Nos hemos hecho pobres. La más
intensa potencia de los soportes materiales, sobre la que se asienta la
expansividad tecnológica de nuestra cultura, deja al hombre contemporáneo en
una situación de indigencia, de pobreza, justamente en aquello que constituye
el nervio central de las culturas humanas. El arraigo, la solidez de los sentidos de la vida.
José
Jiménez
Hay
libros que, sólo con hojearlos, ya despliegan ante uno preguntas de difícil respuesta. Libros que avizoran la extrañeza
del momento que habitamos, libros que te colocan como lector en una posición incómoda,
difícil, extraviada. Hay libros que no hacen ruido, que llegan a las librerías
como si fueran animales acuáticos, emboscados, pero que con el correr de los
meses van poblando carnalmente la memoria de quienes se acercan a ellos. Son
textos escurridizos, oblicuos, difíciles, casi siempre perturbadores, que
cuesta al inicio entrar en ellos porque les atraviesa una suerte de primera
piel infranqueable. Luego sucede que no se te van de la cabeza, como si su eco
acabara por apropiarse de tu conciencia. Dejan un vacío, una suerte de mancha vertical
de ideas, que regresa una y a otra vez como interrogación, desestabilizando tus
propias premisas. Se vuelven algo así como una “ruptura categorial”, una dislocación
epistémica.
Dice
Laura Giordani que Antonio Méndez Rubio, con este Por nada del mundo, “nos está invitando a desasirnos de rituales
literarios o en todo caso, señalándonos la ausencia de suelo y la imposibilidad
de seguir aferrados a las tablas de una retórica que busca anclar en el poema
su plenitud, su simulacro de vida.” A juzgar por su lectura, el poeta que está
detrás o delante (o no está) de estos poemas es alguien “quien habla fallándole
la voz”. Giordani perfila como ejes interpretativos posibles la “palabra en la
indigencia”, la llevanza de la “precariedad al lugar del poema”, la desubicación
del lenguaje volviéndolo “a construir en otro lugar”, y la “rebelión contra la
razón logocéntrica”. Estos ejes acaban sintetizados en una propuesta
poético-política que, en el caso de Méndez Rubio, se refleja no sólo en este
libro sino también en toda su trayectoria poética, crítica y ensayística
(recordemos sus inicios en el colectivo Alicia Bajo Cero, o en sus más
recientes trabajos sobre poética y crisis, o sobre eso que él denomina “fascismo
de baja intensidad”). Dicha propuesta poético-política implica recoger el
guante dejado por las vanguardias históricas (según Giordani), a partir de las
cuales “es político hacer lugar en el poema a los otros, (paratextos) para que
puedan ingresar a un discurso hecho comunidad, así como el lugar (iluminado,
subalterno, descentrado) en el que se sitúa el enunciador. Como es un gesto
resistente la demolición de la retórica que sostiene este mundo irrespirable.”
Aquí radica una de las preguntas clave: ¿cómo producir un “discurso hecho
comunidad” con los materiales inestables, fragmentarios e indigentes del
lenguaje contemporáneo?
En
términos generales estoy de acuerdo con estos lineamientos, de modo que mi
lectura pretende tan sólo establecer un diálogo con el propio libro y con esta
primera aproximación interpretativa.
La poesía como tensión.
Mi
primera intuición es que en este libro Méndez Rubio apuesta por aquello que ya
nos recordó Giorgio Agamben, que “la poesía vive sólo en la tensión y
diferencia (y por lo tanto también en la interferencia virtual) entre el sonido
y el sentido, entre la esfera semiótica y la esfera semántica.” La poesía sería
algo así como un “cisma de sonido y sentido”, de tal modo que el “discurso
hecho comunidad” se enfrenta a un primer desafío de carácter ontológico. Toda
comunidad es intrínsecamente diversa y plural, sin embargo debe apelar y producir
socialmente sodalidades, regularidades e identidades colectivas (preferiblemente
no excluyentes) si quiere operar como tal y generar una cierta adscripción común.
Ahora bien, estas sodalidades suelen necesitar (en tanto comunidades de habla)
de un cierto lenguaje compartido, un lenguaje que integre la mismidad y la
otredad, haciéndose co-presente en el corazón de resto de lenguajes que
componen ese orden comunitario. Es entonces cuando aflora la contradicción. Si
la poesía es (en el sentido de Agamben) un “cisma”, una desacople entre la esfera
semiótica y semántica, ¿cómo articular ese cisma con “la palabra de la tribu”?.
Uno de los grandes retos para cualquier poeta consciente de lo que implica la escritura
poética y la propia “institución poética”, es habitar esa tensión de lo poético
sin renunciar al diálogo con la comunidad. O mejor dicho, colocar en el centro
mismo de las problemáticas del lenguaje y la comunidad, la tensión de lo
poético, como posibilidad de ensanchamiento cultural del decir.
En
mi opinión, justo aquí es donde Antonio Méndez Rubio despliega su indagación
literaria. Por nada del mundo se
vuelve una búsqueda del decir, o lo que es lo mismo, una búsqueda de nombrar el
mundo y los sujetos, a partir de una conciencia plena en torno a la propia
precariedad del lenguaje, mediante una compleja andadura poemática la cual evidencia
las tensiones inmanentes de lo semántico y lo semiótico. Esto produce eso que
Giordani denomina la “indigencia” de lo poético, y que se transforma en la
trabazón que reordena las diferentes partes del poemario. Ahora bien, ¿cómo se
hace esto?, ¿cómo Méndez Rubio trata de maridar la tensión de lo poético y la
heterogeneidad de la comunidad? Pues a mi torpe entender, mediante un doble
movimiento tropológico: por un lado, asumiendo la “aporía” de la metáfora (y
por extensión d el lenguaje poético), la oposición entre “lo propio” y “lo
no-propio” que se da en toda escritura, y por otro, apostando por ese “pensamiento
nómada” deleuziano que es, a la vez, una teoría del sujeto, del ser y de la
sociedad. Veámoslo de un modo casi telegráfico.
La metáfora (y lo poético) como
territorio de disputa
Según
Jacques Derrida en el lenguaje filosófico la “metáfora” (que ha sido uno de sus
instrumentos fundamentales) vive inmersa en un proceso de doble destrucción, o
autocrítica, como resultado de su propia generalización. Toda metáfora supone
la existencia de una aporía (paradoja irresoluble), una traducción y dialéctica
entre “lo propio” y “lo no-propio”, de ahí la necesidad de traslado o
desplazamiento de significado entre dos términos distintos. La primera de esas
destrucciones “permitiría la legibilidad de lo propio o del origen”, y “opondría
resistencia a la diseminación de lo metafórico”. Es decir, la propia
generalización metafórica acaba por difuminar el sentido originario de lo propio,
borrando las huellas que lo conectarían con el término al que ha sido
desplazado en su función metafórica. Por eso hayamos en ciertas escrituras una
resistencia a seguir expandiendo lo metafórico, máxime cuando ha sido
fagocitado y normalizado por la economía política capitalista del lenguaje. La
segunda destrucción viene dada porque “al desplegarse sin límites lo metafórico”,
al “quitarle sus lindes de propiedad” a los términos en relación, hace saltar
por los aires “la oposición tranquilizadora de lo metafórico y lo propio”, o
sea, quedan completamente arruinados los límites entre los términos, haciéndose
cada vez más inestables eso que José Jiménez llamaba en la cita que abre este
texto los “sentidos de la vida”.
En
mi opinión, estas destrucciones de lo metafórico, o por decirlo de un modo más
convencional, estos desasimientos y disputas que atraviesan lo metafórico (que
es tanto como decir “lo poético”), tienen una enorme importancia en este libro.
Los poemas de Por nada del mundo nos
muestran situaciones, imágenes, voces enunciadoras, que parecen vislumbrar,
escuchar a medias, proyectar y trasladar experiencias en mitad de la noche, sin
terminar nunca de estabilizar sentidos. Las fronteras entre lo propio y lo
no-propio, entre el sujeto y la comunidad, entre lo semántico y lo semiótico,
parecen diluirse, parecen desdibujarse por completo, no siendo tampoco capaces
como lectores de estabilizar (desde nuestro papel) un modo de ser y estar
frente al mundo. Al contrario, cuanto más leemos estos poemas, por herméticos
que puedan algunos parecernos, más nos damos cuenta se hace tangible que nuestros
cuerpos y mentes esa idea de “différance” que Derrida reclamaba: la negación de
un ser unitario y permanente cuyo espacio de vida se da en el retraso, en un presente
que nunca coincide consigo mismo. De la lectura de Méndez Rubio queda ese poso
de pérdida de unidad y permanencia. Veamos algunos ejemplos en estos dos poemas:
Las
frases sin
nada
dentro, dilas
sin
embargo:
Las
letras, velas
olvidarse
de ti,
cómo
cada una de ellas
espera
contigo no
ser
borrada. Se
reúnen
por
si acaso.
Crujir de leña.
Ni
la noche nos protege
de
qué mundo… Aún por Spessart y
de
verdad no se sabe cuánto
dura
el tiempo de probar
a
vivir, de decir: lo que eso significa.
Cualquier
conversación es un secreto
contra
nuestra voluntad. La impresión
es
que aprender se limita a cómo
movemos
los labios, las manos,
sin
que se nos oiga hablar
dentro
de un árbol hueco.
Un pensamiento nómada
Por nada del mundo
constituye un paso más dentro de una trayectoria coherente y rigurosa. Si algo
ha sido capaz de realizar Méndez Rubio es el hecho de armar una estrategia de
escritura pluralista, comprometida con su tiempo, resistencia en su función
crítica, cabal y diversa en cuanto a los planteamientos filosóficos y
estilísticos que la alimentan, cuestionadora tanto de las hegemonías y
normatividades de la lengua procedan de procedan. Sus libros tejen una
arquitectura, como decía, en donde opera eso que Deleuze llamaba “un
pensamiento nómada” (una teoría del
sujeto, del ser y de la sociedad). El sujeto de Méndez Rubio es siempre
diferente, inacabado, abierto a la alteridad, atravesado por las fracturas del
ser y del conocer. Un ser político que asume el lenguaje como primera
responsabilidad para la disidencia. De ahí que sus textos buceen casi siempre
en los límites mismos de ese lenguaje. No estamos ante un autor seguro de su
herramienta. Es más, la herramienta (que parece escaparse entre las manos de
manera permanente) no le pertenece, en la medida que la posesión del lenguaje
implica siempre un acto intersubjetivo. Es por ello que la poética de este
escritor se encuentra (a mi juicio) en las antípodas de las “poéticas del yo”,
no tanto porque el territorio de la intimidad y la enunciación existencial no
le interese, sino porque es sabedor que todo sujeto se ventila en esa fisura foucaultiana
entre la sujeción y la subjetivización. El pensamiento nómada de Méndez Rubio
instala la problemática del lenguaje en esa fisura, y no sólo el lenguaje,
también la propia articulación de lo social. Somos agentes producto de
condiciones históricas materiales, pero también somos actores con capacidad de agencia social. Y todo ello transpira en
sus poemas.
Habrá
quien al leer el índice de este libro se quede un tanto perplejo. Parasomnias, La despedida, Simplicius
simplicissimus, Preparando el
presente, Sublime transacción…
No se asusten, cada una de esas estaciones opera como una escalera de caracol.
Uno parece no avanzar en su caminar circular, sin embargo a cada paso se encuentra
en una posición más alta, desde la que contempla la realidad. Eso mismo parece
suceder con estos poemas. Les hago una propuesta. Olvídense de todo lo que he
escrito. Olvídense de cualquier referencia filosófica. Simplemente tomen al azar
una página, zambúllanse en el contenido de sus versos. Déjense apresar por lo
inexplicable de sus palabras. Por esa sintaxis aparentemente diáfana que, en lo
hondo, se retuerce y queda siempre abierta. Saboreen las imágenes, el fraseo, las
contradicciones, los encabalgamientos que se comportan casi como disyuntura.
Liberen su pensamiento de cosas dichas o escuchadas antes. Oigan, léanlo en voz
alta. Si al final de esa lectura lo que les queda en la boca y en los ojos es
una especie de arrastre hacia las propias fracturas de uno mismo, entonces habrán
alcanzado la potencia toda de este libro. Nada más. Y nada menos.
Rapto
La
mano que no
llega
hasta la mano que más
quiere
alcanzar
se
abre contra el aire
en
ofrenda.
25
A la calle,
por
fin, se dice,
como
si no durara el
duelo
de ti.
Se
confirma:
no
es ahora. No
ves
la
luz a salvo
del
daño en la sien.
¿Qué
sueño? Velas
la
violencia tan sola
de
toda
claridad.
Referencias bibliográficas:
Laura
Giordani: http://www.tendencias21.net/Quien-habla_a44126.html
Jiménez,
José (1989). La vida como azar:
complejidad de lo moderno. Madrid: Mondadori.
Derrida,
Jacques (2001). La deconstrucción en las
fronteras de la filosofía. Barcelona: Paidós.
Izuzquiza,
Ignacio (2002). Caleidoscopios. La
filosofía occidental en la segunda mitad del siglo XX. Madrid: Alianza
Editorial.
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