LA PAZ DE LAS COSAS SALVAJES



Butoh es enfrentarse a un cuerpo desconocido.

Daniela Camacho


Sobre el libro de una escritora mexicana que viajó al Japón y aprendió el paréntesis del miedo

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El butoh es un conjunto de técnicas de danza creadas en Japón durante los años cincuenta por parte de Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata.

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Ana Vidal Egea dice:

El propósito del butoh es recordar que no sólo somos humanos. Cuando Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno representaron esta danza por primera vez hace casi sesenta años, Japón se escandalizó ante las caras grotescas de los bailarines y sus movimientos febriles, sexuales e irracionales; bizqueaban, imitaban el comportamiento animal, tenían espasmos, reproducían gestos de sufrimiento, temblaban como si se estuvieran electrocutando, ofrecían un espectáculo macabro y, por encima de todo, daban miedo.

Es el subconsciente el que marca el ritmo y dicta los movimientos. “Es el alma la que danza, el cuerpo le sigue”, dijo Kazuo Ohno. El bailarín ha de olvidar las limitaciones de su cuerpo y debe adoptar la forma de los cinco elementos (en Japón se incluye el vacío a los cuatro habituales) así como de reptiles y anfibios; puede ser agua, después serpiente. La disciplina, sin embargo, es ardua, los movimientos son extremadamente lentos y exigen precisión. El butoh es un lamento bailado, un retorcerse en nuestra condición humana. Una de las referencias visuales de sus creadores fueron los cuerpos medio muertos que se arrastraban entre los escombros tras la detonación de la bomba nuclear de Hiroshima.

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Itzíar de Francisco dice:

Esta danza surgió en Japón en 1959 de la mano de Tatsumi Hijikata, artista de vanguardia al que le bastaron cinco minutos de actuación para escandalizar a la audiencia y crear un nuevo estilo. Hijikata (muy influido por Baku Ishi, el padre de la danza moderna japonesa) llevó a escena en su obra Forbidden Colours un texto de Mishima que abordaba el tema tabú de la homosexualidad. La sorpresa fue aún mayor cuando en mitad de la representación una gallina era estrangulada entre las piernas de un hombre acurrucado.

La escasa politización de la danza en Japón durante la ocupación norteamericana liderada por Douglas Mac Arthur (a diferencia del Kabuki, castigado por la moralizante reforma Meiji y más tarde mirado con sospecha y sometido al escrutinio de la censura norteamericana) permitió la experimentación en este campo, que culminó con Forbidden Colours. En colaboración con Kazuo Ohno, Hijikata creó un estilo influido por las danzas rurales japonesas (como reacción a la occidentalización que sufrió la escena nipona durante la ocupación).

De la devastación de la bomba atómica surge una conciencia de humanidad muy fuerte que echa sus raíces en este arte preocupado por las sutilezas del alma, un alma que no quiere agradar (de ahí lo grotesco de sus imágenes) sino expresarse. Así, un cuerpo envejecido o castigado por la enfermedad puede ser expresado mediante el Butoh, como hizo Kazuo Ohno en sus interpretaciones de la vejez, donde aparecía en un estado de delgadez extrema. En definitiva, busca la libertad de la carne, lo que conlleva una exploración del inconsciente (de ahí el término “oscuridad” asociado a esta danza).

Algunos de los recursos expresivos utilizados en el Butoh son el uso de la pintura blanca en el cuerpo (aunque algunos artistas emplean el rojo, el negro, el plata y el dorado, y otros no usan ninguna coloración), las cabezas rapadas, las bocas abiertas, los movimientos lentos y las posturas inspiradas en los muertos. Sin embargo, estas características no son indispensables para realizar danza Butoh, ya que el único requisito obligatorio para que ésta se produzca es expresar la mente y el cuerpo del danzante, lo que ha generado una gran variedad de estilos que Kan engloba en tres corrientes: “los seguidores de Ohno y Akira Kasai (basado en la improvisación), los alumnos de Hijikata y una corriente más visual anterior al Butoh”.

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Daniela Camacho es una poeta y traductora mexicana que, presencia animal, un día llega a Japón, entra en contacto con la Experiencia butoh y escribe un libro.


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Pero ese libro no sólo arroja un diálogo poético con la Experiencia butoh, es la experiencia butoh misma, es su inicio,  su deslizarse hacia otro cuerpo y otro lenguaje que se hinca dentro de si hasta encontrar su despojada realidad.

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Del mismo modo que Tatsumi Hijikata entendió que tras la derrota, tras la mayor de las humillaciones, era necesario componer una danza de la oscuridad capaz de sustanciar el nuevo cuerpo de la postguerra; Daniela Camacho, observadora del tiempo histórico que nos ha tocado vivir, mediante una semantización poética de “lo aquí-butoh” (en diálogo con la vida y obra de Hijikata) compone una escritura que funciona como iceberg. La parte visible es la paz, el signo, la imagen, el minúsculo trozo de lo orgánico, pero debajo, velado en lo profundo están las cosas salvajes, las cosas desesperadas que horadan nuestras vidas.





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Abro el libro. Recorro sus diferentes secciones. Me sumerjo, como enfebrecido, en el pulso de las cosas temidas, y lo que encuentro es una poesía que traduce la ambivalencia, la contradicción, la pulsión entre lo que nace y lo que muere, entre lo que se agiganta y empequeñece. Cada poema es un vértigo inquietante, un no-saber. Es la belleza al mismo tiempo que el espanto. Es el golpe copresente en la caricia, como ese principio indígena de la no contradicción que muchos pueblos llevan siglos tratando de anteponer al logocentrismo occidental. Todos somos lo uno y lo contrario, a la vez, en el mismo cuerpo, en el mismo tiempo. Si la poesía, nos dice Miguel Casado, es algo así como la conciencia crítica de la lengua, el butoh de Daniela Camacho sería la conciencia total de los límites de lo vivo. De ahí que sólo una poética en quiebre pueda dar cuenta de esos límites. Leer este libro es lanzarse a la tembladura, a lo expandido e inexplicable, a la boca última de un lenguaje tenso, eléctrico, perturbador, en el que los lectores nos transformamos en fantasmas de figuras vivas.


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En Daniela Camacho parecen convivir muchas tradiciones. Su mundología literaria viene claramente definida al final del texto. Bebe de fuentes diversas que van del barroco conceptista al surrealismo, de las poéticas feministas, latinoamericanas, europeas, al arte de vanguardia japonés, pasando por escrituras poco deambuladas en nuestro país como las de Sophia de Mello Breyner o Birgitta Trotzig. Esto no es importante. Lo fundamental estriba en la particular digestión que hace de esos materiales, cómo se mezclan dentro de su trabajo descoyuntando la voz (hay semillas de concreto), haciéndola porosa y flexible para que broten en ella nuevas materialidades. Porque este libro no se lee con el pensamiento. Se lee con los brazos, con la boca, con las rodillas, con el vientre, con los ojos y las manos. Sus poemas buscan siempre la fisicidad de lo incompleto-existente. Quizá por ello los títulos de las secciones se comportan, me parece, como calas que proyectan su sombra, tras las cuales los diferentes poemas se encadenan sin ambición de totalidad. No es un sistema-libro, sino una hilatura por medio de la cual vamos buceando en apnea hacia las fuentes últimas de nuestra propia precariedad. Se trata de desacomodar la vida, el cuerpo y el lenguaje. Sólo desde ahí podremos volver a nacernos, a recomponer el colectivo, podremos buscar de nuevo el comienzo de nosotros mismos tras la hecatombe. Así lo hizo Hijikata. Así lo hace Camacho.




Referencias bibliográficas:

Camacho, Daniela (2017). Experiencia butoh. Madrid: Amargord.



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