Había
pasado todos esos meses, de principios de abril a finales de marzo, hundido en
la laguna, a veces turbia, a veces clara y transparente, de su existencia.
Muchas veces había estado durante un tiempo capturado por un escritor o un
filósofo, y había pasado meses hundido en la masa de escritos de un autor —por
ejemplo Malcolm Lowry o Jean-Paul Sartre— y había leído todo lo escrito por él
y todo lo escrito sobre él, pero ahora, aunque el sistema, para verlo así, era
el mismo, todo era distinto porque el sujeto de la investigación era él mismo,
el sí mismo, dijo con una carcajada. El sí mismo, el en sí de uno, pero como
uno no es uno, sino otro y otro, en un círculo abierto, se comprende que la
forma de expresión debe ser fiel a la contingencia y al desorden y que su único
modo de organización debe ser el fluir de la vida misma.
Ricardo Piglia
Llevo
un tiempo leyendo diarios. Hay algo en esa clase de materiales que me fascina. Desde
la primera vez que me topé con “El oficio de vivir” de Cesare Pavese, no he
parado de vez en cuando de detener mis lecturas en curso, y volver sobre las
obras autobiográficas como tratando de encontrar respuestas. Suele coincidir
con momentos decisivos (y algo desorientados) de mi propio trabajo literario. La
prosa que se desenvuelve en los libros memorialísticos constituye un territorio
especialmente apto para la reflexión “aparentemente” metaliteraria. Sin
embargo, no están ahí los atributos que más me interesan. Más bien al
contrario. En la escritura de dietario, sobre todo cuando es buena, lo de menos
(para mí) es el costado del “yo biográfico y sus anécdotas”, y lo de más la
perplejidad sobre el mismo hecho de escribir, el temblor de la propia
subjetividad, las conexiones infinitas entre el ser íntimo, existencial, y el
ser histórico, social, que aflora en cada instante sin que el autor lo quiera.
Incluso más allá. Mi lectura de diarios está completamente atravesada por esta
cita de Franz Kafka que que sigue resumiendo a la perfección las
contradicciones de este tipo de obras:
“La
escritura me niega. De ahí mi plan de investigaciones autobiográficas. No
biografía, sino búsqueda y descubrimiento de elementos lo más reducidos
posible. Ahí es donde me edificaré luego, igual que un hombre cuya casa se
tambalea quiere construir una sólida al lado, a ser posible sirviéndose de los
materiales de la vieja. Lo que sin embargo resulta molesto es que las fuerzas
le fallan a mitad de la construcción y que, en lugar de tener una casa
tambaleante pero entera, ahora tiene una casa medio destruida y otra medio
acabada, es decir, nada. Lo que sigue es pura locura, es decir, algo así como
un baile de cosaco entre las dos casas, baile en el que el cosaco rasca y
despeja la tierra con los talones de sus botas tanto tiempo como es necesario
para que su tumba se excave bajo él.”
Los diarios de Emilio Renzi
constituye el tercer volumen, y última entrega completa, del autorretrato que
el propio Ricardo Piglia trazara de sí mismo. Durante más de cincuenta años Renzi
fue su álter ego, el personaje de sí mismo, recogido minuciosamente en
distintos cuadernos que fueron traspasando décadas y lugares. En este ejemplar
encontramos tres materiales muy distintos. La primera parte se titula “Los años
de la peste” y trascurre entre 1976 y 1982. Un periodo criminal para la
historia argentina que se filtra como veneno en las páginas de la obra. Estremece
esa vida al borde al miedo, en una Buenos Aires asfixiada por la brutalidad y
el crimen. Y cómo incluso en circunstancias tan difíciles, la vida hecha escritura
se impone, bracea contra las circunstancias. La segunda parte, “Un día en la
vida”, es una narración “en la que Renzi cede la palabra y se convierte en
personaje contado en tercera persona”. La tercera parte lleva por título “Días sin
fecha”, y tal y como se nos dice en la contraportada “reúne anotaciones de los
últimos años, en las que se evocan instantes de felicidad, la última clase en
Princeton y la aparición de la enfermedad que de modo lento pero implacable
impone su ley”.
La
lectura de este libro ha sido muy reveladora para mí. Me ha permitido entender con
mayor profundidad varias dimensiones esenciales de la literatura. La primera de
ellas es tomar conciencia del hilado de “la realidad en la ficción”, y sobre
todo su vuelta, la “ficción en la realidad”. Cómo ambas laderas de lo literario
se superponen, se cruzan, habitan nuestras vidas disolviendo toda apariencia de
solidez. La literatura es siempre porosa, líquida, y no porque vayamos ahora a
repensarla desde esas categorías tan posmodernas que se hicieron famosas hace
ya algunos años de la mano de Zygmunt Bauman, sino porque por muy sólida y
compacta que parezca ser la experiencia literaria, su reflejo nos deja casi siempre
un poso de indecibilidad. El mundo que se traspira en lo literario desestabiliza
el propio mundo, lo descompone, lo problematiza, lo bifurca. Los “yoes” se
vuelven “otros”, los “otros”, “yoes”. Piglia que es Renzi que es Piglia, se
vuelve escritura, es decir, no sólo un ser o un no ser, sino sólo escritura, y
en tanto escritura el sujeto inoculado se desplaza de lo ficcional a lo real en
un camino iterativo constante. “El en sí de uno” es su completa desestabilización,
su “borradura”, la imposibilidad de fijar límites entre el ser interno y el
mundo real y ficcional que lo componen. Por eso, al leer estos diarios, lo que
me ha deslumbrado no sólo era la peripecia moral, intelectual, cotidiana del
Piglia-Renzi en diferentes momentos históricos, sino sobre todo su paulatina
disolución como sujeto en escritura. O mejor dicho, en un “ser para la
escritura”.
Otra
de las dimensiones que me han resultado fascinantes de este libro es seguir
constatando que eso que pomposamente llamamos individualidad, no es más que una
heteróclita, dispersa, indescifrable, vulgar, plural y vaporosa realidad. Si la
prehistoriadora Almudena Hernando lo llamó “fantasía de la individualidad”, en
un texto memorable sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno,
Piglia (a través de su propia vida) parece invitarnos a someter a
distanciamiento crítico cualquier veleidad de “yoísmo”. Quienes busquen una
literatura autobiográfica, que se desengañen, lo que encontraran es un poderoso
artefacto literario, pegado a la vida, que problematiza todos y cada uno de los
fundamentos que componen la existencia ordinaria del hombre. El trabajo, el
pensamiento, el amor, las dificultades materiales, el propio trabajo de
escritura, las comidas, los apartamentos, los viajes, los periodos de silencio,
las cenas, las conversaciones, el aburrimiento, se vuelven la materia
biográfica que paulatinamente se irá desliendo. Es entonces cuando la escritura
se apropia del ser, cuando lo amplía. Y es entonces también cuando le lector se
disgrega y se da cuenta de su propia contingencia.
Leer
a Piglia-Renzi tiene algo de familiar. Parece que uno lleva buena parte de la
vida compartiendo lo poco que se es. Su fraseo es natural, complejo,
tremendamente sencilla a la vez, directo cuando necesita ser directo, demorado
cuando necesita pausar el tempo de las reflexiones. No dice todo lo que quiere
decir, deja que el lector complete. No reconstruye con detalle cada atmósfera
porque haciendo uso de una economía de lenguaje admirable, administra a la
perfección la riqueza de su prosa. Eso lo aprendió bien de la literatura
norteamericana. No sé, son tantas las cosas que se podrían decir de este libro…
Quizá lo mejor sea que se revele tal cual es, recomendando su lectura de manera
encarecida.
Sirva esta reseña de homenaje a un escritor que nos dejó recientemente y por el que siento una enorme admiración.
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