PRESENTACIÓN DE RITUAL EN NUEVA YORK 2


El pasado 14 de septiembre tuve la enorme fortuna de poder presentar RITUAL en el marco del ciclo de la editorial PEN PRESS. El acto se celebró en la sede que la New York Public Library tiene en el Soho, en la calle Mulberry. Me acompañaron la editoria de Pen Press, Mercedes Roffé; la directora de la revista Galerna, Marta López Luaces y, sobre todo, la poeta Isabel Cadeñas Cañón quién generosamente se brindó para hacer el texto de la presentación. Además de estas personas se acercaron alguna gente estupenda, buenos poetas la mayoría, con quiénes disfruté mucho la lectura y el coloquio posterior. Quiero a todos ellos agradecerles el cariño y el interés.

Para todos aquellos y aquellas que no pudieron estar me gustaría acercarles el texto elaborado por Isabel, aquí va, espero que lo disfruten tanto como yo...

Cercar el vacío
Por ISABEL CADEÑAS CAÑÓN

Creo que Ritual es un libro del vacío. O, mejor, un libro de vacíos que se van superponiendo. Ritual es también eso, un libro de superposiciones, de añadiduras, un libro que se va desplegando de a poco, a medida que aumenta.

La primera parte del libro, “Monotipos”, se abre con el primer vacío, el de la escritura:

¿Cuando todo se empoza qué escribir? Soledumbre. Paso
vencido— Comprender no significa nada.


“Comprender no significa nada” no es un juego de palabras o un guiño artificioso que el poeta use para inaugurar el libro con un golpe de efecto. Es más bien un anuncio de lo que va a seguir: Ritual no busca comprender – el vacío es inaprensible. Busca certificarlo, primero, sondearlo. Después confronta. Pero eso será después. Por eso, ese primer “monotipo” es una constatación del vacío de la escritura, o de lo vacío de la escritura ante tal vacío, pero, no caigamos en la tentación, no lo es del vacío de escribir. En este libro, el poeta tira piedras contra muchos tejados, pero nunca contra el suyo: sabe que, en el aparente vacío de lo escrito, está presente el gesto que empujó a escribir, esa chispa que bien puede ser amor o rabia o soledad. Esa presencia agitadora es tal vez la primera coartada de lo que está escrito:
La máscara mantiene el calor del rostro que habitó.

He dicho ya que Ritual es un libro que crece. Gradualmente, a lo largo de sus cinco partes, va tomando cuerpo, y tomando cuerpos: cada una de las partes añade una dimensión nueva a lo ya dicho, y esto tanto en lo que se dice como en cómo se dice. En el plano formal, el libro empieza siendo una especie de balbuceo individual, construido a partes iguales de silencio (ese otro vacío) y de palabra.

El lenguaje desintegra su mecánica. Tienta al silencio tanto
como yo lo tiento a él.


El lenguaje está fragmentado; pero la palabra, no. La palabra es tal vez el único anclaje que se manifiesta estable desde el principio del libro. Tal vez precisamente para hacer ese vacío aún más explícito, Ernesto García López elige vocablos con peso, arraigados, elige insania, desolladero, soledumbre.

Pero si las palabras son firmes, el lenguaje vacila, como si no encontrara asiento, como si lo que se va a contar –digo contar: evocar, convocar– no pudiera caber en una sola forma. Y esto es precisamente lo que quedará confirmado a lo largo del libro: que una forma no basta, y mucho menos una forma ya dada, formas fosilizadas que empujen a la inmovilidad, que ahonden, o sedimenten, en el vacío. Así, en la parte primera del libro todo es brevísimo, y conviven formas netamente coloquiales con otras donde la liricidad lo puede todo, y esto, a veces, en páginas contiguas. No es que el poeta no pueda decidirse por una sola voz; no es que la voz se muestre errante por la imposibilidad de decir de otra manera. García López decide comenzar con una estética del balbuceo para establecer una clara metáfora del yo en quiebre, de esa voz unívoca que duda entre decir y el silencio, pero que, con la mera expresión de la duda, ya ha tomado la decisión: va hablar.

La segunda parte del libro anuncia, ya desde el epígrafe, el ejercicio de encuentro con el otro que llevará a cabo. Se abre con una cita de Juan Ramón Jiménez:

Hay que salir
y ser en otro ser el otro ser.


Ser otro, pero sobre todo el otro ser, y sobre todo el imperativo a salir. Una vez constatada la propia voz, hay que salir. La forma empieza desde entonces a salir también de su ensimismamiento errático: en la segunda parte, los versos son breves, pero son más compactos y forman una unidad –aunque esté dividida en 21 partes. El yo ha encontrado al otro. No parece un encuentro buscado, sino un encuentro inevitable, uno que “penetra por las fisuras”:

Ese que, evidentemente, me ciñe
en asfixia viva
en desencanto vivo,

vi
en tantas alucinaciones
sin materia
aunque penetra por las fisuras
del movimiento.


En la tercera parte, el verso continúa ese proceso de hacerse cada vez más firme, es decir, cada vez más resistente: lo componen poemas en prosa de mayor longitud, y un poema en verso libre que anuncia la forma de las dos últimas partes del libro. También lo que antes era unicidad y después fue encuentro con el otro, pasa paulatinamente a ser un encuentro con la multiplicidad, con lo colectivo. No es casualidad que ese encuentro con lo colectivo se encuentre precisamente en la mitad del libro, como estableciendo una separación entre la soledad que lo abre y la “casi soledad” que lo cierra.

Así, si El desvío del otro, su anterior poemario, se abría con una nota introductoria,

Los poemas vienen de las calles. En ellas encuentran, más que en uno mismo, el veneno que los anima a escapar de ese cuerpo donde están encerrados. Saltan, se escabullen como animales delirantes que acabaran de recobrar su libertad. Incluso los poemas más intimistas, más singulares de la propia existencia, beben del afuera, de la constancia errática del flâneur.

en Ritual, Ernesto García López no necesita palabras previas. El encuentro con el otro no es un acto metafísico: es un acto político. Igual que el otro se cuela por las fisuras, la calle se va haciendo explícita gradualmente, sin necesidad de anunciarla:

Del mismo modo que en la Inglaterra del diecisiete los Cavadores cultivaban sin consentimiento las tierras ociosas de los nobles, algunos gritos invaden hoy el parterre del poema.

Con esos gritos, con esa colectividad, la voz poética no sólo ya no duda, sino que exhorta a emprender una “marcha lunar”. Exhorta, pero no olvida el vacío: no promete que la marcha lunar vaya a llegar a la luna. Ni siquiera la pide.

¿Que duele? Nadie dijo que fuera indoloro. ¿Que ensombrece? Nadie dijo que fuera la claridad.

Marchas lunares que otros iniciaron sobre la tierra, junto a los brazos caudalosos de África o al pie de las montañas desgastadas de Europa.


La marcha ha sido emprendida ya por otros y, como el grito, es un movimiento inacabado que hay que continuar. La marcha como algo parecido a lo que Walter Benjamin llamaría la historia a contrapelo, una manera de rehacer nuestra historia y reivindicar la de los perdedores, la historia soterrada por un poder que, sobre ella, no construye, sino que erige, precisamente, el vacío.

Ése es el vacío que cerca García López. Su poemario no trata el vacío de manera ociosa; si se detiene tanto ante él, si lo observa, es precisamente para confrontarlo con su ritual. Éste quedará confirmado sobre todo por la última parte del libro, que lleva el mismo título.

No olvidar por qué las palabras ardieron. Ruinosas
y violentas. y por qué luego la otra vida, la que se anula en
su descreerse, siguió encegueciendo
los depósitos


“No olvidar”, nos repite la voz, que primero duda, luego exhorta y ahora ordena. El ritual aquí no es un acto folklórico, no es una representación mediatizada del otro – no es el ritual que nos ofrece el capitalismo. No es ese retrato procesado de lo distante, que nos hace creer que lo comprendemos –comprender no significa nada– y que, sin embargo, nos sirve para mantener la amenaza de lo otro a distancia, mediatizada por esa imagen prefabricada. El ritual de Ernesto García López se sitúa en la tradición platónica del rechazo filosófico del dinero: la palabra no sirve para adquirir bienes, es decir, para llenar ese vacío que el libro ha ido sitiando. La palabra, en este ritual, sirve para establecer vínculos de reconocimiento. No para comprendernos a nosotros mismos y ver al otro desde nuestro interior. Sirve para reconocerlo. Y, una vez reconocido, escuchar el propio grito más allá, escucharlo como colectivo, escucharlo más fuerte. Eso es lo que el poeta se lleva consigo, la certeza de que el latir es sólo casi solitario:

Todo eso llevo conmigo
Velado por un manojo de fracturas que hoy me recomponen
Abisal
en el latir casi solitario


Parecía soledad, pero es resonancia de todas las voces. Porque, al fin y al cabo, dónde resuena más un grito que en el vacío.

Tal vez, bien pensado, este libro de Ernesto García López no sea, en realidad, un libro del vacío, sino un libro del eco. Un eco que llega hasta nosotros desde antiguo, desde lejos, y que ahora está aquí, y nos interpela.

Nueva York, 14 de septiembre de 2011.

1 comentario:

  1. Magnífico texto de presentación. Enhorabuena por "Ritual".

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