Esta recién estrenada primavera nos ofrece una novedad. Se trata del ensayo que la poeta y traductora Sandra Santana dedica a la figura de Karl Krauss: El laberinto de la palabra (en la magnífica editorial Acantilado). De acuerdo a la ficha que el propio sello destaca en su página web, la singular producción literaria de Karl Kraus (Jicin, Bohemia, 1874 - Viena, 1936), compuesta de ensayos, polémicos artículos, poemas y aforismos, despertó la fascinación de un importante elenco de intelectuales del pasado siglo (autores como Theodor Adorno, Walter Benjamin o Elias Canetti dejaron constancia de ella en sus escritos). Además, las páginas de su publicación, Die Fackel (La antorcha: El Acantilado, 220), resultan un escenario privilegiado en el que observar la gestación de la acuciante crisis lingüística que aquejaba a un Imperio austrohúngaro agonizante. A través de la pintura de Gustav Klimt, la música de Arnold Schönberg, la arquitectura de Adolf Loos, la literatura de Hugo von Hofmannsthal y la filosofía de Fritz Mauthner o Ludwig Wittgenstein, la presente obra analiza, en el contexto de la Viena de 1900, algunas de las causas de una preo-cupación por la naturaleza del lenguaje cuya herencia continúa vigente.
Para celebrar la edición de este interesantísimo libro me gustaría volver a convocar el SALMO que el poeta Georg Trakl le dedicó al propio Karl Krauss. Está incluido en el volumen Tres poetas expresionistas alemanes que la editorial Hiperión publicara allá por 1997. La traducción es de Jenaro Talens en colaboración con Ernst-Edmund Keil y Vicente Forés:
Hay un luz barrida por el ciento; en el campo
una taberna que un borracho abandona despues del mediodía.
Hay un viñedo negro y abrasado lleno de grietas y de arañas.
Hay una habitación blanqueada con leche.
El loco ha muerto. Hay una isla en los mares del sur
que acoge al dios del sol. Redoblan los tambores.
Los hombres bailan danzas guerreras.
Se contonean las mujeres entre enredaderas y flores de fuego,
cuando canta la mar. Oh, nuestro perdido paraíso.
*
Las ninfas han abandonado los bosques de oro.
Al extranjero lo sepultan. Más tarde empieza una trémula lluvia.
El hijo de Pan se aparece, tiene el rostro de un excavador,
que duerme en el asfalto ardiente a mediodía.
Hay niñas en un patio con vestidos de una pobreza que acongoja el corazón.
Hay salas llenas de acordes y sonatas.
Hay sombras que se abrazan ante un espejo ciego.
Las convalecencias del hospital toman el sol en las ventanas.
Un barco blanco viene por el canal cargado de epidemias.
*
En los sueños malignos de alguno la hermana extraña se aparece.
Reposando en el bosque de avellanas juega con sus estrellas.
El estudiante, quizá un doble, la sigue con la vista desde la ventana.
Detrás está su hermano muerto, o bien baja la vieja escalera de caracol.
Entre pardos castaños, en la oscuridad, palidece el rostro del joven novicio.
Anocheche el jardín. Sobre el claustro revolotean los murciélagos.
Los hijos del guarda dejan de jugar y buscan el oro de los cielos.
Los acordes finales de un cuarteto. La pequeña ciega corre por la alameda, va temblando,
luego su sombra, envuelta en fábulas y leyendas sagradas, corre a tientas por los muros fríos.
*
Hay un bote vacío que, al anochecer, baja a la deriva por el negro canal.
En la oscuridad del viejo asilo ruinas humanas se derrumban.
Los huérfanos muertos yacen junto a los muros del jardín.
De estancias crepuesculares salen ángeles con alas enlodadas.
Los gusanos gotean de sus párpados viejos.
La plaza de la iglesia es triste y silenciosa como en los días de la niñez.
Vidas que ya pasaron, sobre suelas de plata deslizan
y las sombras de los condenados descienden a las aguas que gimen.
En su tumba juega el mago blanco con sus serpientes.
*
Silencioso sobre el calvario se abren los aúreos ojos de Dios.