REUNIÓN DE ESCRITURAS



Todo poema abre un paréntesis, los mejores se olvidan de cerrarlo. Amén.
Ángel Cerviño


Ya saben, vaya por delante la etimología. “Exogamia” es el proceso biológico por el cual se produce el cruzamiento entre individuos no emparentados genéticamente que conduce a una descendencia cada vez más heterogénea. Conociendo como conozco a Ángel Cerviño, intuyo que este libro supone un paso más en su rigurosa, exigente y libérrima concepción de la escritura. Un despoblarse a sí misma, o mejor dicho, un mestizarse con otros registros de la lengua dando lugar a eso que Benito del Pliego denomina una “reunión de escrituras”. Pero vayamos más despacio…


Con/Contra la simbolización

Decía Lacan que “lo real es aquello que resiste a la simbolización”, es decir, ese “exceso de sentido causando una perpetua falla en el intento por constituir la objetividad social”. Estas palabras, me parece, nos podrían ayudar a rastrear uno de los estilemas fundamentales de Cerviño. Su noción del lenguaje poético como aquello que, para dar cuenta de lo real, acepta y asume el continuo desborde de lo real-mismo más allá de cualquier intentona por codificarlo mediante la simbolización. Su literatura (que no es literatura sino un “haz de textualidades” donde ensayo, poesía, narrativa, filosofía, psicología y sociología se inoculan entre sí) es una literatura de la “falla”, de la propia incapacidad del lenguaje para “apresar” lo real, para dotarlo de estabilidad semántica. El lenguaje poético de Cerviño, creo, es una escritura del “apeirón”, de lo indefinido e indeterminado. Una materia lingüística que (re)encarna la contingencia del mundo, su movimiento incesante, su inacabamiento permanente. Su poesía es “contra-simbolizadora” en la medida que acepta los límites ontológicos del símbolo como mecanismo de traducción de la vida. Pero al mismo tiempo es “(alterno)simbolizadora”, en la medida que, aun aceptando esos límites, prosigue tozudamente tras la búsqueda ideacional de la imagen capaz de capturar significaciones latentes de lo real. En este sentido, la poesía de Cerviño sería algo así como un “condensador de sentidos inmanentes”. Veamos un ejemplo:


XXX

EL ALMA HUMANA ESTÁ EN EL TIEMPO COMO LA SALAMANDRA EN EL FUEGO.

Razón práctica del alba / deseo
de ser asaeteado / húsar que vuelve de vacío

compostura del nunca acabar
anocheció in fraganti  / en su pupila ociosa

anublada / poco paró la luna*
en el agua del pozo / aún si candor no cuaja

garza de plegaria y devoción / pueril
al borde de los párpados / venías derrama
                                                               plumaje abajo

*¿Cuántos “luz de luna” (Mondschein) en libros de poesía que llevaban en sus mochilas los soldados de la Wehrmacht?



Una poesía “gerundial”

Ahora bien, una poesía como la suya que acepta el “apeirón” del lenguaje, no puede traducirse estilísticamente en una escritura afirmativa, totalizadora, prospectiva. Más bien ha de insertarse en eso que decía Pessoa: “Ser es, para mí, admirarme de estar siendo”. Los poemas de Exogamia pueden leerse como algo “que se está dando”, que deviene en el instante mismo de lectura. Nunca se estabilizan. Nunca quedan atrapados del todo. Su(s) sentido(s) escapa(n), se diluye(n), se reagrupa(n). Cuando vuelves sobre alguno de los textos días más tarde, obra el milagro de la reencarnación. No son ya los poemas que leíste antes, pues su escritura se ha vuelto una recomposición permanente de cualquier anhelo semantizador. Por eso lo denomino “poesía gerundial”. En definitiva, se trata de llevar a buen puerto la máxima mallarmeana que abre el libro: “La obra implica la desaparición elocutoria del poeta, quién cede la iniciativa a las palabras”. Son palabras en su hacer desnudo, en su “estar siendo”, las que protagonizan sus páginas. No los temas ni las supuestas voces que los sostienen. Ni tan siquiera el aparato crítico y bibliográfico que acompaña en veladura al final del libro. Son las palabras mismas, crudas, su desbocado hacer, su “no callar” indiferente a nuestra obstinada (y fracasada) obsesión por dotarlas de sentido.



Alquimias espacio-temporales

Y como en todo lo existente “gerundial”, el espacio/tiempo que habita no es lineal, único, prefigurado. Más bien lo contrario. Estaríamos ante un lenguaje poético que integra la “multitemporalidad”, que reconoce la propia disolución de esas categorías como arquitecturas cognitivas. Pasado, presente, futuro, aquí, allí, se entrecruzan sin solución de continuidad. Nunca sabemos exactamente cuándo ni dónde estamos al leer estos poemas. Sus territorios están en fuga permanente. Un ejemplo de ello lo tenemos en el ¿poema? XXII que no puedo trascribir porque es muy extenso. En este “haz de textualidades” (poema, microensayo, cuento…) asistimos a un personaje que, de manera fortuita, contempla un “supuesto” escenario teatral donde habla un perro. Todo es vago, impreciso, nebuloso, pero al mismo tiempo concreto, encarnado, tangible. En esa “falla” el tiempo parece detenerse. No sabemos si pasamos mucho rato o poco. Ni si estamos en un presente o, en el fondo, en un pasado/futuro que se elonga más allá de su supuesta continuidad. Obra la alquimia, la disipación alcalina de los referentes.


La “falla” constitutiva del lenguaje

Pero ya para acabar, volvamos al asunto central del libro. La cuestión de la “falla” del lenguaje. Si se me permite traer al plano de la poesía ciertos análisis sobre la subjetividad y la política que autores argentinos como Ernesto Laclau o Martín Retamozo han realizado, creo que podemos (re)leer Exogamia desde la siguiente interpretación hermenéutica. Si partimos, en línea con Lacan, que “lo real” sería todo aquello que se resiste a la significación, todo aquello que excede las posibilidades contingentes de una determinada arquitectura sociocultural, la poesía sería algo así como una “operación discursiva” que, o bien intenta proponer un cierto “orden de lo real” (ahí encontraríamos a determinadas escrituras objetivistas, figurativas, mal llamadas realistas), o bien persigue dar cuenta de esa “inestabilidad constante de lo real” (y ahí, a mi juicio, podríamos ubicar a las escrituras herederas de las vanguardias históricas). La poética de Cerviño, como es obvio, se encuadra dentro de este segundo ámbito. No obstante, sea de un modo u otro, y dado que el lenguaje (los “juegos de lenguaje” que diría Wittgenstein), es incapaz de producir un orden estable sobre lo real, hemos de reconocer que en su seno opera una suerte de “fisura constitutiva” (Retamozo lo denomina “jôra”), una “falla” indeleble. Ninguna estrategia discursiva (sea del tipo que sea, narrativa, poética, periodística, ensayística, etc.) puede estabilizar ese “exceso de significación” de lo real. Ahora bien, justo por eso, el lenguaje poético, o mejor dicho, las variantes del lenguaje poético que asumen la indeterminación ontológica de lo real, arbitran su “operación discursiva” en tanto mecanismo de apertura, una suerte de “autodeterminación del lenguaje” que busca, sobre todo, la constitución de un “tiempo de la lengua”. Por “tiempo de la lengua” me refiero a aquel espacio semántico capaz de desnaturalizar los sentidos hegemónicos del lenguaje heredado, así como la des-simbolización y des-identificación respecto de los sentidos y las estructuras estilísticas de esos mismos lenguajes hegemónicos. Exogamia, creo, pertenece a ese linaje de libros que propician un “tiempo de la lengua”, que buscan desanclar nuestros lenguajes y nuestra cognición de los sentidos hegemónicos heredados. Y por eso me parece necesario, recomendable y fascinante.


Acabo ya. Por favor, no se pierdan el prólogo de Benito del Pliego ni el postfacio de Maurizio Medo. Más allá de ayudarnos a entrar en esta obra, se comportan como toda una lección de poesía contemporánea. Nos ayudan a entender las mutaciones, las apuestas y los riesgos, de las escrituras que hoy en día tratan de huir de cualquier tipo de estabilización. Un lujo.    

HIJO O EL DESNOMBRAMIENTO





Aprendí a no mezclar la vida con la literatura, porque en el juego de las dos ficciones siempre hay una que se come a la otra. Una vez una chica a la que amaba me echó de su casa en plena madrugada tras leer unos poemas. Inoculó sus miedos en mis metáforas y sus miedos se hicieron reales en cada verso. Aquello me confirmó que la literatura tiene filo y que no se puede coger de cualquier manera sin cortarte, tenía las manos y la lengua llenas de cicatrices, así que decidí tomar distancia.

Raúl Quinto


La condición de “paternidad” no cuenta en la literatura reciente escrita en España con demasiados ejemplos. No así en otras tradiciones literarias, pensemos en Michel Houellebecq, Eugen Ruge, Paul Auster, Philiph Roth, donde sí parece haberse hecho un hueco entre los “topoi” esenciales del arte narrativo. Quizá por ello, a mi juicio, Raúl Quinto demuestra valentía y audacia al aventurarse en un campo donde no existen demasiados referentes con los que dialogar y tensar la voz.

Hijo es un libro de fragmentos en prosa. Quiero decir, Hijo es un collage de 31 prosas donde habitan emboscadas la poesía, el ensayo, la historiografía y las ciencias. Ahora bien, como dijera Roberto Bolaño en aquella entrevista mítica en Chile (“La Belleza de Pensar”), “alguna de la poesía más pura se encuentra entre las páginas de libros de narrativa”. Creo que esta sentencia es ajustada a este texto. Antes de adentrarme en algunos elementos que me ha sugerido su lectura, diré que la primera impresión pendulea entre la “intensidad” vertical de la propia experiencia narrada y, al mismo tiempo, la serenidad lúcida del sujeto que indaga y reflexiona sobre emociones tan agudas e indescriptibles. En esa tensión bifronte, nunca resuelta, creo que se enraízan muchos de los logros de este libro.

Desnombrar(se).

Dice José Daniel Espejo: “El característico fraseo de Quinto pespuntea con agudeza materiales heterogéneos, entre la sociología y el sueño, para armar artefactos de apabullantes complejidad y virtuosismo. Una vez más, la caótica (pero tremendamente sugestiva) forma del autor de habitar la cultura, llenándola de túneles insospechados para conectar puntos luminosos, sirve de motor para un viaje literario de gran envergadura.” Estoy de acuerdo con esta afirmación. Ahora bien, este “habitar la cultura” que tiene Quinto, su mundología, posee para mí un clima característico. En cada uno de sus últimos libros (Idioteca, Yosotros), un acontecimiento, ciertas prácticas sensibles, determinados personajes, sirven como territorio adecuado para desestabilizar y “desnombrar” aquello ante lo que, aparentemente, nos encontramos. Como si sólo “desleyendo” la realidad social y embridándola luego a oscuras lateralidades de la cultura y la intrahistoria, fuera posible escarbar su verdad. En este caso, la experiencia de paternidad, la presencia abisal de ese nuevo ser, latiendo, como es un hijo, sirven al autor no tanto para reconstruir y problematizar los balbuceos emocionales de tan potente hecho, sino para desplegar un movimiento convulso de preguntas, indagaciones e hipótesis culturales que “reposicionan” las categorías heredadas y abren agujeros en su conciencia. La literatura de Quinto es una literatura de lo “no resuelto”, de aquello que permanece en bifurcación, que se desdobla, que muestra su fricción y rozadura. Así, el hijo que llega, la paternidad que arranca, la familia que se gesta, no se vuelve simples instituciones de lo humano, sino “una toma de conciencia sangrienta del tiempo”, un “libro que se asfixia de lenguaje”, “que le cuesta ser libro”.




Abismo(s).

Dice Elena Costa: “El envite de Quinto es fascinante, porque, sabedor de que «necesitamos la palabra para hacer pie en el abismo», su aullido paternal reinventa el mundo, el lenguaje, la ciencia, el mito, la historia, mientras Buda y Lamarck, Napoleón y el dios Tezcatlipoca se pasean por estas páginas para corroborar que no hay solución, que hay que «contar para cre(c)er en las palabras». Crecer en las palabras. Ahora bien, crecer en las palabras “en las que no cree” el autor, pero que precisamente por ello “no para de hablar”. Crecer en las palabras que no mezclan, como dice en la cita inicial, “vida” y “literatura”. Crecer en las palabras “que están llenas de cicatrices”. Crecer en las palabras que, como la vida, son “música y dolor”. Estos 31 fragmentos se me volvieron como una especie de voz sonámbula atravesando la noche, palpando sus recovecos con la candela casi apagada de la poesía, vuelta un instrumento especialmente útil para templar un “libro que no es un libro”, o mejor dicho, “un libro sobre la posibilidad del libro”. Por eso, la paternidad como topoi en Quinto, acaba por transustanciarse en la revisitación de ciertas preguntas existenciales presentes en la historia del hombre. Justo ahí, me parece, crece este libro. Sabe urdir, con habilidad de narrador y poeta, el tejemaneje de lo íntimo y lo colectivo, de lo introspectivo y lo exterior, del sujeto y lo extranjero, de lo intuido/soñado y lo pensado, de la materia y la metafísica. Nada del mundo le es ajeno a Quinto. Pero todo se vuelve “extrañamiento de sí” ante lo cual, y aquí radica creo su valentía y audacia, no se amilana sino que lo abraza con furia para buscar todas las posibilidades “de lengua” que se le ofrecen.  


Referencias bibliográficas:

Espejo, José Daniel (2017). Recuperado de enlace: http://www.lagallaciencia.com/2017/05/hijo-de-raul-quinto-y-entrevista-al.html

Costa, Elena (2017). Recuperado de enlace: http://www.elcultural.com/revista/letras/Hijo/39535

Quinto, Raúl (2017). Hijo. Madrid: La Bella Varsovia.