De
soltarlas.
De
des-
atarlas.
Las
manos sangran.
Esther Ramón
Llevo
semanas sin poder escribir una reseña. Enterrado en diferentes servidumbres
laborales, el tiempo no alcanza para sosegar unas horas. Así que me conformo
con leer, casi clandestino, por las noches, a la búsqueda de un poco de paz
noctámbula. Cuando el ajetreo de lo ordinario se enseñorea, suelo regresar a la
poesía. A un lado dejo la narrativa y el ensayo. Hay en los poemas un estar como de otro mundo, una suerte de abismamiento de la palabra que consigue
reconectar dentro de mí zonas de emoción mutiladas. El tiempo se detiene. El
pensamiento rola hacia latitudes más lentas. El lenguaje se hace compacto,
denso, y me devuelve su potencia en tanto materia viva. Es entonces cuando
consigo aplacar el ruido de fondo de lo cotidiano, y despertar a la consciencia
colectiva e individual. Durante estas semanas de No-Reseñas he descansado en cuatro libros de varias escritoras.
Radicalmente distintas entre sí. Cuatro proyectos de escritura que persiguen
dimensiones diferentes del ser lingüístico, con cuatro relaciones particulares
respecto de la lengua. Cuatro universos estéticos y morales que muestran, a las
claras, la enorme riqueza del panorama poético en español. Pero creo que estos libros
tienen, al menos, una cosa en común. Se trata de “cuerpos abiertos sobre la
página”, como diría la poeta Esther Ramón. Estos libros están dibujados sin
concesiones, sin retóricas de cara a la galería. Son instrumentos verticales,
directos al hueso, versos que se la juegan por encima de consensos culturales.
Obras que no tienen miedo a devenir, a insistir, a buscar entre sombras. Intervenciones
de la lengua donde se inocula una potencia perturbadora, porque su radicalidad (que
me atrevería a decir “política”) no estriba en la politización de lo poético,
sino en la poetización de lo político, es decir, de la conciencia subjetiva, de
la memoria, del coexistir en diálogo con el mundo sensible. A quienes nos
interesa la “microfísica del poder” y sus articulaciones dentro de nuestros
cuerpos, estos textos vienen a mostrar parcelas de realidad desestabilizadas de
esas microfísicas. Vienen a introducir preguntas allí donde el lenguaje del
orden trata de fijar certezas. Como bien nos recuerda Amador Fernández-Savater,
la principal intuición de Mayo del 68 (ahora que se cumplen cincuenta años) no
fue la de introducir una nueva hipótesis sobre la economía política, sino
comprender que no hay transformaciones de esas economías políticas si no van
acompañadas de unas nuevas economías libidinales, unas distintas políticas del
deseo. Pues bien, estos días, a medida que recordaba ese mayo francés y leída
estos cuatro libros de estas cuatro escritoras, me iba dando cuenta que el
sentido político de la poesía, en nuestros días, radica sobre todo en su
capacidad para introducir nuevas economías libidinales de la lengua. Formas “otras”
de leer el mundo interior y exterior, liberándolo de las economías políticas lingüísticas
que acartonan los sentidos y codifican los corazones.
Para
intentar acercar a los lectores estos textos, he confeccionado una brevísima
selección de algunos de los poemas. Que los disfruten tanto como yo.
De
en flecha, de Esther Ramón.
El
salto de precisión
sobre
la página,
la
huida del arco,
siendo
flecha,
el
cayado natural
sobre
las cumbres,
el
doble caminar
en
los cuernos
internos
de la aorta,
la
espuma de savia,
respirada,
los
huevos secos
del
sol.
*
No
en lo que nace
derramado.
En
el aliento de agua.
En
las paredes de humo
que
retienen la corriente.
En
lo que se quiebra
en
flecha y sigue
con
el dedo un sonido
de
hilo que se agota.
*
Ahora
leo con ojos
arrancados,
escucho
la cera
que
tapona los
sentidos,
ahora
explotan
piedras
de sol
en
la ventana.
Abro
el libro de cristal,
la
trayectoria perdida
que
me encuentra.
De
;p0ema, de Leonor Olmos.
no
iniciar sesión en el poema no iniciar sesión / el poema es un ejercicio de
romper los ojos con los dientes / de romper la conciencia beta 2.0 / de
enterrar con las manos el jardín / de triangular con la mente el jardín
un
slogan post futurista un miedo celeste, cubriendo la ciudad iluminada /
cubriendo con huesos / tejidos / vocablos : — no puedo comer no puedo vivir /
no puedo detener la vida ni la muerte ni esta enfermedad,
yo
: la extensión de un programa llamado p0ema / de un proceso binario /
adulterado / cortado / con sustancias de difícil manipulación : con sustancias
que aletargan los sonidos que degradan los sonidos / y toda lengua — serpiente
y toda — boca poema
toda
elaboración mental requiere un mecanismo de automática destrucción / sin
logueos de por medio / eficiente / programado / sin excusas
eficiente
programado
/ un corte sobre la carne anuncia la nueva despedida : — en voz alta : la
garganta es reemplazada, fagocitada y desnuda
la
precariedad de los sonidos / — la fragilidad de esas cuerdas anudadas desde el
pecho : cifradas, heridas : la descarga no concluye se agota la memoria, no hay
capacidad, no hay fuente de energía
yo
:
a modo de prueba de fallos, yo, a
modo de prueba de errores
De
Tratado de las mariposas, de Yaiza
Martínez.
El
Toukbal asusta por su daño
que
acuna bajo el sol
a
un bebé frío
Llega
el invierno solo
el
signo queda
*
Magma
En
un hombro embarranca el dolor sangre del trillado
Mi
pueblo muerto
genera
tejido de observación,
susurro
miel de aguarda
Desciende
hacia el valle que los vio morir
a
todos
acoge
la
piel transparenta
de
norte a sur siete ríos
De
La casa grande, de Rosana Acquaroni.
De la casa grande
solo
recuerdo aquel armario blanco
encallado
en aquel largo pasillo
como
un río encajonado y pedregoso.
Un
útero vacío que no sangrase nunca
y
alumbrara por dentro.
En
su interior
entre
sábanas perfumadas
mantelerías
de hilo
y
toallas de rizo americano
mamá
nos escondía bajo llave
las
fotos y las cartas de aquel desconocido.
Canoso
y trajeado,
era
un hombre elegante
de
facciones sureñas
que
imantaba mi cuerpo,
lo
llenaba de lámparas,
con
aquella sonrisa
sonora
y reflectante.
Eran
fotos de estudio
siempre
de medio cuerpo
—su
corbata ejenmplar,
el
chaleco de ante abotonado,
ligeramente
abierto—.
Yo
entraba en ellas
como
en un oleaje sin retorno.
Me
imaginaba dentro
de
aquella madre
rebosante
y eterna
que
siempre estaba huyendo.
Me
encarnaba en tu piel
me
infiltraba en tu sueño de tálamo escindido.
de
camisón secreto.
Después
llegaba él
y
yo lo acariciaba
con
cada uno de tus dedos
que
eran lentos navíos
penetrando
aquel hielo.
Él
sigue allí
a
veces puedo verlo apostado en mi infancia
—cada
vez más ajeno—,
mirando
hacia el balcón de nuestra casa
mientras
un limpiabotas
le lustra los
zapatos.