. Junto a las ¿niñas?, las hermanas, recorremos los pasillos de una casa-nido-estómago de imaginarios posibles. Ellas pronuncian y rastrean, voraces y livianas al unísono. Asertivas, perseverantes, son portadoras de un poder extraño.

Jéssica Pujol, a propósito de “Tuscumbia” de Lola Nieto dijo:

A menudo es más fácil hablar de los significados simbólicos de un poema que detenernos a interrogar su forma. Sin embargo, todos sabemos que la poesía es, entre otras cosas, una forma, un tipo de contenido, algo que la poeta presenta así y no de otra manera porque es así cómo ha transformado la realidad empírica en artefacto. La forma es, por tanto, el trazo de unos límites frente a la página en blanco, la concentración y desvelo de un mundo de significados frente al vacío, pero también el establecimiento de un diálogo insoslayable con los no-límites que la escritura incluye por omisión, dialécticamente. Una primera ojeada al último libro de la barcelonesa Lola Nieto, Tuscumbia (Harpo, 2016), nos descubre que Nieto es una poeta que trabaja estos límites a conciencia, aunque se trate de una conciencia que quiere abandonar el “yo” para regresar al “yo-otro” o, por lo menos, para habitar un yo/tú siamés que no por casualidad abre el primer texto del libro.

[…] Nieto nos coloca en el umbral entre el ser y el no-ser, un lugar que no lleva a ninguna parte pero que nos hace más libres porque nosotros, los lectores, somos quienes hemos de cortar y coser los sentidos textuales de Tuscumbia con precisión quirúrgica. Y asíasí continúa todo.




#subjetividad, #desdoblamiento, #sujeto, #transgénero

Los tres poemarios que tenemos delante, a mi parecer, se insertan en la herida del sujeto. Quiero decir, se plantean como centro de sus preocupaciones estéticas, políticas y semióticas el sentido último de esta noción tan revisitada por la filosofía contemporánea. Ser sujeto, ser cuerpo, ser voz-voces (ya sea como mujer, como hombre o como transgénero) implica reconocer eso que ya teorizara el antropólogo François Laplantine: que el sujeto es un “hacer en situación y en devenir”, no un “objeto, medio, utensilio, receptáculo y transmisor de información que prescinde de relaciones largas, lentas”. El sujeto “del conocimiento”, o sea, el sujeto que enuncia en solitario o en diálogo intersubjetivo, que poematiza “mediante” o “contra” la palabra, que abalanza su mirada sobre el mundo (desde una posición “cyborg”), no puede separarse del “sujeto de la acción” y del “afecto” que diría Laplantine. De aquí que toda subjetividad sea, a la vez, “sujeto del lenguaje”, “sujeto del inconsciente” y “sujeto del poder”. Los cuerpos-sujetos que protagonizan estos libros son, a la vez, cuerpos-sujetos del lenguaje, del inconsciente y del poder. En ellos asistimos a desdoblamientos, fisuras, heridas, violencias, vulnerabilidades, decires, conjuros, balbuceos, en conversación continua con una realidad consciente e inconsciente que jamás termina de estabilizarse. Veamos tres ejemplos breves de esto (primero en Segovia, luego en Torres, para acabar en Nieto):






#lenguajeos, #renombrar mundo, #verso proyectivo, #contra la buena letra, #deslectura, # performatividad, #poemas que no terminan, se interrumpen, #deslectura

Pero estas obras comparten además una profunda preocupación por el lenguaje entendido como problema. Ahora bien, no se trata (creo) tan sólo de abordar los límites del decir, el temblor de la palabra, el impacto de lo no dicho, la economía política de la lengua, la eterna fluidez de las comunidades de habla, la permuta obstinada entre voz y silencio… no… en estas autoras, la inquietud que se abisma y se muestra más desasosegante es el propio verso, la propia continuidad existencial del “ser poético” en medio de un mundo arrasado por la narratividad (homogénea) de los idiomas del poder. Sus libros son como gritos contra esos robustos ideolectos. Alaridos lanzados al territorio de lo común, de lo comunal, en un intento decidido (y valiente) por agujerear esa aparente fortaleza del poder lingüístico normativo. No obstante, más allá de disquisiciones estilísticas o filológicas, las escrituras de Segovia, Torres y Nieto parecen regresar y respirar sobre muchas de las categorías lanzadas en los años cincuenta por Charles Olson en torno al “verso proyectivo”. Sus poéticas vuelven a poner encima de la mesa (en tensión con las nuevas circunstancias históricas de nuestras sociedades neoliberales, patriarcales y en crisis) cuestiones como, por ejemplo, la “kinética” en “la composición por campo”, esto es, la posibilidad de una transferencia de energía del poeta al lector a través de un tipo de composición que huya de estructuras cerradas, codificadas, estabilizadas previamente. Lo que pasa es que esta kinética olsoniana tiene en estas autoras, me parece, una bidireccionalidad (poeta-lector, lector-poeta) muy intensa, una dimensión “bioliteraria” (por utilizar el término de Germán Labrador) de enorme calado. Las diferentes secciones de los libros, sus tipologías compositivas, su dislocación en la página, la visualidad de la mancha de escritura, el uso de diferentes recursos gráficos, el permanente posicionar al lector en un papel activo, incómodo, de “deslectura”, permiten producir un efecto de intersubjetividad agudo y constante. No me parece casual, en este sentido, que estas tres autoras se preocupen además por la performatividad, la puesta en escena, de sus propios poemas. Un rápido repaso en youtube por algunos de sus “¿recitales?”, es suficiente para tomar conciencia de hasta qué punto sus ansiedades por el “ser poético” van más allá de la materia “libro”, más allá de las formas en que se relacionan escritura y lectura. Se convierten en auténticos rituales, conjuros, invocaciones telúricas, al mismo tiempo que intimidades polifónicas. Si tuviera que resumir esta “nueva poematicidad” que subyace a estos tres libros, sería algo así como el intento por atraer al “ser poético” todo lo vivo, por encima de las propias precariedades y limitaciones del lenguaje poético.

#oniria

Y una última cosa. Hay algo que me ha fascinado en estos tres libros. Se trata de todo un repertorio simbólico emergente, revelador, como un poblar imágenes, escenas, situaciones oníricas (ese “sujeto del inconsciente” del que hablábamos antes) que no había reconocido de forma similar en otros textos recientes. No sé explicarlo bien, los mundos delirantes, alucinados, que atraviesan muchos de los poemas son, a la vez, distantes y extraños, herméticos, pero al mismo tiempo tienen una temperatura cercana, copresente, reconocible. En ese intersticio parecen revelarse de manera desnuda. En esa liminalidad traquetean como impulsos que percuten sobre nuestras conciencias.


Referencias bibliográficas:








Lorde, Audre (2003). La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias. Madrid: Horas y horas.
Laplantine, François (2010). El sujeto, ensayo de antropología política. Barcelona: Edicions Bellaterra.

Haraway, Donna (2014). Manifiesto para cyborgs. Ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX. Madrid: Puente Aéreo.


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