La Palestina de Hubert Haddad



Hay libros-frontera. Libros que nos obligan a reconocer una linde conceptual, geográfica, sentimental, histórica. Y esa sensación de hallarnos ante una especie de “tierra de nadie” suele incomodarnos, pues debilita nuestras aparentes verdades y nos obliga a repensar las certezas sobre las cuales hemos levantado nuestro pensamiento e identidad. Hace menos de un siglo la poeta norteamericana Emily Dickinson sugería lo siguiente: “hallar descanso en lo inseguro”, y como si de una premonición respecto de este tiempo plagado de fragmentaciones y precariedades se tratara, todos (lo queramos o no) hemos tenido que colocarnos ante esa inseguridad, dentro de un espacio temporal, físico, dominado por la mixtura. Pues bien, esta novela titulada “Palestina” edifica, literaria y simbólicamente, otro lugar más de incertidumbre desde donde dar cuenta del conflicto árabe-israelí sin caer en maniqueísmos simplificadores ni dulcificaciones. Rastreemos algunos elementos.

Hibridación árabe-israelí. Lo primero que nos llama la atención de su autor, Hubert Haddad, es la doble pertenencia cultural. Nacido en Túnez en 1947, de padre tunecino y madre argelina, con raíces judías y bereberes, él mismo encarna esa “inseguridad desencializadora” de la que hablábamos al inicio de la reseña. Este condicionante se transporta a la novela que juega con la idea del viaje identitario de un soldado israelí que, tras ser herido en una patrulla, pierde todas sus referencias y pasa a formar parte de una familia palestina pacifista (dañada por el conflicto), reacia tanto de las revitalizaciones fundamentalistas islámicas, como de los abusos indiscriminados del ejército israelí. Haddad recupera para el discurso la necesidad de repensar este conflicto en términos de antropología política, es decir, haciéndonos ver cómo, en condiciones de desesperación y violencia, operan los proyectos político-religiosos esencializadores, orientados a la consecución de ciertos fines estratégicos por encima de las poblaciones civiles que los sufren. Ahí estarían (por el lado judío) las ideologías sionistas de Gush Emunim, del Partido Religioso Nacional, del viejo Irgún o del propio Likud (partido conservador); frente a las posiciones (del lado palestino) de Hamás, las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa o algunos de los Halcones de Fatah. Haddad no se muestra “buonista” o “conciliador”. Denuncia las masacres impunes de civiles palestinos, desnuda la agresión estructural a un pueblo legitimado por la historia para hacerse cargo de su propio futuro; sin embargo no cede ante el victimismo simplificador y sabe rastrear lo que de operación espuria tienen ciertos extremismos pan-islámicos.

Estaríamos, por tanto, ante un tipo de literatura que huye de los discursos autoreferenciales y se coloca en los planos de la ambigüedad. Porque sólo desde esa ambigüedad es posible repensar el conflicto, aprehender la realidad, cortar el nudo gordiano del estancamiento, devolver a sus posiciones complejas los cuerpos culturales y sociales que se han visto transformados, fragmentados, distorsionados, por la continuidad de la violencia. Precisamente, a mi juicio, uno de los elementos más interesantes de este libro es precisamente el saber situarnos desde la mirada de aquellos que reivindican un cierto laicismo, un cierto pacifismo, una cierta apertura intelectual aún dentro de esquemas y posiciones religiosas. Y esta perspectiva es novedosa para el gran público porque no es fácil encontrar en los medios de comunicación rastros de este enfoque. O se observa la herida desde los ojos de las familias israelíes diezmadas por una bomba en Jerusalén o Tel Aviv, o nos trasladamos al rostro arrasado de una madre palestina viuda tras una matanza en Ramalah o la franja de Gaza. Pero… ¿Y dónde quedan los israelíes pacifistas, defensores de los derechos civiles de los palestinos, dónde están los luchadores por una paz necesaria que permita la coexistencia de dos Estados, dos auténticos Estados? ¿Dónde están los palestinos que abogan por una autonomía fuerte, laica, defensora de los derechos históricos de su pueblo pero que denuncian los abusos de poder y la corrupción de las facciones enfrentadas de Hamás y Fatah? Éstos nunca aparecen, siempre quedan velados tras los paredones mentales que Occidente (y parte de Oriente Próximo) parecen haber erigido sobre este conflicto. Esta novela es un intento de disipar esas fronteras, de hacerlas más ambiguas, más porosas al análisis, sin olvidar por ello los asesinatos ni las atrocidades. Todo un aprendizaje que ha merecido en Francia el Premio Renaudot 2009 y el Premio de los Cinco Continentes de la Francofonía 2008. Una lectura recomendable.

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