La poesía quiere cada una de las
cosas sin restricción. Quiere un todo desde el cual se posea cada cosa.
María Zambrano
No hay arte revolucionario sin
forma revolucinaria.
Vladimir Maiakovski
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Lo que otros dicen de este libro…
Chocar con algo ha
despertado un atento interés crítico. No
en vano Erika Martínez está considerada como una de las voces más sugerentes
del panorama poético actual. Veamos, de un modo panorámico, qué se ha dicho
sobre este libro.
Antonio
Martínez Tortosa ha señalado lo siguiente:
Hay
muchas formas de entender la política y algunas de ellas presentan más
problemas que otras. A mí, y este es un prejuicio personal, la literatura
política me causa cierto rechazo. Con esto quiero decir que la literatura al
servicio de la política, sea del signo que sea, me provoca reparos, porque creo
que la escritura no debe estar al servicio de nada, salvo de sí misma. Asumir
ese papel la convierte en propaganda, y ambas disciplinas deberían estar
separadas de forma clara y distinta. Ahora bien, también es cierto que la
literatura —podría decirse de todas las artes— posee cualidades que apelan a
nuestros centros emocionales, por lo que funciona de maravilla como transmisora
de ideas. La poesía, que tan a menudo cortocircuita nuestro pensamiento
racional y golpea de lleno el afectivo, parecería la herramienta más apropiada
para este propósito. La paradoja está en que no lo es.
Y
sin embargo, es irrefutable aquella proclama feminista de que lo personal es
político. El modo en que vemos el mundo condiciona cómo actuamos en él y, por
tanto, no puede decirse en ningún caso que tal o cual posición es apolítica,
porque incluso ese apoliticismo es una posición política. Desde luego, la
mirada de Erika Martínez no cae en esa supuesta, y mal entendida, neutralidad.
Su Chocar con algo, recién publicado
por Pre-Textos, está cargado de presente, se alza sobre la precariedad y el
sentido de desencanto de una generación —la suya y la mía— que no tiene claro qué
lugar le ha reservado la Historia. Se podría decir lo mismo de todas, imagino,
pero no son muchas las que poseen la certeza de que vivirán peor que la
anterior, de que la idea tan cacareada de progreso es falaz y estamos perdiendo
lo poco que se había logrado hasta el momento.
Los
poemas que leemos aquí están impregnados del olor de lo que rodea a Martínez.
En ellos se deja ver de fondo la estructura social que, por utilizar la
expresión de Günther Anders, oscurece el mundo. Aun así, la perspectiva no es
lúgubre, sino lírica y consciente; sabedora de los acontecimientos históricos
que nos han traído a donde estamos, pero también de que dejarse derrotar no es
una opción válida. Ni el trabajo, ni el amor, ni la percepción de sí, ni la
escritura son tareas fáciles, lo que no significa que deban abandonarse. Al
contrario, espolean el espíritu de lucha y alimentan el fuego de la creación.
Martínez se nutre de esas dificultades y demuestra, texto tras texto, que sabe
extraer de ellas imágenes asombrosas. Ya sea en versículos o en endecasílabos,
su control del lenguaje es palpable, pero no podemos entender su dominio formal
sin tener en cuenta su contenido.
Y
Martín López Vega ha apuntado estas otras nociones:
Aunque
uno ha sido siempre poco dado a comentarios autocomplacientes del tipo “como la
poesía que se escribe ahora en España, en ninguna parte”… lo cierto es que,
como lector, tiene uno la impresión de que hacía tiempo que la lírica patria no
resultaba tan estimulante. Se ha puesto a pensar, se ha vuelto consciente de
que es política, lo quiera o no, y ha asumido esa responsabilidad. Y no es
casualidad el protagonismo que en este giro han tenido las poetas nacidas en
los 70 y los 80 del pasado siglo, que han visto, como ciudadanas, que los
logros primeros del feminismo reculaban peligrosamente y se volvía necesario
asaltar –por paradójico que pueda parecer- el espacio propio. Como poetas, lo
han hecho con una escritura revolucionaria, que reivindica tradiciones
orilladas y que se ancla, sobre todo, más en el pensamiento sobre la
construcción de la identidad en un mundo que pretende imponer una por defecto,
que en la complaciente reescritura de la tradición (eso que Joan Margarit, en
el epílogo al último libro de Josep Maria Rodríguez, alaba diciendo que el
autor catalán “piensa cada vez más sus poemas desde la propia poesía”). El
protagonismo de las mujeres en las últimas hornadas de la poesía española es
revolucionario: una revolución de la inteligencia y de la conciencia de la que
no podemos más que aprender. Una nueva y espléndida muestra de ello es el nuevo
libro de Erika Martínez, Chocar con algo
(Pre-Textos) presencia excepcional, por cierto, en una colección (La Cruz del
Sur) en la que abundan sus compañeros masculinos de generación.
Chocar con algo
es política en el buen sentido de la palabra: reflexiona, plantea, reivindica.
Y es poesía, también, en su mejor sentido: canta, pero su canto es complejo. La
primera sección del libro, “Mujer agita los brazos”, supone una invitación a la
toma de conciencia. “Se escribe siempre desde algún lugar, aunque no se escriba
en absoluto sobre él”, dice “Mujer adentro”, primer poema del libro, subrayando
la importancia del punto de enunciación, que el punto de vista hegemónico
tiende a ocultar dándolo por hecho. Y desde su punto de enunciación, la voz de
este libro observa que “De la montaña que nos vedaron bajan hombres
enloquecidos agitando sus manuales de razón trascendental”. Lo que quiere es
“un apartamento incómodo en todos sus rincones, decorar con obstáculos”, es
decir: que no quede un ángulo sin su interrupción, sin su pregunta, sin la
ruptura del discurso hegemónico asumido como verdadero sin discusión. “Me
esfuerzo mucho en ser una persona racional, pero los silogismos se me caen de
las manos. Ten cuidado, ¿no te das cuenta?, vas a romper eso”, concluye “Romper
eso”. “Abolirse” cuestiona la identificación entre cuerpo e identidad: “¿Cuánto
cuerpo tendría que perder para dejar de ser yo?”. “La institución” cuestiona el
modo en que se construye la historia cultural: en la Real Academia, donde “dos
esfinges con ciento veinte de pecho formulan su enigma de puertas afuera”, “El
fantasma de Carmen Conde se esnifa la raya de la excepción”. “Condicionantes
genéticos” explica su intención en el mismo título. “¿Desde cuándo se repite lo
femenino?”, se pregunta “Pruebas circulares”, que comienza: “Jugar a las
muñecas supone la primera performance de tu vida. Diferentes mujeres
representando dentro de ti las mismas escenas, renuncias, caídas de párpados”.
Y,
para acabar, Daniel López Garcia ha esbozado esto:
Desde
El falso techo, por tanto, nos
introducimos en Chocar con algo.
Francis Fukuyama en los años sesenta decreta el fin de la historia basándose en
las bondades del Estado liberal y la consumación de la felicidad del hombre con
la desaparición de la sociedad de clases. En 2013, Erika Martínez escribía
«para que yo, miembro de una generación prescindible, pierda la fe en la
emancipación, mire el techo de mi dormitorio y se me venga la casa encima». La
poesía de Erika Martinez venía a confirmar que los espectros de Marx estaban
más presentes que nunca, en palabras de Derrida, y que el fantasma (como
visión) había sido creer que todos nos habíamos convertido en parte de la
idílica clase media; y el espectro (como amenaza) consistía en el resurgir de
la toma de conciencia de la aún presente división social en los sujetos de hoy.
Chocar con algo manifiesta esto de
una forma más contundente, y ya no desde el fracaso sino desde la asunción y la
necesaria exposición de la experiencia y el conocimiento.
En
segundo lugar hablábamos de la familia en la poesía de Erika Martínez. Si antes
citaba a Marx, junto a este el otro gran filósofo que habita el pensamiento
actual, a mi juicio, es Freud. Este intentó vislumbrar las estructuras
simbólicas presentes en la especie humana manifestando que era en el contexto
familiar donde estas tomaban forma en los primeros años. De alguna manera, en
la poesía de Erika Martínez son expresadas estas pulsiones tratando de analizar
y hacer frente a estos condicionantes: como si para afirmar la autonomía del
sujeto no fuera suficiente solo el reconocer sus potencialidades sino también
los determinantes de nuestra intimidad con los que permanentemente chocamos.
Pero
la poesía de Erika Martínez sigue una estructura que supera la dialéctica del
dos (aspecto que en otras ocasiones hemos comentado ella y yo) y se dirige
hacia un tercer elemento de síntesis (en un esquema que recuerda el idealismo
hegeliano). El tercer elemento no lo vinculo a un pensador sino a una tradición
epistemológica y práctica, la de mayor calado en el pensamiento hoy: el
feminismo. Sostendré que en la poesía de Erika Martínez hay un impulso por
superar la estructura binómica de la diferenciación de género y es más cercana
a planteamientos que reafirmando la autonomía e incluso la diferencia de
género, apuesta por la capacidad del humano de recrear su esencia para poder
ser a la vez lo uno y lo diverso (y en este sentido, sus planteamientos los
encuentro más cercanos a Judith Butler que a pensadoras como Rosi Braidotti,
aunque ambas se rocen en algún punto).
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Tirando del hilo o cómo continuar por algunas derivas…
Deriva 1
Podríamos
inscribir Chocar con algo en el seno
de una dialéctica compleja de relación entre “lo político” y “lo poético”. Al
menos a partir de los años sesenta y setenta, y muy especialmente desde finales
de los noventa y principios de los dos mil, muchas poéticas españolas han tratado
de escapar a una cierta normatividad todavía heredera de la mal llamada “poesía
comprometida”. Esa normatividad, en resumen, vendría a subordinar el problema
del lenguaje a la necesidad moral del mensaje. Por fortuna, lo político (a
pesar de cierto imperium literario y
crítico de filiación experiencial), siempre tuvo en nuestra reciente tradición (véase
a modo de ejemplos Francisco Pino, Antonio Gamoneda, Joan Brossa, José-Miguel
Ullán, etc.) un costado menos visible pero tenaz, en cuyos márgenes la disputa
por el lenguaje, se hallaba inextricablemente unida a la disputa ética por la
realidad. Sea como fuere, tengo la impresión que en las últimas promociones
poéticas (y de manera clara a partir de la crisis de 2008) el binomio
política/lenguaje se han engarzado de manera más intensa con los debates
filosóficos, sociológicos y estéticos propios de la sociedad postindustrial. En
diferentes autores y, sobre todo, en numerosas autoras, la lucha por nombrar
la(s) realidad(es) en toda su multiplicidad constitutiva (no sólo hablamos de
la “realidad material” sino también las otras realidades presentes: oníricas,
introspectivas, imaginarias) se vuelve uno de los territorios clave tanto para
la dialéctica cultural como para la propia exploración poética. Por ello,
poesía y política están siendo repensadas desde concepciones multisituadas, interdisciplinarias,
holistas, cuestionadoras de los lenguajes del poder, heterodoxas e incapaces
nunca de estabilizarse. Los viejos preceptos “normalizadores” y/o “figurativo-experienciales”
que impusieron su mecánica en buena parte de los años ochenta y noventa,
parecen superados. A mi juicio, Erika Martínez, es una de las voces que está
pensando más y mejor en torno a estas dialécticas. Leamos este poema:
Trampolín de lo que pasa
De la montaña que nos vedaron bajan
hombres enloquecidos agitando sus manuales de razón trascendental. Ignorarlo es
agacharse como un desclasado frente al espejo.
Quisiera un apartamento incómodo en
todos sus rincones, decorar con obstáculos. O vivir un tiempo a oscuras, no
exactamente abandonada.
Me acuerdo de aquel fotógrafo que compró
unos infrarrojos la noche que retransmitieron el bombardeo de Bagdad. Y volvió
a su casa y apagó la luz y se retrasó a sí mismo con ellos.
Mi abuela, que cocinaba de oído, se fue
quedando sorda. Antes de sentarme a escribir, me gusta probarme su tímpano
cansado.
Deriva 2
Podríamos
poner a dialogar Chocar con algo con
otro complejo problema de gran envergadura teórica. Me estoy refiriendo a la
relación entre el sujeto (quien quiera que sea) y la estructura social. Es
decir, cómo el yo lírico (en su interna heterogeneidad y constante fluir) se (des)ubica
dentro del campo de fuerzas que es la sociedad. Y todo ello, encima, en un contexto
de crisis social, económica, política y cultural. Si este libro tiene mucho de turbador
y sorprendente, a mi juicio, es por su capacidad para colocar la voz poética y,
por tanto, la experiencia lectora, en el extrañamiento que produce la
interacción de los sujetos, de sus mundos emocionales, con la propia
desestabilización de las placentas sociales donde habitan. Sección a sección,
poema a poema, la identidad, la subjetividad, las prácticas, el cuerpo, la
memoria, las disposiciones que toda persona porta, “chocan”, “se entrecruzan”, “confrontan”,
con un mundo que por momentos se vuelve inaprehensible. No estamos ante una
poesía meramente filosófica. Todo lo contrario. Hace de ese choque concreto,
fisicalizado, material de destemplanzas, es decir, la destemplanza del sujeto y
la destemplanza del mundo, un “centro” de escritura. Leamos otro poema:
Luxaciones
La
distracción del mundo barajándose,
su
afán nos incubó.
Nunca
tuvimos nada que ofrecer
salvo
el amor como trabajo.
Aunque
eso incumbe a la estructura.
A
la materia que cruje
con
la pelvis a punto de parir.
A
lo que somos amenazado por lo que somos,
intruso
de sí mismo, rebuscando
la
emoción posterior.
Deriva 3
Los
otros críticos que me precedieron conectan Chocar
con algo con el pensamiento feminista. Estoy de acuerdo. Ahora bien, ¿qué
clase de feminismo alimenta sus páginas? Intuyo que muchos. Intuyo que incorpora
buena parte del acervo político e intelectual del que ha sido y es uno de los
movimientos epistémico-sociales más significativos de los últimos siglos.
Incluso diría que los feminismos de los que bebe Erika Martínez y que
constituyen una piedra angular de su obra, van más allá de una noción meramente
militantista o intelectual de los mismos. Se ensamblaría también con esas
prácticas calladas, invisibles, de todas aquellas mujeres que bajo el
Franquismo urdieron mundos sociales emancipadores en mitad de la oscuridad y las
tinieblas, en el seno de sus casas, en la urdimbre de sus familias. No obstante,
si como lector tuviera que rescatar alguna noción feminista que, a mi juicio, deambula
por este libro, me inclinaría por aquella que Judith Butler ha propuesto en su
último texto “Cuerpos aliados y lucha política”. Me estoy refiriendo a la idea
de “cuerpos en alianza”. Por supuesto, esta es una mera intuición como lector,
nada tiene que ver con las razones profundas que la autora tuvo para escribir
lo que escribió. Pero esta noción de “cuerpos en alianza” a mí me ayuda a
comprender mejor algunos poemas de Erika Martínez. Veamos cómo lo define
Butler:
Con el término alianza no me refiero únicamente a una
forma social del futuro; en ocasiones se trata de algo latente, o incluso
constituye la estructura verdadera de nuestra formación como sujetos, por
ejemplo, cuando la alianza tiene lugar en el interior de un solo sujeto, cuando
es posible decir: «Yo mismo soy una alianza o me alío conmigo mismo o con mis
diversas vicisitudes culturales». Lo único que quiere decir esto es que ese yo se niega a dejar al margen su
carácter de minoría o de ejemplo vivo de la precariedad a favor de cualquier
otro rasgo; es como si dijera: «Yo soy la complejidad que soy, y ello implica
que establezco relaciones con los demás que son consustanciales a cualquier
invocación de ese yo». Esta perspectiva, de la cual se deriva la
relacionabilidad social en el pronombre de primera persona, nos obliga a captar
la deficiencia de las ontologías identitarias para reflexionar sobre el
problema de la alianza. Aquí no se trata de que yo sea un cúmulo de
identidades, sino que soy de por sí una reunión, una asamblea; más aún, soy una
asamblea general o un ensamblaje (assemblage), tal como lo ha denominado
Jasbir Puar siguiendo a Deleuze.
Cuando
leo Chocar con algo se me agolpan las
imágenes de ese “yo en alianza”, de ese “cuerpo” que es una asamblea, un
ensamblaje. No estamos ante un sujeto-identidad, sino tanto una relación
fundante, ante un “cúmulo de identidades” que se reconoce en la complejidad que
es. El sujeto-yo poético de este libro no se retuerce en su propia mismidad,
sino que se sabe flujo, que se sabe (con toda la precariedad del mundo) problema,
que se sabe (consciente e inconscientemente) parte de un cuerpo más amplio de
cuerpos “en alianza”. Toda poesía es un acto de lenguaje y todo acto de
lenguaje está atravesado por cuerpos, de ahí que no sea posible separar la
irreductible constitución matérica de lo que somos de nuestros pensamientos y
actos de habla. La poesía de Erika Martínez, en cada poema, crea ubicaciones
donde hace acto de aparición lo político (en línea con la concepción de Hanna
Arendt) en la medida que asume que toda política es un ejercicio performativo
que se da “entre cuerpos” en alianza. Por decirlo en otras palabras, si resulta
que cada uno de nosotros y nosotras somos un ensamblaje, cualquier acto de
habla implica la conexión entre ensamblajes, y en esa conexión, en esa
sociabilidad constitutiva de lo que somos, lo político siempre aflora porque es
parte fundacional de dicha relación. Y dicha relación no se da sólo en un plano
meramente discursivo, son cuerpos que se hablan, que se escriben, que se dicen
los unos a los otros. Leamos un poema de Erika Martínez:
Visitante
Le pregunto al hombre que barre si me
deja barrer. Hay cosas que se aprenden ensuciándose. ¿O será que exageramos lo
inapelable de la experiencia? Creí que todo intento de comprobación debía
suceder dentro del poema; que la poesía era su propio acontecimiento. Nunca sé
cuándo me engaño.
En la visión prehistórica del mundo,
reinaba lo poroso. Las categorías hombre, mujer, animal o piedra eran
intercambiables, y no había barreras entre necios y santos. La poesía es
protohistórica y es siempre la circunstancia.
Cerraron Altamira por temor a que las
multitudes dañaran con su vaho las pinturas. Algo se abre cuando ese mismo vaho
toca el techo de las sílabas que se ordenan.
No
hagan caso a mis palabras. Por mucho que algunos intenten/intentemos hacer una
labor interpretativa, lo importante es sumergirse en el propio libro y
disfrutar con su lectura. No se pierdan Chocar
con algo. Es un libro incómodo y necesario. Es un libro que te deja al
borde del desajuste.