Se llama Nakba
(literalmente «el desastre») a la limpieza étnica de 1948 asociada a la
creación del Estado de Israel. 750.000 palestinos fueron expulsados,
desplazados y desposeídos de derechos y propiedades. Los que quedaron en Israel
se vieron sometidos hasta 1966 a un régimen militar que les impedía desplazarse
por el país sin un permiso especial.
¡Las palabras son una
patria! Nos dice el poeta palestino Mahmud Darwix. ¿Cómo escribir desde la
presencia-ausencia? ¿Qué se es cuando, oficialmente, no-se-es? ¿Cómo proyectar
una voz íntima, desnuda y personal, en diálogo con el dolor del tiempo
histórico que se habita? ¿En qué medida el lenguaje constituye el único
asidero, la herramienta principal de toda “lucha poiética” por la existencia? ¿Hasta qué punto la literatura
anticipa la propia realidad? ¿Cómo un mismo lenguaje puede dar cuenta del
derrumbe, del exilio, de la angustia, la nostalgia, el amor, el desencanto, la
esperanza y la resistencia?
El escritor peruano
Manuel Scorza, entrevistado en la televisión española allá por 1977, señalaba
que la literatura hispanoamericana era el gran tribunal de apelación de la
historia latinoamericana. En la medida que la realidad oficial, política,
jurídica y económica condenaba al silencio y a la inexistencia a las gentes y
comunidades más vulnerables, sus luchas y resistencias se mantenían vivas a través
de las novelas y poemas. El lenguaje reabría “el expediente” de la historia y quedaba
eternamente dispuesto para su constante revisión.
Estas palabras del autor
peruano bien podrían servir para aproximarnos a este libro turbador,
hirientemente bello, de una precisión lingüística lúcida y lacerante, de una
extremada sensibilidad que traspasa las distancias culturales. A ello
contribuye de manera decisiva la traducción, a cargo de Luz Gómez García, quien
recibió el Premio Nacional de Traducción en 2012 por este libro. “En presencia
de la ausencia” es la autobiografía poética de Mahmud Darwix. Asistimos en sus
páginas a la peripecia vital del escritor. La huida de su aldea natal arrasada
por grupos paramilitares sionistas en los años cuarenta, el refugio en Líbano,
la vuelta “infiltrada” a Palestina, la militancia comunista, la experiencia de
la cárcel, el exilio de nuevo (El Cairo, París, Túnez), su implicación en la
OLP y en la propia redacción (junto a Edward Said) de la Declaración de
Independencia de Palestina proclamada en Argel el 15 de noviembre de 1988, la
decepción por los Acuerdos de Paz de Oslo en 1993… Ahora bien, no se trata de una autobiografía
en sentido narrativo o periodístico, todo lo contrario. Se trata de poesía. De
la más profunda y existencial. Se trata de la construcción de un mundo por el
lenguaje, donde los acontecimientos se filtran en veladura. Quien vaya buscando
un texto informativo que se busque otra cosa. Aquí asistimos a la voz poderosa,
compleja, lírica, desestabilizadora, de uno de los poetas más importantes del
siglo veinte.
Pero este libro es
mucho más. Como reza Jorge Gimeno en su magnífico e iluminador prólogo, en la poiesis palestino-darwixiana contemplamos,
a la vez, una “crónica histórica”, una “memoria política”, y una “presencia
metafísica”. Estas tres dimensiones quedan cruzadas en el concepto que opera
como gozne de todo el libro, la ausencia, que en palabras del propio Gimeno: “[…]
es lógica del destino individual, que le permite al desposeído vivir su vida en
presencia de sí mismo y la creación de una identidad nueva, de decurso, lejos
del fatum y del fas (ley divina), pero que no excluye ni el retorno ni la exigencia
de justicia. La ausencia darwixiana pone al sujeto (en principio al palestino,
pero no sólo a él) ante sí mismo, reactiva la historia en todas las
direcciones, incluida la del retorno. La ausencia es la capacitación para el
decurso. Y el decurso es la capacitación para el retorno. […] La condición para
el regreso (plano metafísico) es el retorno (plano político).”
Al leer estas palabras
y recorrer todo el libro, me pregunté hasta qué punto, leído desde nuestra
propia historia, la España contemporánea, esta idea del “regreso metafísico”
como resultado del “retorno político” no podría ser aplicado también a nuestros
propios presentes-ausentes. Miles de personas continúan en fosas y en cunetas,
como “casi-seres” de nuestra historia. Y digo casi-seres siendo muy generoso
(por aquello de la existencia de esa recortada y timorata “Ley de Memoria
Histórica” que padecemos), cuando en puridad se trata más de bien de ausentes totales
ante la mascarada del poder democrático post-franquista. Nuestra oficialidad
les hurta su posibilidad de retorno político, y como nos revela Darwix, no
puede haber regreso metafísico (íntimo y familiar) si previamente no se ha
producido ese retorno político. Por eso la lectura de este libro me parece
necesaria y esclarecedora de nuestra propia realidad. La “lucha poiética” del pueblo palestino es,
transfigurada, la lucha poiética de
todas aquellas comunidades de sentido cuya ontología les ha sido negada,
fracturada y expoliada.
Poiesis y lenguaje poético
Quisiera, no obstante,
detenerme en otro asunto que me ha resultado esclarecedor. Si algo ha habido en
la lectura de esta obra que me ha subyugado, ha sido la propia urdimbre de su
lenguaje poético, y como éste trabaja en un cuestionamiento del modo de mirar y
comprender el mundo, una defensa cerrada de la palabra y la escritura como “poiesis”
personal y colectiva. Recordemos que “Poiesis es un término griego que
significa ‘creación’ o ‘producción’, derivado de ποιέω, ‘hacer’ o ‘crear’.
Platón define en El banquete el
término poiesis como «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de
no-ser a ser».” En el prólogo Gimeno nos informa de un suceso verdaderamente
inquietante. Reproduzco a continuación el extenso párrafo porque me servirá de
base para después intentar pergeñar una idea más global:
En 1969, [Paul]
Celan visitó Israel por primera vez, acariciando la idea de emigrar. Estaba
obsesionado, como no podía ser menos, con la tragedia judía en Europa. Pero al
pisar tierra palestina no se le ocurrió sino exclamar: «Tantos judíos, sólo
judíos, y no están en ningún gueto». La frase causa perplejidad. Coetzee la
cita en uno de sus ensayos, pero lo hace para ilustrar que Celan «pasó de ser
un poeta alemán cuyo destino era ser judío a ser un poeta judío cuyo destino
era escribir en alemán». Surge la duda, después de leerla, de si para Celan los
palestinos eran invisibles, si carecían de perceptibilidad. O si los consideraba
tan sólo el servicio doméstico del pueblo elegido, y como tal pueblo invisible
y sin voz, o menos que pueblo, gente fantasmal. O si el gueto en el que vivían
con leyes discriminatorias no lo percibía como gueto. Sin embargo, los
palestinos estaban allí, en 1969 eran el 27% de la población de Jerusalén,
centro del viaje de Celan. Era una fecha en la que ya habían dado muestras de
sus aspiraciones nacionales. Incluso en 1967 había habido intelectuales
israelíes que, por ejemplo, habían girado hacia el Matzpen, partido de extrema
izquierda, internacionalista y antisionista, el único que condenó la agresión
israelí de aquel año. A pesar de ello el mundo de Celan en Israel y desde París
fue el de la intelectualidad oficial israelí, aferrada a una visión
nacional-teológica. Su caso es uno entre otros. La casuística de la
negación/invisibilidad es amplia, y es a la vista de ella como resulta
asombrosa la supervivencia del hecho palestino. Si Celan no los veía, si no le
dolían ni le molestaban siquiera, si tal era la actitud de uno de los mayores
exponentes de la conciencia europea de posguerra, quizá no había mucho que
esperar de la generalidad.
Si uno de los poetas
más hondos de la lírica occidental, que hizo también de la ausencia, la
historia y el propio lenguaje, el fundamento de su “producción creativa”, era
incapaz de ver esta otra realidad, es que la propia “lucha poiética” no es un
territorio dado sino más bien una disputa cultural de primer orden. Darwix no
sólo es capaz de proponer en este libro, a través del lenguaje poético, una
hipótesis generativa de existencia, especialmente por su condición de
presente-ausente, sino que también parece sugerir la necesidad de desconexión
de aquellas formas de mirar/comprender que se muestran incapaces de hacerse
cargo de lo no-existente, de lo ajeno, de lo extraño. En otras palabras, si la
condición para el “regreso metafísico” pasa por el “retorno político”, no
podemos obviar que en la construcción de lo político juega un papel nodal lo
epistémico, es decir, la manera en que nos aproximamos emocional, corporal y
teoréticamente al mundo. Una racionalidad que invisibiliza la otredad, es una
racionalidad mermada para la configuración compleja, diversa y plural de lo
político. La comunidad política (ya sea palestina o cualquier otra), en su
interna e intrínseca heterogeneidad, sólo puede ser pensada (sin
mistificaciones ni nacionalismos excluyentes) en la medida que nos distanciamos,
entre otras dimensiones, de los paradigmas coloniales propios de la
racionalidad occidental. Es ahí, creo, donde la obra de Darwix dialoga con
aquellas corrientes contemporáneas de pensamiento que se plantean eso que
algunos han denominado, “el giro decolonial”.
En esta autobiografía
poética, a mi juicio, la “lucha poiética” por el ser en ausencia, es también
una “desobediencia epistémica” (en el sentido formulado por Walter Mignolo) tanto
frente a la matriz colonial sionista como frente a la identidad prístina de lo
palestino, reificada en unas nuevas instituciones al servicio de la propia
dependencia. Al mismo tiempo, es un desanclaje respecto del “yo lírico”, en la
medida que se adopta la segunda persona como modo de enunciación, extrañando al
propio sujeto como unidad provisora de relato. Además, recogiendo todo el
legado transcultural tanto del universo árabe como occidental, en este texto
Darwix parece dialogar con eso que el sociólogo portugués Boaventura de Sousa
Santos llama la “descolonización de Occidente”, es decir, ir más allá del “pensamiento
abismal”, esa forma que consiste en “un sistema de distinciones visibles e
invisibles” estricto. Darwix toma lo invisible, lo ausente, lo que está “al
otro lado de la línea”, para hacerlo dolorosamente tangible, real, e hibridarlo
en toda su potencia con lo que permanece en el “lado acá”. En este sentido, el
libro propone también una forma de reconstruir la memoria, la historia, la experiencia
de los seres humanos sin distinción de pasaportes, idiomas o pasados.
“Escribir es poseer el
mundo”, nos dice Darwix. Su apuesta por la escritura es irrenunciable. Sólo se
pueden permitir la duda sobre el lenguaje aquellos que “ya existen”, que “ya
son”, que no tienen dudas sobre su propia inmanencia.
Escribir es no
renunciar a la posibilidad del mundo.
Escribir es producir mundo.
Escribir es desobedecer
los mandatos del mundo cuando éstos están preñados de colonialidad, injusticia
y oprobio.
No se pierdan este
libro. Es una joya.
Referencias bibliográficas:
Darwix, Mahmud (2011). En presencia de la ausencia. Valencia: Pre-Textos.
Mignolo, Walter (2010). Desobediencia epistémica. Retórica de la modernidad, lógica de la colonialidad y gramática de la descolonialidad. Buenos Aires: Ediciones del signo.
De Sousa Santos, Boaventura (2010). Para descolonizar Occidente. Más allá del pensamiento abismal. Buenos Aires: CLACSO.
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