Queridos, queridas,
El pasado viernes 26 de agosto a las 22:00 en LA MARABUNTA (C/ Torrecilla del leal, 32 - Lavapiés), y dentro del festival que organiza este café-librería y Alberto García Teresa titulado SUMMER POETRY FESTIVAL, tuve la oportunidad de leer algunos textos inéditos junto al poeta Gonzalo Escarpa. Quiero agradecer a todo el público que asistió la generosidad de su presencia y la emoción de la escucha/palabra. Para aquellos que no pudieron acudir dejo un par de vídeos con algunos de los momentos...
ZURITA
Si algún convencimiento tengo es que los tiempos que nos están tocando vivir nos imponen una reflexión sobre nuestra literatura, nuestra mirada en la escritura. La crisis actual, las contradicciones habitadas, los mundos y atmósferas sociopolíticas que a todos nos están golpeando estos meses, las reivindicaciones comunitarias, la génesis de una nueva voz colectiva, tozuda, poderosa, ladrando en medio del ruido financiero, interpela (lo queramos o no) a todos. No es posible seguir dictando los mismos textos que antes. No es posible seguir aceptando sin más la misma hendidura semántica y sonora de nuestras palabras. No es posible seguir realizando las mismas muecas post-literarias en recitales, semanas del libro y la lectura, premios… O sí. Se seguirán haciendo. Durante mucho tiempo se continuará escribiendo del mismo modo, con los mismos utensilios, los mismos tics. Pero se tratará de una literatura estancada, feudal, casi muerta, exquisita, refugio de bibliófilos y eruditos, pero incapaz de encarnarse en la herida contemporánea. Porque nuestra llaga, nuestro dolor íntimo y social, presenta relieves inciertos. Urge una literatura contaminada de lo vivo, huidora del facilismo, la claridad, que no tema las disparidades y zonas de sombra que nos movilizan. Este mundo que nos ha tocado habitar es complejo, heterogéneo, incomprensible, absurdo, plagado de instantes hermosos, bellísimo en su lucha y constancia, multicultural, ancho, insistente, inaprensible… En definitiva, una literatura instalada en la duda y la incertidumbre. Menos mal que tenemos ejemplos en los que refugiarnos. Voces que hace tiempo comprendieron la dimensión del desastre y la resistencia y no temieron ponerle nombre, arañazo, aluvión. Para mí uno de esos ejemplos es Raúl Zurita. Su poesía sigue golpeándome, noche a noche, desde que la descubrí. Observo los periódicos, entreveo la televisión, salgo a la calle, participo en manifestaciones, viajo por el mundo, y a cada rato y en cada lugar vuelven sobre mí sus poemas, como si supieran captar la esencia de esa atmósfera global, violenta, atrapada en sus contradicciones, genésica y material en sus nervaduras. La obra de Raúl Zurita se levanta como un nuevo Dante sobre nuestro paisaje. Su cordillera de los Andes, su desierto de Atacama, su costa chilena largísima, desnutrida, son la misma cordillera, el mismo desierto, la misma costa que a todos parece atraparnos. Acaba de publicarse el que considero un libro esencial, invadeable. Se titula “Zurita” y ha sido editado por Ediciones Universidad Diego Portales en Chile (2011). Gentilmente este verano me llegó de manos de su autor y mi sensación fue de gozo y escalofrío a un mismo tiempo. Gozo por su lucidez. Zarpazo de sus golpes. Que hablen por sí mismos…
Y EL CIELO NOS DIRÁ MIRA
Están las flores vivas de luz y del Pacífico. Están
las flores y las flores rotas de un sueño. Están
los nombres de nuestros nombres muertos y las
flores adhiriéndose igual que otro océano al
cielo vivo. Igual que otra nieve viva a las nieves
muertas cuando para siempre las cordilleras
muertas y vivas repitieron nuestros nombres
llamándonos porque todo el cielo canta sobre la
tierra viva en que nos mataron. Nosotros muertos
y vivos. Nosotros muertos y vivos ascendiendo
como pedazos de nieves para siempre y el cielo.
Están las flores, está el Pacífico para siempre y
arriba los párpados del cielo.
Cuando los párpados del cielo abriéndose nos
mostraron nuestros ojos blancos y como en un
sueño donde nadie muere escuchamos el canto
de los muertos que seguían llamándonos por
nuestros nombres vivos. Por el amor vivo que
nos grita “mira”. Y está el cielo vivo mirándonos.
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