Aprendí a no mezclar la vida con
la literatura, porque en el juego de las dos ficciones siempre hay una que se
come a la otra. Una vez una chica a la que amaba me echó de su casa en plena
madrugada tras leer unos poemas. Inoculó sus miedos en mis metáforas y sus
miedos se hicieron reales en cada verso. Aquello me confirmó que la literatura
tiene filo y que no se puede coger de cualquier manera sin cortarte, tenía las
manos y la lengua llenas de cicatrices, así que decidí tomar distancia.
Raúl Quinto
La
condición de “paternidad” no cuenta en la literatura reciente escrita en España
con demasiados ejemplos. No así en otras tradiciones literarias, pensemos en Michel
Houellebecq, Eugen Ruge, Paul Auster, Philiph Roth, donde sí parece haberse
hecho un hueco entre los “topoi” esenciales del arte narrativo. Quizá por ello,
a mi juicio, Raúl Quinto demuestra valentía y audacia al aventurarse en un
campo donde no existen demasiados referentes con los que dialogar y tensar la
voz.
Hijo
es un libro de fragmentos en prosa. Quiero decir, Hijo es un collage de 31 prosas donde habitan emboscadas la poesía,
el ensayo, la historiografía y las ciencias. Ahora bien, como dijera Roberto
Bolaño en aquella entrevista mítica en Chile (“La Belleza de Pensar”), “alguna
de la poesía más pura se encuentra entre las páginas de libros de narrativa”.
Creo que esta sentencia es ajustada a este texto. Antes de adentrarme en
algunos elementos que me ha sugerido su lectura, diré que la primera impresión
pendulea entre la “intensidad” vertical de la propia experiencia narrada y, al
mismo tiempo, la serenidad lúcida del sujeto que indaga y reflexiona sobre emociones
tan agudas e indescriptibles. En esa tensión bifronte, nunca resuelta, creo que
se enraízan muchos de los logros de este libro.
Desnombrar(se).
Dice
José Daniel Espejo: “El característico fraseo de Quinto pespuntea con agudeza
materiales heterogéneos, entre la sociología y el sueño, para armar artefactos
de apabullantes complejidad y virtuosismo. Una vez más, la caótica (pero
tremendamente sugestiva) forma del autor de habitar la cultura, llenándola de
túneles insospechados para conectar puntos luminosos, sirve de motor para un
viaje literario de gran envergadura.” Estoy de acuerdo con esta afirmación.
Ahora bien, este “habitar la cultura” que tiene Quinto, su mundología, posee
para mí un clima característico. En cada uno de sus últimos libros (Idioteca, Yosotros), un acontecimiento, ciertas prácticas sensibles, determinados
personajes, sirven como territorio adecuado para desestabilizar y “desnombrar”
aquello ante lo que, aparentemente, nos encontramos. Como si sólo “desleyendo”
la realidad social y embridándola luego a oscuras lateralidades de la cultura y
la intrahistoria, fuera posible escarbar su verdad. En este caso, la
experiencia de paternidad, la presencia abisal de ese nuevo ser, latiendo, como
es un hijo, sirven al autor no tanto para reconstruir y problematizar los balbuceos
emocionales de tan potente hecho, sino para desplegar un movimiento convulso de
preguntas, indagaciones e hipótesis culturales que “reposicionan” las
categorías heredadas y abren agujeros en su conciencia. La literatura de Quinto
es una literatura de lo “no resuelto”, de aquello que permanece en bifurcación,
que se desdobla, que muestra su fricción y rozadura. Así, el hijo que llega, la
paternidad que arranca, la familia que se gesta, no se vuelve simples
instituciones de lo humano, sino “una toma de conciencia sangrienta del tiempo”,
un “libro que se asfixia de lenguaje”, “que le cuesta ser libro”.
Abismo(s).
Dice
Elena Costa: “El envite de Quinto es fascinante, porque, sabedor de que «necesitamos
la palabra para hacer pie en el abismo», su aullido paternal reinventa el
mundo, el lenguaje, la ciencia, el mito, la historia, mientras Buda y Lamarck,
Napoleón y el dios Tezcatlipoca se pasean por estas páginas para corroborar que
no hay solución, que hay que «contar para cre(c)er en las palabras». Crecer en
las palabras. Ahora bien, crecer en las palabras “en las que no cree” el autor,
pero que precisamente por ello “no para de hablar”. Crecer en las palabras que
no mezclan, como dice en la cita inicial, “vida” y “literatura”. Crecer en las
palabras “que están llenas de cicatrices”. Crecer en las palabras que, como la
vida, son “música y dolor”. Estos 31 fragmentos se me volvieron como una
especie de voz sonámbula atravesando la noche, palpando sus recovecos con la
candela casi apagada de la poesía, vuelta un instrumento especialmente útil
para templar un “libro que no es un libro”, o mejor dicho, “un libro sobre la
posibilidad del libro”. Por eso, la paternidad como topoi en Quinto, acaba por transustanciarse en la revisitación de
ciertas preguntas existenciales presentes en la historia del hombre. Justo ahí,
me parece, crece este libro. Sabe urdir, con habilidad de narrador y poeta, el
tejemaneje de lo íntimo y lo colectivo, de lo introspectivo y lo exterior, del
sujeto y lo extranjero, de lo intuido/soñado y lo pensado, de la materia y la metafísica.
Nada del mundo le es ajeno a Quinto. Pero todo se vuelve “extrañamiento de sí”
ante lo cual, y aquí radica creo su valentía y audacia, no se amilana sino que
lo abraza con furia para buscar todas las posibilidades “de lengua” que se le ofrecen.
Referencias bibliográficas:
Espejo, José Daniel
(2017). Recuperado de enlace: http://www.lagallaciencia.com/2017/05/hijo-de-raul-quinto-y-entrevista-al.html
Costa, Elena (2017).
Recuperado de enlace: http://www.elcultural.com/revista/letras/Hijo/39535
Quinto, Raúl (2017). Hijo. Madrid: La Bella Varsovia.
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