LA MONTAÑA EFÍMERA, DE JOAN DE LA VEGA


Son pocos los poetas españoles de las últimas promociones que se han aventurado a poematizar la naturaleza, o mejor dicho, a hacer de la naturaleza un territorio complejo donde insertar el diálogo existencial. La ciudad, la aventura del cronotopo afincado en las tensiones que las grandes conurbaciones mundiales parecen contener a modo de habitus hegemónico, ha invadido buena parte de la poesía hispana de las últimas décadas. Por eso este "La montaña efímera" del poeta Joan de la Vega tiene una doble intensidad. Se introduce, por un lado, en el paisaje de la lengua, mientras que al mismo tiempo levanta una posibilidad de (inter)(auto)pelación a partir de la mirada al entorno. Las comarcas del Pirineo catalán y andorrano se convierten, así, en el humus sobre el cual poetizar un estado crítico de reflexión, de indagación filosófica, hermanado con la propia evolución de nuestro contexto matérico más inmediato, es decir, el territorio. Origen y consecuencia de nuestra acción cultural. Pero me gustaría antes de dar paso a varios poemas del libro proponer una idea en relación a este texto. En un periodo de crisis sistémica, de revitalización de una cierta conciencia insurgente, de vulnerabilidad social, del "terror" como lugar común (como propusiera el antropólogo Michael Taussing), en definitiva, de fascismo societario según la denominación de Boaventura de Sousa Santos, cualquier aspiración para una globalización contrahegemónica que permita nuevas pautas de redistribución local pasa, entre otras necesidades, por una definición de nuevas formas de subjetividad, y esas formas no pueden erigirse sin la presencia de la naturaleza. Lo real (entendido en su sentido más complejo y moriniano) bebe de ella. Aspira a ella. Se cruza con ella. Estos poemas, a mi juicio, tienen la enorme virtud de intentar sondear esa posibilidad y lo hacen con honestidad, belleza e intensidad emocional y de pensamiento. Les dejo con algunos ejemplos. Disfrútenlos:

*

Hombres retorcidos como gusanos.
Hombres echados como lombrices fluorescentes.

Afuera la noche solemne mide su temperatura, explora la conjunción de los astros. Dentro, los lechos precarios dan cobijo a pulsos disonantes, a voces apátridas.

Aún creo en los rostros convalecientes que presumen olor a tierra.

Fieles a su destino de fuego.

*

Cumbres sostenidas por un cielo raso.
Veredas negadas que reafirman.

Este bullir puro de los colores, el contraste áspero de la tierra, la luz consumiéndose entre hoscas lenguas de magnesio, la honda certeza que gravita en silencio, la insistente permanencia de los neveros, la generosidad del agua ¿a quién pertenecen? ¿cuál será el nombre real (el que no posee) de todas las cosas? ¿por qué los circos glaciares olvidaron su nomenclatura de hielo, su registro de nieve, su código de muerte?

Aún creo en los ojos de esta montaña sin nombre que, quieta, respira.

Cumbre que circunda la voracidad de lo eterno.

*

VALL D´INCLES

y allá en la cima el templo, guía y razón del viaje
Jordi Doce

Cuando
dé comienzo
la noche
y haya
culminado
nuestra voz
en su techo,
en su pavimento
de espinos
y silencio,
recuerda
la luz presente
de este valle
(no su nombre),
el pulso firme
de este río
(no el poema),
que tome
tu mano
enlutada
y te regrese
a un lugar
más digno
que amar.

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