LA AUSENCIA COMO RAZÓN DE SER DE LA ESCRITURA



Es difícil escribir cualquier reseña de unos materiales que desafían su propia presencia. No en vano, con justa prevención y cautela, desde la editorial se nos avisa en la nota que abre este volumen de lo siguiente: “El propósito de esta antología es ofrecer un primer acercamiento de esta obra rigurosamente inédita en castellano, y hacerlo de un solo trazo, presentando los textos en su desnudez originaria, huérfanos de un aparato conceptual previo que en forma de introducción teórica pudiera ampararlos, despojándolos de la intemperie en que fueron concebidos. Al contrario, creemos que la fuerza de estos textos es su despojamiento, el grito afónico que parece emanar de esos mundos ensimismados y dispuestos a desplegarse en secuencias arrítmicas, en fracturas cuidadosamente diseñadas, en desvíos y torsiones de todo tipo.” Tras leer esta advertencia, cualquiera se atreve a pergeñar acaso unas líneas, algunas tentativas fugaces de lectura. Pero la obra de Danielle Collobert bien merece bucear en sus inseguridades, en esa intemperie tan abrupta de la que se nos informa. Por eso el sentido de esta aproximación no es tanto “perimetrar” lindes interpretativas, sino más bien perderse en su laberinto perturbador.

Para quienes no hayan oído hablar nunca de esta autora (como era mi caso antes de hacerme con el ejemplar), digamos sólo que nace en Rostrenen, en la Bretaña francesa, en 1940 y muere en París en 1978 tras suicidarse el día de su cumpleaños. De madre institutriz y padre militar (gustosos de la lectura y la pintura según parece), la familia se traslada a París, al barrio de Belleville, siendo la escritora aún muy niña. Es allí donde entra en la escuela primaria y hace sus estudios en el Liceo Victor Hugo. Poco se sabe de su vida, aunque hay dos vicisitudes de cierta importancia. Su implicación militante entre 1961 y 1963 en el Frente de Liberación Nacional argelino (contra la ocupación colonial francesa), que la obligará a pasar temporadas de exilio en Italia, y sus permanentes viajes por el mundo (Lejano Oriente, norte de África, Sudamérica, Estados Unidos, Europa) que la llevarán a sacrificar, incluso, su apartamento parisino. Dejó publicados varios libros: Meurtre (1964), Dire I y Dire II (1972), Il donc (1976) y Survie (1978), así como un diario y textos para la radio. Toda su obra ha sido reunida y publicada en Francia en la editorial P.O.L.



Un diamante negro

De este modo tan contundente califica Françoise Morvan la obra de Collobert. En esa contradicción radical, hallaríamos quizá una primera imagen más o menos precisa del efecto que produce su lectura. Si echamos un vistazo a otras aproximaciones realizadas a su obra, como la de John Taylor (a propósito de la traducción y publicación en inglés de sus libros), empezamos a siluetear ciertas pistas que nos ponen sobre aviso en torno al tipo de materiales que tenemos entre manos. Se trata de una lectura desasosegante, obsesiva, que interpela sin piedad y frente a la cual no siempre se tiene capacidad de reacción. Unos textos que, de acuerdo al propio Taylor, “se mueven en la cuerda floja, suspendidos en el más desolado de los abismos posibles”. Un “viaje interior” hacia la desestabilización del sujeto, hacia la ambigüedad de géneros (las voces narradoras de los poemas/prosas alternan lo masculino y lo femenino sin solución de continuidad). Un arrastre hacia la “impersonalización” entendida como un “salir de sí”, como una suerte de “de-subjetivación” que cuestiona el propio “yo poético”. Una paulatina consciencia de la escritura como “tierra de nadie”, como “imposible discurso” en la línea de cierta tradición francesa (Rimbaud, Jabès…) y becketiana. Una “sintaxis rota”, “drásticamente minimalizada”, que balbucea, se contradice, avanza y retrocede en permanente vacilación. Un “diálogo de cuerpos sin voces”, adscritos a una casi total indeterminación sexual y geográfica… Como podemos ver, pocos son los anclajes a los que podemos asirnos, de ahí quizá la intemperie que se nos presagiaba en la nota de apertura de este volumen. Veamos algunos ejemplos en palabras de la propia Collobert:

Me han torturado, amasado, dilapidado, pisoteado. Mis huesos son un desmenuzamiento. Ya no tengo apoyo. Yazgo tendido, paralizado por siempre. Si a alguien se le ocurre la idea de alzarme, en pie, me derramaría como una gota de un líquido cualquiera, sin forma. Una masa. Es una sensación a partir del cuello. Tal vez hayan respetado mi cabeza; ya no puedo saberlo, no es más que una suerte de intuición. Ningún vacío manifiesto – ningún dolor.
Cuando aferraron mis puños y, en el yunque, los aplastaron bajo una enorme piedra, mis manos descoyuntadas tan sólo fueron atravesadas por un fulgurante deseo de desvanecimiento, de aniquilación. Ya no sufro – muero dulcemente, sin fin. No es imposible que esté sobreviviendo a un dolor más profundo que el propio desmenuzamiento. Sin embargo, aún siento mi cuerpo – no con claridad, sino de una manera difusa, impalpable. Trato de imaginar una parte – mi muslo, o mi espalda, por ejemplo – pero ninguna sensación real, poderosa, responde a este esfuerzo. Así pues, ya no sé nada de mí. Aguardo. Aguardo el fin. El sobresalto.
(de Meurtre / Asesinato, 1964)

entre los muros blancos – la misma angustia cien veces encontrada – bloqueada en el instante – el tiempo denso – fugitivo – tras el que hay que caer de nuevo – cada vez – en la confusión – el magma – la carrera enloquecida de un pensamiento al otro – en todas direcciones – lo cotidiano real – el ensamblaje incierto del mundo – en la mente o al fondo – en algún lugar
en alguna parte – ese lugar buscado desde hace tanto – tantos intentos – viajes al interior – la mayoría de las veces con ideas de agresión – tomar por asalto ese lugar – aplastarlo destruirlo de una vez por todas – que sólo quede una superficie lisa – aflorando a la mirada – a los labios – dócil a la voz aplacada – dormida – nada que pueda interrumpir el sueño – sepultado – o el entumecimiento – esta vez las manos podrán transcribir con dulzura palabras – sin crispación repentina – sin desgarramiento imprevisto
(de Dire II / Decir II, 1972)

apretado el cuello por la cuerda despertar
temblor despertar
quemado consumido bonzo
revienta cuerpo
fuera de las manos caricias
lejos de los labios bebido
recuerdo del cuerpo
dejando ir presente el instante supervivencia
sin saber sobre qué abrir la energía a lo imaginario respondido
balbuceos apenas a los desgarros
los gritos al borde de las heridas no bastan
hundido negro en el baño de sangre
a trabajar sus venas por palabras
yo palabra abrirse boca abierta decir vivo a quién

(de Survie / Supervivencia, 1978)



A ras de cuerpo

Debo reconocer que cuando me acerqué por primera vez a esta antología tenía miedo de enfrentarme a unos materiales demasiado herméticos, des-encarnados. Me inquietaba la posibilidad de hallar poemas radicalmente introspectivos, desenchufados de la vida, que no ensamblaran eso que los ingleses llaman el “viaje interior” y el “viaje exterior”. No fue así. Danielle Collobert me introdujo de lleno en una problemática desnuda que, muy al contrario, palpita en el vértice inhóspito del ser humano. Me estoy refiriendo a la propia subsistencia del sujeto, a ese “ensamblaje incierto del mundo” donde un yo precario, inestable, roto, trata (de manera casi infructuosa) de establecer una ligadura con la alteridad. Y encima, para llevar a cabo ese acoplamiento dispone, entre otras, de la herramienta fundante del lenguaje, la escritura en una de sus variantes, que también se le revela imposible, precaria, inestable y rota. Ahí radica, a lo mejor, una de las extremas orfandades de la propia existencia. Y todo ello lo hace poniendo el cuerpo, su cuerpo, en el centro de la acción, sin eludir la propia materialidad de lo vivo, asumiendo eso que Judith Butler en su último libro denomina la “performatividad corporalizada”. Ahora bien, huyendo de toda tentación figurativa, autobiográfica, indicativa de un lugar, un tiempo, un género concretos. La “impersonalización”, que decía Taylor. Porque de este modo la experiencia encarnada de esa precariedad se vuelve universal, se vuelve compartible, se vuelve (creo) una cualidad terrible e intrínseca de toda persona. Si la identidad, el yo, es una cosa precaria, lo es también cualquiera de sus traducciones nomológicas. Los pronombres, los sujetos gramaticales, la enunciación, desaparecen, desestabilizando todo aquello que antes parecía firme. Nos dice Collobert:

su voz desciende – se aleja en los pliegues – sus labios se entreabren – palabra – silencio – no – ruidos del cuerpo – rumores – intenta oír – contiene el aliento – oye – a lo lejos – profundo – oscuro
historia iniciada ahí – lo inarticulado – el rumor sordo – voz iniciada ahí – acaba ahí – a ras de cuerpo
Pero querría detenerme en esta noción clave de “impersonalización”. Complementariamente a lo que plantea Taylor, mi lectura de Collobert iría más bien hacia la instalación en el centro del conflicto textual (y por tanto de la propia existencia) de la dialéctica entre subjetivación-desubjetivación (en los términos que la formula Etienne Tassin) o, por buscar otra analogía filosófica, en el marco del problema analizado por Paul Ricoeur de la identidad personal escindida entre “mismidad” (¿qué soy?) y la “ipseidad” (¿quién soy?).

Para Tassin “la subjetivación designa un proceso y no un estado (una situación, un estatus o un principio del ser)”. Lo que ocurre es que este proceso no es simplemente el de un “llegar a ser sujeto”, como si pudiera darse por entendido que sabemos lo que significa "ser sujeto". Es más bien el proceso de un llegar a ser "x", proceso que no puede fijarse, estabilizarse bajo la forma “sujeto” de antemano, sea cual sea el sentido en el que se tome este término. Debería entonces decirse que donde hay “subjetivación” no hay “sujeto”, ni en el origen del proceso ni en su culminación (como mucho en su horizonte, pero un horizonte que, como todo horizonte, no tiene porqué ser realizado). “La subjetivación definiría así un extraño «llegar a ser sujeto» incesantemente diferido, el devenir inacabado del sujeto (y no su acabamiento), o incluso el devenir sujeto en el no acabamiento de sí, en su diferencia [différance] (en el sentido de Derrida)”. Se trataría, por tanto, no de un llegar a ser sí mismo, sino un llegar a ser “no-sí-mismo”, o no un “sí mismo completo”, o el devenir de un sí mismo “difiriendo incesantemente de sí”, no coincidiendo jamás consigo ni con un "sí mismo" (en la forma del sí mismo heredada). En resumen, la noción de Tassin acerca de la subjetivación es la de la producción de una “disyuntura”, de una “des-identificación”, de una “salida fuera de sí” más que la de un “devenir sí mismo”. “Una salida fuera de sí” más que una “apropiación de sí” o un “recogimiento de sí que identifique un ser a lo que es, o a lo que se supone que debe ser, o a lo que desea ser, o incluso a lo que se le exige que sea”.

Vista desde esta perspectiva, la “impersonalización” de Collobert quizá pudiera arraigarse en la “salida fuera de sí”, en una situación en permanente tránsito, en una imposibilidad de horizonte subjetivo duradero, un “no acabamiento de sí” que la lleva a destruir la sintaxis, a arrasar con el “yo” predefinido, a desdibujar cualquier estabilidad, a colocar la muerte en el centro de la narración poética, a aprovechar hasta su último aliento recurrencias semánticas por antonimia como la antítesis, la cohabitación, o el uso del asíndeton y la interrupción… Y todo ello mediante una escritura que, ella misma, asume “a ras de cuerpo” esa misma “des-identificación”. A mi juicio, lo que tiene de “despojado”, de “grito afónico”, de “secuencia arrítmica” en “fracturas cuidadosamente diseñadas”, podría guardar alguna relación con esta vislumbre desolada (y desoladora) de la “disyuntura” que plantea Tassin.  No sé. Puede que sea descabellado lo que planteo. Pero leo a Collobert y se me viene de forma constante esta idea:

lanzado al caos sin armadura
sobrevivirá o no resistencia a los cuerpos la duración dilatada de vida
yo partido la exploración del abismo
tanteando contra el día
ya esposas en manos los estigmas en los puños
en los pies los hierros las cadenas
la distancia de un paso la unidad de medida
yo rascando el suelo con eso
arrastra el ruido en el espacio
en el primer lugar en la banda sonora del Prometeo
el buitre en la garganta
a golpes a sangre devuelto sin fin hacia el silencio
en medio de la frente el llano desierto futuro
detrás oculto acaso el cuerpo aglomerándose

Vivimos un tiempo histórico de incertidumbres. Nuestras seguridades como sujetos hace tiempo que se esfumaron, que se vieron comprometidas. Ahora más que nunca la propia inestabilidad ha dejado de ser una mera problemática filosófica, para ocupar el escenario cotidiano de nuestras vidas. La familia, el trabajo, el barrio, la escuela están preñados de esa misma inestabilidad. Por eso creo que leer a Collobert es interesante. Porque, aun en su desesperanza, nos fortalece en la toma de conciencia de esa precariedad. Y quiero pensar que, como primer paso para la rebeldía, nos toca conquistar nuestro propio hambre.

Un último apunte. Felicitar de forma sincera a Kokoro Libros (Lola Nieto, Laia López Manrique y Antonio F. Rodríguez), colección independiente de la editorial Kriller71 por la aventura que comienzan. Esta antología es una valiente muestra de su tenacidad.


Referencias bibliográficas:

Butler, Judith (2016). Cuerpos aliados y lucha política. Barcelona: Paidós.
Morvan, Françoise (2016). Toujours lentement le même temps. Recuperado de enlace: http://francoisemorvan.com/recherche/edition/danielle-collobert/
Ricoeur, Paul (1996). Sí mismo como otro. Madrid: Siglo XXI.
Tassin, E. (2012). De la subjetivación política. Althusser/Rancière/Foucault/Arendt/Deleuze. Revista de Estudios Sociales, 43, pp. 36-49.
Taylor, John (2016). Reading Danielle Collobert. Recuperado de enlace: http://www.dalkeyarchive.com/reading-danielle-collobert/


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