Tristan Tzara y Antonio Machado




La otra noche me puso sobre aviso el poeta Óscar Curieses: Tristan Tzara, uno de los padres de las vanguardias europeas, sentía auténtica veneración por Antonio Machado. Y el testimonio de ese respeto lo suscribió en un poema titulado Para Antonio Machado, que reza así:

Velada de los mares en el frente de las fuentes
En la palma de tu presencia Collioure
Yo he acariciado la eternidad yo he creído en ella
Y en el vivo silencio de tu viña
Yo he enterrado el recuerdo y la amargura

Humo de otoño negro pedregal
Minuto tras minuto ha colocado su ladrillo
Alrededor de la casa del solitario
El viento afila el cuchillo en la montaña
El invierno le ofrece ya su pecho

Qué importa en el corazón de la melancolía
Se inscribe una vida ligera de lagarto
Qué importa bajo la sal de la luz
Que una sonrisa como un látigo venga a iluminar los dientes
En las mismas comisuras de la vida serena

Toda la tierra entre las tierras de Castilla
Reposa en tu tierra con lentos secretos de amistades
Y desde el olivo tardío hasta el mar siempre joven
La voz de la tierra se mezcla con la bravura jamás vencida de Castilla
Incluso por la muerte por la sangre poderosa de la brizna de hierba en primavera.

(Traducción de Manuel Álvarez Ortega, Poesía francesa contemporánea, Akal, 1983)


Y tras su lectura no pude por menos que sentir perplejidad y satisfacción. Perplejidad al comprender que, para un lector hispano, hermanar en una misma frase los nombres de Machado y Tzara implica desasirse, primero, de una pesada carga, aquella que durante demasiado tiempo quiso imponer (desde ciertos medios de comunicación y ciertas capillas literarias) la visión de una literatura figurativo-experiencial (heredera, supuestamente, de la estirpe machadiana) que nada tenía que ver con la vanguardia y la aventura del lenguaje. Y que esta tradición era la única, la genuina, la propia de nuestro ethos literario. E inmediatamente sentí una honda satisfacción por reconocer cómo las conexiones estéticas superan, con mucho, esos estrechos vampirismos a los que algunas maras literarias nos tienen acostumbrados. Antonio Machado lleva demasiado tiempo secuestrado. Deformado tras quienes sienten injusto desprecio por las vanguardias, sean éstas históricas, modernas o postmodernas. Guardado bajo siete llaves. Y al leer una y otra vez el poema de Tzara me voy dando cuenta de cuan espuria es esta mistificación, otra más de las muchas con las que tenemos que lidiar a diario, pues quizá oculta una operación de más largo alcance: negar la multiplicidad de la lectura. Reducir a escombros la heterogeneidad de la propia tradición poética española, travestida en una suerte de campo de concentración homogéneo, unívoco en sus perspectivas. Van a hacer falta muchos Tzaras capaces de desbordar nuestros prejuicios. Capaces de proyectar miradas laterales, insumisas a los dogmas que se han venido levantando, lentamente, sobre nuestras conciencias. Para quienes se empeñan en reducir a Machado y travestirlo en mero autor confesional, me gustaría recordarles estas palabras de Roland Barthes: Si tomamos en cuenta que ha pasado por nosotros el psicoanálisis, la crítica sartreana de la mala conciencia, la crítica marxista de las ideologías, la idea de confesión es inútil. La sinceridad no es más que un imaginario de segundo grado.

Sigamos buscando a Tzara. Sigamos repensando nuestra tradición.


3 comentarios:

  1. Gracias por poner palabras a lo que hablamos la otra noche. Repensemos a Tzara, a Antonio Machado (Martín Rodríguez Gaona está en ello), a los escritores hispanoamericanos, y a todos los que hagan falta, y, sobre todo, repensémonos a nosotros mismos para librarnos de nuestros prejuicios. Por cierto... Robert Bly dice que parte de la poesía confesional estaba en las primeras obras de Machado. Yo no llego a tanto... pero no está mal mirar desde fuera, a veces ayuda. A mi me interesa Juan de Mairena, donde habla de Heidegger en repetidas ocasiones (para los modernos) y La Tierra de Alvar González donde hay una experimentación del carajo entre prosa y verso (tienes dos versiones). Y cómo no, su progresión (que no sólo proyección) sentimental/intelectual a través de la disolución del yo en el paisaje como en Crepúsculo.

    Un abrazo,

    Óscar Curieses

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  2. Fascinante, desde luego, esta conexión entre Tzara y Machado, y muy oportuna tu reflexión, Ernesto, sobre el uso de la poesía machadiana como arma arrojadiza contra las vanguardias, como antes había sido utilizada contra la estética de Juan Ramón. Los complementarios de Machado no llegan a ser ni mucho menos los heterónimos de Pessoa, pero ahí tenemos un Machado que empieza a poner entre paréntesis el yo, a un Machado que, a través de Abel Martín y Mairena, hace de la alteridad una característica esencial de lo real.

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  3. Me parece muy interesante la idea de "lectura lateral" y el artículo en general. Ricardo Piglia hace algo similar, una relectura de la tradición, en muchos casos desde los bordes de esa misma tradición, lo que supone un "desvío" que permite reestructurar la forma de leer la literatura. Ernesto, dices algo clave: "La multiplicidad de la lectura", y eso es imprescindible para poder estirar los muchos sentidos y analogías que puede tener un texto, también para liberar a los autores “secuestrados” por la tradición. Creo que en España hemos sufrido siempre de dogmatismos y prejuicios y ahora algunos están intentando cambiarlo. Y este es un buen ejemplo.
    Por cierto, el poema de Tzara es muy bueno.

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